ESCULTURA. ARTES & lETRAS

Homenaje póstumo a Juan Fontecha en Aquagraria: elogio del artista primitivo

El museo de Ejea de los Caballeros, que dirige Clara Pérez, ofrece en tres espacios una selección de la obra del escultor y dibujante (1947-2024)

Una de las fotos que adornan la muestra 'Resonancia escultórica' en Aquagraria, en Ejea.
Una de las fotos que adornan la muestra 'Resonancia escultórica' en Aquagraria, en Ejea.
Archivo Fontecha.

El pasado mes de febrero, en su segundo pueblo, Ejea de los Caballeros, fallecía el artista Juan Fontecha, que había nacido en Llera, Badajoz, en 1947. Era hijo de un pastor que se trasladó a las Cinco Villas y trabajó allí en los campos y con el ganado muchos años. Juan Fontecha, que era un joven muy especial, atraído por los misterios de la naturaleza y del arte, se empleó como pastor y más tarde como albañil en los pueblos de colonización.

Pronto sentiría la llamada de la escultura, y la practicaría con diversos materiales: madera, inicialmente, mármol, piedra arenisca y piedra de Calatorao, que fue capital para él. No tardaría en darse a conocer en Zaragoza gracias al crítico e historiador del arte, periodista de HERALDO y artista Luis García Bandrés, que le escribió para una de sus primeras exposiciones en la galería Barbasán; decía: «Juan Fontecha nació escultor», y luego añadía que era «puro y primitivo».

Poco antes se había dado a conocer en la sala Torrenueva, y llamó la atención de varios artistas: entre ellos, Antonio Fernández Molina, que le dedicaría un libro. Otro creador que fue clave en su formación fue Ricardo Calero (decisivo en su exposición en la sala Torrenueva que llevaba Gonzalo de Diego), que le dio clases en Ejea y descubrió desde muy pronto «su talento natural, su búsqueda, su imaginación y esa capacidad innata de trabajar. Emocionaba», dice.

Algunas de las piezas que pueden verse en Aquagraria realizadas a lo largo de los años en piedra de Calatorao.
Algunas de las piezas que pueden verse en Aquagraria realizadas a lo largo de los años en piedra de Calatorao.
A. C./Heraldo.

Desde hace unas semanas, en el Museo Aquagraria, Ejea recuerda a su gran escultor, que dejó numerosas piezas en la localidad y, precisamente, en el paseo de ese museo se instalaron una colección de piezas de gran formato. Sergio Miguel Longás, editor, mecenas y hostelero, fue uno de los grandes protectores de Juan Fontecha. Él y su hermano Óscar.

Los dos, con Clara Pérez Ros, directora del espacio, y el citado Ricardo Calero, nos guían por la vida y la obra de este artista que también fue todo un personaje. «Juan siempre fue especial. Siempre quiso aprender. Le gustaban los libros, la poesía, el arte, y hablaba de todo ello con toda naturalidad. Era un hombre profundo, que le daba muchas vueltas a la cabeza», dice. Y recuerda, algo que se confirma en la exposición, que sentía auténtica devoción por los materiales. «Siempre buscaba, sí. Aquí en la muestra vemos algunas obras que hizo con los bordillos de las aceras. Si algo que se rompía, él lo aprovechaba. Si había una demolición o se caía una casa, allí iba él. Y luego trabajaba y trabajaba con intensidad», refiere Sergio Miguel.

Tras esos éxitos iniciales, Juan Fontecha, enamorado de los perros y del dibujo (lo practicó con colorido, a veces con aproximaciones al cubismo, pero siempre con su gesto característico y su búsqueda), el escultor empezó a viajar a Galicia. Artista de lo primitivo, de la rudeza y de lo enigmático, parece que García Bandrés dio el clavo en algunas de sus observaciones: «Juan Fontecha nació para comunicarse por medio de los volúmenes, para interpretarlos, para robarle al alma de las piedras los seres que desde hace siglos mantienen atrapados». De hecho, en todo tipo de materiales, pero sobre todo en piedra de Calatorao, pulida con texturas, Fontecha hace un sinfín de animales, híbridos, pero también inventados e incluso monstruosos.

La escultura, de carácter monumental, que se ha instalado en el exterior de Aquagraria, a modo de pórtico de la muestra. ¿Es un caballo, un camello, un sueño del escultor?
La escultura, de carácter monumental, que se ha instalado en el exterior de Aquagraria, a modo de pórtico de la muestra. ¿Es un caballo, un camello, un sueño del escultor?
A. C./Heraldo.

