Mariano Barbasán, el maestro de la línea y de la luz, murió en Zaragoza hace un siglo

Desde 1888 residió en Roma y jamás pudo olvidarse de los paisajes ni del paisanaje de Aragón. Volvió en 1922 para morir en Zaragoza.

El cuadro ‘La cata’ (1896), lleno de guiños (incluido ese de «Se bende viño. Cariñena»), que encarna el arte preciso de Barbasán.
El cuadro ‘La cata’ (1896), lleno de guiños (incluido ese de «Se bende viño. Cariñena»), que encarna el arte preciso de Barbasán.
A.C./Heraldo/R. Ruiz

Tal día como mañana, hace ahora un siglo, fallecía en Zaragoza, en su casa de la calle Sepulcro, el pintor Mariano Barbasán Lagueruela (Zaragoza, 1864-1924), uno de esos grandes artistas españoles que hicieron el grueso de su carrera en Roma y que nos han legado una obra excepcional, hermanada en asuntos, luz, color y composición con la de grandes maestros indiscutibles: Joaquín Sorolla y Mariano Fortuny, pero también la espléndida escuela aragonesa: Francisco Pradilla, Marcelino Unceta, Juan José Gárate, Hermenegildo Estevan o Joaquín Pallarés.

De este joven reclamaban la atención muchas cosas: de niño fue llamado ‘pintamonas’ (dice su biógrafo Bernardino Pantorba en su biografía de 1939) por el propio Unceta y, aún así, viendo sus excepcionales condiciones, su progenitor le prohibió que se dedicase a esa ocupación ni en Zaragoza ni en Segovia. Murió pronto y se trasladó a vivir con su hermano Casto, militar, a Valencia. Y sería allí, en esa ciudad de la luz y del mar, donde se fraguaría su futuro: estudió en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos y se aficionaría a la pintura del natural, los apuntes de paisanos, paisajes y puestas de sol, que luego redondearía con su peculiar pulcritud en el estudio. En las aulas conoció a dos artistas: Manuel Abril y el afamado Joaquín Sorolla, que andando el tiempo le dedicaría una prueba de grabados y lo saludaría como «amigo».

Casto Barbasán fue trasladado a Madrid, y aquella sería una gran oportunidad para su hermano. Ya era un pintor con ambiciones, y no se le ocurrió otra cosa que inspirarse en el ‘Fausto’ de Goethe para unos de sus cuadros más sombríos, y a la par que románticos: ‘Noche de Walpurgis’, que presentó sin éxito a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887. Al año siguiente, optó a una beca de la Diputación Provincial de Zaragoza para los pensionados de Roma y la obtuvo con su cuadro ‘José, hijo de Jacob, en la cárcel’.

En diciembre de 1888 ya estaba allí, donde forjaría el grueso de su carrera. Aunque hizo pintura de historia y algunos retratos, Mariano Barbasán sería por encima de todo un pintor de paisaje y de escenas costumbristas españolas, italianas o aragonesas. Si algo está claro en él es que, aunque solo vino una vez a Zaragoza en más de 32 años, jamás se olvidó de sus raíces, del universo popular que había vivido. Regresó primero en 1921 y en 1922 se instaló en Zaragoza. Gravemente enfermo, murió un 22 de julio de 1924. Y a partir de entonces sería objeto de distintas exposiciones.

Mariano Barbasán ha tenido muchos estudiosos. Entre ellos, el citado Pancorba, Wifredo Rincón, Manuel García Guatas o José Antonio Hernández Latas. Este, ya en 1996, en una exposición que se hizo en Cajalón afinó así su estilo y técnica pictórica, que "sigue la senda trazada por la escuela española de pintores paisajistas avecindados en Italia (Fortuny, Gonzalvo, Martín Rico, etc.). Es decir, partiendo desde el principio del ‘pleinarismo’, con el dibujo como rector de las composiciones y un color, que se ha dado en llamar preciosista, por su factura brillante y de fuertes contrastes", señalaba.

En Zaragoza, en el Museo de Bellas Artes y en colecciones particulares hay varias obra suyas. Una de las más bellas, ‘La cata’ (1896), perteneció a una familia alemana desde 1950 y la subastó en Southeby’s en 2007; la adquirió otra familia zaragozana por 72.000 euros. Por distintas razones, el cuadro llegó al anticuario David Maturén y a él se lo compró el industrial R. Ruiz. Es una pieza pequeña pero preciosa, una de las obras maestras de Barbasán por sus atmósferas, composición, juegos con los espacios y algunas bromas. "Somos enamorados de la pintura y lo tenemos en una habitación interior. Hay mucho arte en casa, ya lo puede ver, pero esta pieza es incomparable. Barbasán era un artista fabuloso de línea, color y dibujo", dice R. Ruiz, que se suma gustoso a la celebración del centenario.

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