HISTORIA. ARTES & LETRAS

«Franco no sienta ni a un solo intelectual en el consejo de ministros a lo largo de 40 años»

El historiador Nicolás Sesma (Vitoria, 1977), oscense de adopción y profesor en Grenoble, habla de su libro 'Ni una ni grande ni libre' (Crítica)

Nicolás Sesma, hace algunas días, cuando presentó su libro en Antígona.
Nicolás Sesma, hace algunas días, cuando presentó su libro en Antígona.
A. C./Heraldo.

Siempre he preguntado mucho, quería saber cosas de Historia. Mi madre era francesa, de Normandía, la zona del Desembarco estaba muy cerca de donde nació ella, y recuerdo ir de crío a las playas. Con los aniversarios, había tanques, había desfiles de veteranos, y aquello me fascinaba. En parte en los 80, en el Instituto, y en los 90 en la Universidad, Huesca fue clave en mi vida. Una figura como Ramón Acín, muy oscurecida al principio, poco a poco fue saliendo a la luz con lo que eso significaba. Y poco a poco te viene todo…», dice Nicolás Sesma, nacido en Vitoria en 1977, oscense de adopción, y formado en Huesca y Zaragoza, autor de un libro que está dando mucho que hablar: ‘Ni una ni grande ni libre. La dictadura franquista’ (Crítica).

Acín es importante en su libro, claro, pero hay otra figura a la que no sería indiferente: Orwell.

Claro, Orwell. De hecho ‘Ni una ni grande ni libre’ acaba con Georges Orwelll, que se toma el café, que siempre pensó que se podría tomar, en Huesca. Le doy esa posibilidad. El último capítulo del libro empieza en Alcubierre, en 1974, cuando hay una concentración de falangistas. Me digo: «Si Orwell levantara la cabeza, tantos años después de muerto, y viera una concentración así, pensaría que no ha cambiado nada». Luego vuelve unos años después, ya más tranquilo, abre el periódico y ve que el país ha cambiado y ha mejorado.

Luego se vino a Zaragoza.

Sí, sí. Soy un producto ‘standard’ de la Universidad de Zaragoza. Soy discípulo de Miguel Ángel Ruiz Carnicer; los directores de mi tesis fueron él y una profesora norteamericana que se llama Victoria de Gracia. Aquí había mucha gente excepcional: Carlos Forcadell, Julián Casanova, Carmelo Romero, Mercedes Yusta, Inmaculada Blasco, Carmen Frías, Pedro Rújula, Ignacio Peiró, Ángela Cenarro, etc. La lista es inmensa y de máxima calidad. Tenemos la mejor facultad de historia contemporánea de España, pero de largo. La gente que se formó aquí estamos repartidos por medio mundo.

¿Cuál es su secuencia?

Después de estar aquí, fui a la Residencia de Estudiantes y luego a Florencia, al Instituto Universitario Europeo, donde éramos varios. Y he estado varios años en Wisconsin, Madrid, y a Columbia (Nueva York). Estuve dos años en Zaragoza, me acredité en Francia y vivo y trabajo en Grenoble.

Vayamos con el libro. ¿Nace de su tesis doctoral?

No. El libro es una cuenta pendiente. Me faltaba publicar un libro de referencia y para el gran público. Tal está planteada la carrera académica en España, es difícil hacer libros para el gran público porque tienes más estar más centrado en escribir artículos para revistas especializadas y yo se creo que se ha perdido el contacto con el público. Julián Casanova es el ejemplo perfecto de conexión con el público. Yo quería hacer un libro para muchos lectores y pensé que con todo lo que había visto estaba preparado. En un principio iba a salir más corto.

¿Qué pasó?

Que me ha salido más extenso: hay muchas referencias actuales, películas, libros, arte, alusiones a la imagen…

¿Es un libro pensado para los jóvenes?