Poco a poco, Juan empezó a trasladarse a Galicia. Y sería en 1996 cuando se instaló en una especie de remolque en Campo Lameiro, en las afueras de Pontevedra. «Allí contactó con los canteros y los escultores y vivió más de una década muy feliz. Trabajó mucho, conoció muchas piedras y vendió mucho. Vivía modestamente, con su perro y sus piedras. Por allí tuvo un mecenas y vendió muchísimo. Se presentaba a los concursos, pero no quería ganar. De hecho si le ocurría casi le incomodaba», cuenta Sergio. «En Galicia dejó muy buena imagen, el recuerdo de un artista laborioso, entregado y soñador; de hecho allí proyectan hacerle un homenaje», agrega Ricardo. 

Un testimonio de primera mano de la época de Galicia nos lo ofrece el escultor Fran Remiseiro. Dice: “Juan Fontecha pasó 13 años de su vida en Galicia, una época esencialmente feliz. Tres razones pueden haber ayudado a alcanzar este estado… Salud y vitalidad, porque Juan rondaba los 50 años cuando llegó a Galicia, ya traía experiencia y bagaje para abrirse camino en su arte. Otro motivo tiene que ver con los medios económicos y materiales que le permitieron invertir todas sus energías en su proyecto artístico”, avanza el escultor, que le prepara un homenaje en tierras galaicas.

Añade: “En 1995, Fontecha llegó por primera vez a Galicia para participar en el Simposio Internacional de Escultura al aire libre de O Grove; participó en cuatro ediciones hasta ganar el primer premio en 1998. En su segunda participación, en 1996, conoció a Raimundo Martínez, un entusiasta emprendedor de la escultura que se convertiría en mecenas de Juan durante dos años. Después de esa relación (que no terminó ni por conflicto ni por enemistad), Juan descubre que consigue vender trabajo de forma bastante pasiva. Sergio González Casais, dueño de un bar muy especial, repleto de actividades culturales de todo tipo, tendrá en esto mucho que ver, Sergio fue decisivo al poner en contacto con el público la obra de Juan Fontecha”.

Una de las pocas piezas a las que le dio título. Un alegato contra la guerra.
Una de las pocas piezas a las que le dio título. Un alegato contra la guerra. La tituló: 'Holocausto en Bagdad'
A. C./Heraldo.

Fontecha vivió como un ermitaño, como un artista puro y primitivo, en contacto con la naturaleza, los bosques, los ríos, la lluvia y los vientos airados y musicales. Insiste Remiseiro, que ofrece algunos apuntes claves que explican la actitud del escultor ante los materiales y el corazón mismo de la piedra: “El último motivo para incidir en ese especial estado de vida de Juan fue el lugar donde vivió durante trece años, Juan vivió en un lugar encantado, en el pequeño pueblo de Couso que pertenece al municipio de Campo Lameiro. Una coincidencia geológica provocó que en la cima del Couso aflorara un mineral muy raro en el planeta, una piedra plutónica negra que los geólogos llaman monzonita, conocida aquí como piedra de Couso. Juan vivía al pie de la cantera, en un paisaje verde y fresco lleno de encinas y sembrado de petroglifos. Juan quedó fascinado por el peso inmaterial que tiene la piedra en Galicia, vestigio de una cultura megalítica. En Galicia la piedra es más que materia, es un soporte místico, las piedras que curan, las piedras que cantan, las piedras que flotan, como en Padrón el cuerpo del apóstol en la barca de piedra… Juan Fontecha imprimió en su obra un primitivismo innato, muy ligado al mundo pastoril, al arte de los pastores. Él mismo fue pastor con su padre cuando era niño. Un arte, el de los pastores, poco estudiado, pero que sirvió de puente para acercarse a la comprensión de ese gran misterio del arte primitivo”. 

Fran, que despeja aquí algunos secretos y episodios de la larga estancia galaica del escultor, culmina su recuerdo con este retrato: “Para mí, Juan Fontecha fue un místico ermitaño, separado voluntariamente del mundo, que creó su obra en silencio. Sabía que sólo existe lo que se hace en silencio.

'El Abuelo', una de sus esculturas más rotundas y hermosas, que hizo para el Parque Escultórico de Hinojosa de Jarque (Teruel).
'El Abuelo', una de sus esculturas más rotundas y hermosas, que hizo para el Parque Escultórico de Hinojosa de Jarque (Teruel).
Archivo Florencio de Pedro.

En 2010 regresó a Ejea de los Caballeros, a la casa familiar, que compartía con su sobrina, profesora. Nunca dejó de dibujar, de afanarse en seguir creando. Por todas las partes había esculturas de distintos formatos. Como se ve en la muestra, ‘Resonancia escultórica’, tan variada y personal, casi un monstruario de la imaginación, que se cerrará el 21 de julio en Aquagraria, un lugar evocador y deslumbrante que es un canto a la agricultura, a los campesinos y a la industrialización de las Cinco Villas desde los años 30. La muestra se completa con algunos dibujos y varias colecciones de fotos, en Ejea y Campo Lameiro, donde se ve a Juan en sus procesos escultóricos, casi siempre acompañado de su perro.

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