Por
  • Enrique Abenia

'Strangers': Máscaras en el bosque

"The Strangers - Chapter 1".
"The Strangers - Chapter 1".
John Armour/Lionsgate

No pocas veces las franquicias cinematográficas efectúan movimientos peculiares. ‘Los extraños’ (2008), con Liv Tyler y Scott Speedman, gustó por la tensión, la frialdad y la concisión narrativa plasmadas por Bryan Bertino. Lo más perturbador del ataque que sufría la pareja protagonista en su casa era detectar que en la actitud de los enmascarados no había otra razón que la del placer malsano por hacer sufrir. Esta ‘home invasion’ dio lugar, diez años después, a ‘Los extraños. Cacería nocturna’, secuela reivindicable por el trabajo de Johannes Roberts como artesano de serie B. 

‘Strangers. Capítulo 1’ choca por la decisión de que hayan optado directamente por el ‘remake’ y porque se trata de un reinicio concebido como trilogía y además se encarga de la misma Renny Harlin. El finlandés, todo un superviviente de la industria y con experiencia en producciones variopintas desde que pasó su tiempo en Hollywood, ofrece una película de terror de las que no seducen pero que funcionan cuando el aficionado les exige una marcha más.

Aunque carece de la fuerza de los títulos anteriores, retiene la carga inquietante de las figuras que se quedan mirando fijamente y de las máscaras en ese contexto. El carácter transitado de la estructura y de lo expuesto convive con la eficacia natural de los elementos clásicos: los novios de viaje, el desvío, la parada en un pueblo perdido en el que se observa con desconfianza a los de fuera, el coche averiado, la noche en la cabaña en medio del bosque… 

‘Strangers. Capítulo 1’ **
Director:Renny Harlin.
Música:Justin Burnett y Òscar Senén.
Intérpretes:Madelaine Petsch y Froy Gutiérrez.

A pesar de que a la historia le cuesta arrancar (se detiene más de la cuenta en mostrar el sigilo de los psicópatas), el proceso lo compensa con la violencia canalizada y con el detalle de que los asaltantes dejan vía libre a las víctimas porque juegan con ellas.

El filme, ambientado en Oregón y en realidad rodado en Eslovaquia, acaba con un final que, dentro de que sabe a poco, activa cierta curiosidad por las continuaciones.

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