música

La apuesta de Joshua Bell

El genial violinista estadounidense regresa este miércoles al Auditorio de Zaragoza. En la capital aragonesa sufrió en 2012 un conato de robo de su Stradivarius de 4 millones de euros

El violinista estadounidense Joshua Bell.
El violinista estadounidense Joshua Bell.
J. B. W.

La actuación de este miércoles 24 de abril del violinista Joshua Bell al frente de la Orquesta de Cámara de Europa en el Auditorio de Zaragoza, me hace recordar dos episodios singulares de los que fue protagonista. Voy a citarlos en un orden cronológico inverso.

El segundo de ellos, acontecido en 2012, año bisiesto, con ocasión de su presencia en nuestra ciudad para actuar en un concierto, programado para el 29 de febrero, consistió en un conato de robo de su extraordinario violín Stradivarius de 1713, adquirido en 2003 por un importe de cuatro millones de euros.

Unos ladrones profesionales entraron en el hotel donde se alojaba, accedieron a su habitación y consiguieron abrir la caja fuerte. El violín no estaba allí, puesto que el artista no se separa de él en ningún momento. Había acudido al Auditorio para ensayar in situ la actuación que debía desarrollar por la tarde.

Los ladrones se apoderaron de un valioso reloj de 30.000 euros, de un ordenador portátil y de algunos otros objetos personales, pero su verdadero tesoro, el violín que hasta tiene nombre propio, Gibson ex-Huberman Stradivarius, no sufrió ningún perjuicio. De ello dio cuenta cumplida este diario el 4 de marzo, en cuanto se conoció el conato de robo.

La policía, el Grupo de Delincuencia Organizada de la Udyco de Zaragoza, inició las pertinentes investigaciones. El rastro de los ladrones les condujo a La Coruña, por lo que se pusieron en contacto con el Grupo de Delincuencia Organizada de la UDEV de la ciudad gallega.

Tras comprobar que se trataba de los mismos individuos, se logró identificar a uno de ellos, a mediados de marzo. En dicha localidad, y siguiendo el mismo modus operandi, uno de los investigados alquiló una habitación en un hotel de lujo, donde a su vez se alojaba el grupo musical Les Luthiers que iban a ofrecer un concierto los días siguientes. Los geniales artistas argentinos se libraron de un problema inesperado.

Experimento en Washington

El primero de los episodios que la presencia de Joshua Bell en nuestra ciudad estos días me hace recordar, tuvo lugar años antes en el metro de Washington, en 2007. El violinista decidió hacer un experimento sociológico. El día anterior había ofrecido un concierto del máximo nivel en el Boston Palace, en el que obtuvo un enorme éxito. A primera hora de la mañana siguiente se disfrazó de músico callejero y se instaló con su violín Stradivarius en los pasillos de la estación del metro. Es un recurso frecuente utilizado por músicos aficionados que buscan abrirse camino y obtener algún recurso económico con sus interpretaciones callejeras. 

Al famoso violinista no lo reconoció nadie, ataviado de aquella manera. Tal vez la mayoría de los viajeros matutinos no estaban interesados por ese tipo de música, o las habituales prisas con las que se vive en el mundo urbano les hicieron pasar de largo ante un artista al que seguramente tampoco reconocieron. 

Este episodio me hace reflexionar sobre las ocasiones en las que se valora a alguien más por su fama que por su producción. Si Joshua Bell hubiera puesto un rótulo a sus pies indicando su nombre, algunos de los apresurados transeúntes mañaneros se hubieran detenido ante él, quizá más por su persona que por su música.

Alguien comentó en aquella ocasión que el lugar no era el idóneo para hacer el experimento, por las prisas que suelen condicionar el tránsito por los pasillos y galerías de un metro suburbano. A mi entender, sin embargo, si el violinista se hubiera instalado en un parque tranquilo, ataviado de la misma manera y sin citar su nombre, tampoco hubiera conseguido una gran audiencia. A pesar de tratarse de la capital de los Estados Unidos de América, no hubieran sido muchos quienes lo identificaran y eso les motivara para detenerse unos minutos a escuchar su música. 

En términos generales, vivimos hoy día de unos presupuestos culturales basados en la publicidad o en la popularidad, que no siempre tienen en cuenta la calidad del intérprete. El mismo experimento de Joshua Bell, hace más de tres lustros, pudiera haberlo realizado cualquier otro músico de semejante nivel en una ciudad culta de Europa, con resultados similares. 

Me consuela la idea de que en la nuestra, donde la afición a la música clásica está en franco crecimiento, no hubiera ocurrido lo mismo. Estén atentos los ciudadanos por si el próximo jueves, día 25, muy de mañana, encuentran a un violinista anónimo, ataviado de manera informal, ofreciendo su arte a los transeúntes bajo una de las arcadas del Paseo de la Independencia.

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