Sobre el apacible lecho sonoro de la cuerda en pizzicato, danzaron las maderas la poética melodía con que da comienzo la ‘Pavana para orquesta, en Fa sostenido menor, Op. 50’, de Fauré, primera de las obras que la Orchestre Nacional de France, bajo la batuta de Cristian Mâcelaru, ofreció en el concierto del lunes, día 20, perteneciente a la Temporada de Grandes Conciertos del Auditorio. La sucesiva incorporación del bloque instrumental dio consistencia a este breve apunte sinfónico de resonancias líricas que inspiró a escritores tan eminentes como Paul Verlaine o Marcel Proust.

La entrada en el escenario del pianista Alexander Kantorow para enfrentarse al complejo ‘Concierto para piano nº 2, en Fa menor, Op. 21’, de Chopin, ya desató los aplausos del público que llenaba la sala Mozart. La orquesta arrancó con el Maestoso inicial, de una contundencia estructural admirable, como anticipándose a los primeros compases del solista. Pulsación limpia, diáfana y casi entusiasta la suya, ejecutando las escalas y los arpegios con elegante brillantez. La relación del pianista con el conjunto orquestal fue siempre proporcionada, fruto de la matización con que Mâcelaru gobernó a sus instrumentistas.

El intimista Larghetto, un prodigio emocional a cargo del teclado exprimiendo la carga armónica de ese portentoso primer tema, resultó de una exquisitez estremecedora. El Allegro vivace final, de reminiscencias folklóricas, completó una interpretación de gran nivel. 

La segunda parte estuvo dedicada a la música para el ballet ‘Romeo y Julieta’, de Prokofiev, de la que se interpretaron melodías de tres de las suites compuestas por el genio ruso. Una interpretación genial, contundente y memorable, destacando el episodio de ‘Montescos y Capuletos’. La propina con la Bacanal de ‘Sansón y Dalila’, de Saint-Saëns, no hubiera sido necesaria.