Sin emoción no hay teatro
Peter Pan de James M. Barrie nació en 1904 como una función de teatro sobre alguien que no quiere ser mayor. Alcanzó popularidad gracias a la versión de Disney y su retrato del niño eterno que vive en un mundo fantástico. La versión musical que se programa en el Teatro Principal defiende que "la conservación de la inocencia infantil" y seguir creyendo en las hadas es un buen camino para ser adultos.
La compañía Theatre Properties presentó el pasado mes de octubre un musical sobre Romeo y Julieta, en aquella ocasión reflexioné sobre sus veinte años montando espectáculos y lo que eso significaba en cuanto a experiencia para una compañía especializada en manejar el lenguaje que precisa un musical, y me preguntaba si podíamos llamar musical a un espectáculo que mezclaba voces en directo con sonidos grabados. No llegué a resolver mi duda y está vez ha sido diferente, todo ha ido a peor.
Peter Pan es una función levantada sobre un exceso de audios pregrabados que reproducidos con escasa calidad, convierten músicas y diálogos en un muro que interfiere la comunicación entre el escenario y el público hasta anular cualquier intento de construcción teatral, precisamente porque se olvida de su esencia: Que el texto dramático se convierta en acción para conseguir un discurso. Por el escenario pasan escenografías en las que se desenvuelven personajes, canciones y coreografías, un universo orgánico asediado por una grabación de audio plana, superficial y a la que le faltan unos cuantos latidos del corazón. Da igual que se utilice el audiovisual, las acrobacias, los niños volando y el malo se presente en una pretendida apoteosis para enfrentarse al héroe. Es imposible conectar con una historia que muestra un discurso teatral tan hueco como el tufillo a ‘playback’.