En parte sí. Tengo muchos amigos que son profesores de Secundaria y antiguos amigos de la carrera, y dicen que las generaciones nuevas vienen con una imagen de la dictadura como con mitos: «Ah, entonces, sí que se respetaba España». «Ah, esto funcionaba muy bien». Tienes que decirles que algunas ideas u opiniones no resisten el más mínimo contraste con la realidad.

¿Por ejemplo?

En una ciudad tan militar como Zaragoza, ser militar estaba muy devaluado, mal visto incluso socialmente porque se participaba en una parte de la represión de la población. La democracia ha tratado mucho mejor al ejército o a las fuerzas de seguridad que las trató la dictadura.

Siga…

Si se dice que se defendía mejor a España. La soberanía nacional se entregó por 30 monedas y a Estados Unidos por la Base. Y nosotros, en Zaragoza, deberíamos ser muy conscientes de ello. Pero se entregó también a Argentina en los acuerdos con Perón; el acuerdo con El Vaticano tiene algo de enajenación de soberanía nacional también. Hay una cosa: ninguna Base de la Otán está cerca de una ciudad grande. Y fíjese en Madrid, Zaragoza, Sevilla, aquí todas cerca de ciudades grandes. La consideración por tu propia población no es nada favorable.

¿Es el libro una desmitificación absoluta de la dictadura?

Si estaba ocurriendo eso, se trataba de frenarlo también. Y la obra idea fuerte es que la dictadura no fue solo Franco. Cualquiera que trabaje en un ministerio o en una gran empresa, sabe que hasta que se toma la decisión final, esta ha tenido que pasar por una maquinaria que prepara las decisiones. Es imposible pensar que Franco controlase todos los aspectos del Estado.

No sé si confiaba o hacía dejación pero Franco no estaba al tanto de todo, ¿no?

No estaba al tanto, ni siquiera le interesaban pero confiaba que la gente que estaba al cargo de algunos asuntos iba a hacer bien su trabajo. Las relaciones culturales, por ejemplo, no le interesaban nada. De hecho no sienta ni a un solo intelectual en el consejo de ministros en 40 años. Pero confía en la gente que le organiza las exposiciones de arte de vanguardia en Nueva York, en la gente que hace la Bienal de Venecia, las bienales de cine o Alta Costura.

Con algún escándalo, como el caso de Viridiana, ¿no?

Luis Buñuel, que es un tocahuevos o un provocador profesional, sabía lo que hacía. A eso se dedicaba con inmenso talento y mucha intención.

¿Qué ha descubierto de Franco que eran mitos?

La idea de que la clase política franquista era mediocre hay que desterrarla. Si fuera tan mala o tan mediocre su política exterior, ¿por qué duró 40 años? Hay una frase de Vázquez Montalbán que es: «Olvidar el franquismo es olvidar el antifranquismo». Y yo la readapto un poco: «Hacer caricatura del franquismo es, en realidad, hacer caricatura del antifranquismo». La dictadura es hábil para mantenerse en el poder, para adaptarse a las situaciones internacionales. Se dice: «La guerra fría salva a la dictadura». Bien. El cuerpo diplomático no es esencialmente franquista, es más bien conservador y monárquico, y hace muy bien trabajo. Es como un matrimonio de conveniencia y eso le pasó a Franco con muchos sectores sociales.

A algunos grupos los dejó vivir sin conflictos…

Persigue a comunistas y masones, pero deja un poco de lado a los monárquicos porque tampoco quería generar mucho escándalo. Además era gente con dinero. Un caso muy claro es el Duque de Alba. Lo tiene de embajador en Londres, aunque no se fía de él. Ha sido patrono de la Residencia de Estudiantes, no se olvida de esa conexión con el Instituto Libre de Enseñanza, pero sabe que es irreemplazable: conoce a todo el mundo, da muy buena información, muchas veces no le gusta lo que le dice, pero sabe que no puede prescindir de él y, mucho menos, tampoco lo puede reprimir.

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