Malena Alterio es una de esas actrices con las que gusta reencontrarse. Asociada sobre todo a la comedia y a ‘Aquí no hay quien viva’, sus interpretaciones siempre han transmitido riqueza en los detalles y capacidad para el matiz. ‘Que nadie duerma’ exhibe precisamente el talento que se veía que podía desplegar en el cauce dramático. Antonio Méndez Esparza, director de ‘La vida y nada más’, lo canaliza y potencia de manera que la actriz ofrece un trabajo estupendo y de los que transforman una trayectoria. Esta adaptación de la novela homónima de Juan José Millás, difícil de trasladar a la pantalla, instala en el interés por la encarnación de Alterio y por la inspiración de Méndez Esparza en el tratamiento, el tono y la descripción de la protagonista, una mujer en torno a la que se vislumbra el desmoronamiento.

La cuestión de la deriva que va a llegar resuena en una narración atrayente por la modulación del tipo de historia, reconocible y con exponentes e influencias célebres. Lucía, el personaje, necesita un cambio frente a su realidad gris y lo busca ejerciendo de taxista mientras se agarra al estímulo representado en la música de ópera que le recuerda al vecino actor que la cautiva y luego desaparece. Uno se fija en lo que comenta a los clientes, en las relaciones que establece, en las decisiones que toma, en las cosas a las que se lanza y también en su tendencia a refugiarse en su propia ficción, aspecto simbolizado en la ilusión que guarda y, aparte, en lo que asoma cuando habla de su madre fallecida.

La exposición aplica rasgos de drama social, vía con toques de realismo que conectan con la trayectoria previa del autor, para después, como se espera, entre en escena el componente de ‘thriller’ cuando surgen el choque, el impacto y la respuesta ante el doloroso descubrimiento. Los momentos en este marco de evolución desprenden intensidad y contundencia así como expresan la entrega de Alterio.