'Moonfall': la órbita de la destrucción
Como ocurre con los actores, hay directores fuertemente asociados a géneros y temáticas. Pensar en Roland Emmerich, artífice de ‘Independence Day’, ‘El día de mañana’, ‘2012’, ‘Godzilla’ o ‘Asalto al poder’, remite de manera automática a las catástrofes y al espectáculo de la destrucción, exposición acompañada del juego con la desmesura. El alemán amplía su filmografía en torno a las formas del fin del mundo con ‘Moonfall’, en la que la Luna establece un desconcertante cambio de órbita debido a la intervención de una inteligencia artificial alienígena. Cuando todo parece perdido, la última oportunidad pasa por la desesperada misión de una jefa de la NASA, un exastronauta defenestrado y un conspiranoico de mente privilegiada, personajes interpretados con corrección por Halle Berry, Patrick Wilson y John Bradley. De presupuesto considerable, y dentro de que sus efectos visuales no siempre concuerden con dicho coste, luce aparente sin que en ningún momento oculte su alma de serie B. Este matiz motiva que sea una de esas películas que despiertan afinidad aunque se detecten sus deficiencias (su elevada concentración de inverosimilitudes y licencias).
La simpatía se refuerza por su tono honesto, por el empeño de Emmerich en este tipo de cine y por su desprejuiciado abrazo de la ciencia ficción más descabellada y delirante. Una vía no exenta de osadía y que se manifiesta, por la modulación de las ideas en las que se inspira, una vez comienzan las sorpresas en el interior lunar. La narración plasma las revelaciones con seriedad, en contraste con el lógico recurso humorístico de caricaturizar el perfil del falso doctor.
El filme, en parte financiado por China (saberlo hace que no pasen desapercibidos algunos apuntes), genera una ligera indiferencia en lo relativo a los problemas familiares de los héroes y a la subtrama dedicada a estos seres queridos, enfocada a mostrar lo que sucede mientras tanto.