LITERATURA UNIVERSAL. ARTES & LETRAS

Fernando Pessoa, Virginia Woolf y Edith Wharton: escrito en el libro de los viajeros

Tres historias: el poeta y Lisboa; la narradora británica en Londres y los viajes por España y Aragón de la autora de 'La edad de la inocencia'

Edith Wharton viajó por España y por Aragón con su amante y amigo Walter Berry.
Edith Wharton viajó por España y por Aragón con su amante y amigo Walter Berry.
Archivo Heraldo.es

«Ya he visto todo lo que todavía no he visto». Fernando Pessoa (Lisboa 1888-1935) sabía que había islas en los mares del Sur y amores cosmopolitas, pero la gran fuerza de su costumbre hizo volar siempre sus sueños hacia el cuarto piso de la calle de los Doradores donde vivía. Lisboa, su «rincón doméstico del universo», fue el amor fiel al que entregó, con terrible discreción, el apasionado arrebato de sus ojos y su pluma.

Desde la soledad de una silla de barrio, junto a la inseparable botella de aguardiente, degustaba Fernando Pessoa «el espectáculo completo del mundo», la ciudad de Lisboa con el azul verdoso río Tajo al fondo. «No es en los anchos campos o en los grandes jardines donde veo llegar la primavera. Es en los pobres árboles de una plazuela de mi ciudad».

«Transeúnte eterno» de sí mismo, nunca deseó ver el ocaso desde las torres de Constantinopla y, sin embargo, dejó versos y palabras inolvidables escritas en el intemporal libro de los viajeros para así entretenerse de la espera de la muerte en esta posada de la vida. «¿Viajar? Para viajar basta con existir. Voy de día en día como de estación en estación asomado a mis calles y mis plazas, a los gestos y a los rostros, siempre iguales, siempre diferentes, como, al final, lo son todos los paisajes pues no hay otro paisaje sino el que somos», escribió el autor del ‘Libro del desasosiego’.

Un amor secreto

La inquieta Virginia Woolf (Londres 1882-1941) envidiaba a Henry James su condición de «extranjero norteamericano» porque podía admirar Londres con ojos «no embotados por la costumbre». Como los antiguos viajeros del XVIII y XIX para los que nunca hubo una tierra inhabitable ni un mar que no se pudiera navegar.

La niña Virginia imaginaba que el tren que llevaba a toda su familia a Cornualles en los veranos de su infancia era «un mago que la transportaba a otro mundo, casi a otra época» porque, de repente, aparecían en la ventanilla lugares «inesperados y secretos» que desbordaban su fantasía. Pero fue Londres el amor heterodoxo y privado de Virginia, el que le hizo sentir el inmenso placer de perderse por sus calles y ser una más entre «el amplio ejército de anónimos caminantes», la ciudad que acompañó su alma vagabunda y alimentó sus novelas de otras muchas vidas posibles. Londres fue la aventura secreta de la que fueron naciendo los personajes de sus libros. (Virginia Woolf, por cierto, estuvo tres veces en España, y en una de ellas en Zaragoza, en 1912, en su luna de miel y mandó una carta a una amiga).

Pasión incurable por la carretera

A Edith Wharton (Nueva York 1862-Francia 1937), la viajera y escritora norteamericana autora de la novela ‘La edad de la inocencia’, su Nueva York natal le resultó siempre pequeño y limitador y, desde muy joven, necesitó disfrutar de la «diversidad visual del mundo». No le bastó con dejar volar su imaginación desde los «asfixiantes interiores» de un hogar y un matrimonio en los que se sentía fuera de lugar, sino que abrió de par en par sus alas para volar en pos de cualquier descubrimiento que estuviera más allá de su realidad.

A finales del siglo XIX recorrió Italia en coche de caballos sobrecogida por la «avalancha de arte» y belleza del país. Fascinada después por la aparición del automóvil y su «ritmo rápido e impetuoso», recorrió Francia, de cuya cultura se enamoró y donde se quedó a vivir. «Es en los paréntesis de un viaje donde el viajero accede a las impresiones más íntimas que le ayudan a componer la imagen de cada lugar».

Edith Wharton visitó España por primera vez en 1912, un país remoto, le pareció, y «alejado de todo lo cotidiano» en el que las carreteras eran «notoriamente malas, apenas se puede contar con mapas de ruta fiables y las fondas de pueblo son más que dudosas».

Regresó en 1925 con su amante y amigo Walter Berry y juntos recorrieron Aragón y Navarra. Es solo «a través de un confuso arrebato de palabras como puedo plasmar mis impresiones de la catedral de Jaca ya que se niegan a encajar en ningún lugar, a no ser aroma y sombras. Cada vez que entro en ella es como si fuese mi primera iglesia, mi primer vislumbre al corazón de España». Viajaron en coche a Santa Cruz de la Serós donde tuvieron que esperar a conseguir mulas para subir al monasterio de San Juan de la Peña al día siguiente. En Sangüesa, «el extraordinario pueblito sobre el río Aragón», visitaron el castillo de piedra y la iglesia de Santa María, «una de las iglesias románicas más curiosas que he visto».

Edith ¨Wharton: «Es en los paréntesis de un viaje donde el viajero accede a las impresiones más íntimas que le ayudan a componer la imagen de cada lugar»

Atravesaron la también entonces España vacía, «desérticas tierras baldías entre Olite y Valtierra» sin casas ni pueblos y al anochecer del 24 de septiembre llegaron a Zaragoza donde se alojaron en «el agradable hotel Palace cuyo dueño habla francés». Visitaron La Seo, bella como una mezquita y la basílica del Pilar. «El incienso es más rico aquí que en ninguna otra parte. Vi la capilla resplandeciente abarrotada de cuerpos negros orantes», anotó.

Cuando en 1928 murió Walter Berry, ella quiso volver a la España que conoció con él. «La vida es la cosa más triste que existe, después de la muerte, pero siempre hay nuevos países que ver. El mundo visible es un milagro cotidiano para quienes tienen ojos y oídos», resumió Wharton.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión