Con la arrolladora actuación de los californianos Robert Jon & The Wreck concluyó el jueves por todo lo alto el XXX Bourbon Festival en el Centro Las Armas, con mayor capacidad que su emplazamiento habitual, el Rock & Blues Café. Precisamente en este último lugar vimos hace unos años a esta banda afiliada al rock sureño de resonancias setenteras, que entonces nos causó una magnífica impresión; quizá sea que con la edad este cronista se está volviendo un poco tiquismiquis -o viejuno-, pero esta vez me quedé con una sensación bastante diferente, a pesar de la evidencia incontestable de que los californianos habían arrasado y nadie en su sano juicio puede negarles su calidad y poderío.

Porque los hechos objetivos son esos: Robert Jon & The Wreck exhibieron un sonido apabullante, indudable virtuosismo instrumental, rotundas cabalgadas eléctricas, y en sus mejores momentos nos remiten a bandas tan señeras y fundamentales del rock americano de los años 70 como Allman Brothers o Little Feat, o de tiempos más recientes como The Black Crowes. Y sin embargo a quien suscribe no terminaron de convencerle, mucho menos de emocionarle como en la anterior ocasión; ahí ya entra en juego la subjetividad personal de cada uno.

Quizás parte de la culpa la tuviera su guitarrista Henry James (distinto del de la última vez), uno de esos tipos propensos a los solos con notas a cascoporro, que acaba resultando agotador, más vistoso y efectista que imaginativo y sutil. O quizás sea que las canciones de la banda, sin estar mal, no son ningún prodigio de personalidad, y en vivo a menudo recurren a fórmulas y trucos que se aprenden en primer curso de rock americano; por ejemplo, en el bis construyeron un clímax eléctrico que se veía venir de lejos. Así, en los temas más contenidos sí se pudo disfrutar mejor de las capacidades instrumentales de la banda. O quizá simplemente uno tenía el día tonto.