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Años veinte

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El paso del tiempo.
Pixabay

El 2020 ha logrado que el horizonte de mi inmediato futuro sea 2030. Debido a la redondez de estas cifras, se me ha apoderado la sensación de haber estrenado, no año, sino década, un periodo mucho más apropiado para alguien que se encuentra en un momento de la vida lo bastante avanzado como para que los meses parezcan semanas y las estaciones se solapen. En pleno enero de brumas y heladas, ya percibo la cercanía de la primavera, casi noto el agobio del verano y estoy a punto de desear que llegue el frescor del otoño, preludio de la próxima Navidad.

Efectivamente, cuando el paso del tiempo tiende tal trampantojo en la mente y, a la vez, se quiere disponer de una perspectiva más amplia y de horizontes menos urgentes, resulta estupendo proyectar la existencia a diez años vista. Esta actitud, que, lo admito, tiene algo de provocación al destino y a la fortuna, no es, en cambio, estadísticamente descabellada, ya que, según informan los estudios más recientes, nuestras fechas de nacimiento expresan diez años más de los que realmente tenemos. Dicen que cumplir cincuenta años hoy, por ejemplo, viene a ser lo que hace tres décadas era cumplir cuarenta.

Además, estoy convencido de que los años veinte que tenemos por delante serán beneficiosos. Creo que se va a invertir lo que ocurrió en los ‘felices veinte’ del siglo pasado. Si el optimismo desenfrenado y superficial de entonces ocultaba el sustrato de un colapso y una catástrofe, cabe suponer que el profundo y oscuro pesimismo actual sea la base de un futuro mejor. Eso sí, no lo veremos el año que viene, ni el siguiente. Habrá que esperar a 2030.

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