Sabino Fernández Campos, con dieciséis años al servicio de la Casa Real de S.M. el Rey Juan Carlos I, se preguntaba si ‘El príncipe’ de Maquiavelo, en lugar de un manual de consejos, no sería una descripción para halagar el comportamiento de los monarcas absolutistas del siglo XVI que bajo lema: El monarca es el Estado, aspiraban a mantener su buena salud aunque tuvieran que utilizar la violencia y la crueldad. El texto de Cardeña recoge situaciones históricas descritas por Maquiavelo, las aterriza en un contexto contemporáneo, y pone en evidencia cómo el actual individualismo postmoderno también confunde las instituciones con las personas que las representan para alimentar la decadencia de los regímenes democráticos.

Una escenografía diáfana divide en tres el espacio. La esquinita de los micrófonos y la imagen para lanzar consignas al ciudadano. Un lateral para los que tienen la capacidad de presionar al Estado por vía telefónica: Fija para los magnates, móvil para la iglesia y el pinganillo para los jueces. La política en el centro se encarga de organizar prioridades, mangonear ideas y si hace falta decapitar al disidente. Cualquier cosa para permanecer en el sillón del poder.

José Vicente Moirón deambula con destreza entre todos estos espacios modificando la energía de pequeños detalles en dicción y gestualidad. Una interpretación tan sobria como brillante merece desdoblarse en un partenaire que, situado en el espacio de la política, gire la historia con una réplica para proporcionarnos otro punto de vista narrativo. Como ocurre cuando el personaje rompe la cuarta pared, cuenta en tercera persona los prolegómenos de su ascenso, y subraya como la ambición desmedida es un factor determinante para fundir las miserias personales con el uso despiadado del poder.