Una flor en el cactus
Merece la pena. Aunque sea cosa de una vez al año. A veces salen varias seguidas, que se suceden en el afloramiento durante algunos días: una muere y la otra brota, rozagantes ambas en todo su esplendor durante esas horas suyas de eclosión. Son fantásticas, las flores en los cactus. Mucho mejores que las rosas del rosal de Mecano, que pinchaban porque una rosa era una rosa. Las flores en el cactus son maravillas que brotan en medio de la adversidad, sin otra explicación posible que la botánica: nadie apostaría a priori por ellas.
No sé si la marca ACME tuvo algo que ver en el origen de este misterio; probablemente no, porquehay constancia de cactus florecidos antes de 1912, año de nacimiento del animador Chuck Jones, padre del Coyote y el Correcaminos. Jones, como tantos y tantos seres trasplantados a este mundo desde otro carente de hiel, campanas de Gauss o reglas cartesianas, nos enseñó a compadecernos de los villanos torpes, valorar la belleza duradera y, sobre todo, extasiarnos ante la efímera.
Una flor de cactus es un canto de cisne, el do de pecho, el rayo verde, la ración de sinrazón que permite digerir el rancho de caldo chusco, el verso redondo que no se busca, una llama prensada, un suspiro liofilizado, la última página de un libro que no quieres terminar, un recuerdo hermoso que regresa por sorpresa. Mirarla es entender que la naturaleza se ríe a mandíbula batiente de la lógica, siempre tan poco aplastante; verla ajarse en tan poco tiempo invita a extrapolar esa fugaz existencia a nuestras propias realidades, al reloj vital que cada vez corre más hacia su detención definitiva, dejando marcas en la piel y el alma como si fuera un asesino silencioso. Así que sí: urge comprar un cactus. O dos.
