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Zenobia Camprubí Aymar, retrato de una mujer en la sombra

La vida de la escritora, traductora y esposa de Juan Ramón Jiménez

Retrato de juventud de Zenobia, la esposa y compañera y cómplice del Nobel Juan Ramón Jiménez.
Alianza.

Zenobia Camprubí Aymar fue una mujer enigmática, siempre a la sombra de Juan Ramón Jiménez y siempre rodeada de la incógnita de si ese papel secundario habría sido voluntario de verdad, si su entrega había sido verdaderamente elegida o si se habría visto relegada a ese segundo plano por las convenciones de la época.

En ‘La llama viva’, la investigadora Emilia Cortés (Utiel, Valencia, 1946) ha querido arrojar luz sobre su figura y mostrarnos el retrato de esta mujer brillante, moderna y adelantada a su tiempo que decidió consagrar su vida al talento de su marido, un enorme poeta pero un complejísimo compañero.

Con una gran profusión de datos y de detalles, algo desordenada en algunos puntos, pero abrumadora en la información que ofrece, Cortés deja espacio para las palabras de la propia Zenobia, rescatadas de cartas y diarios, y reconstruye su vida desde su nacimiento en Malgrat de Mar (Barcelona) en 1887, su infancia entre España y Nueva York con su madre, portorriqueña de ascendencia norteamericana; su primer encuentro con Juan Ramón en una conferencia de Cossío en la Residencia de Estudiantes; el cortejo del poeta hasta conquistarla, a pesar de que a ella le había parecido alguien «de otra especie»; su boda, a pesar de la oposición frontal de sus padres, que conocen los problemas nerviosos del poeta; y su vida de casados, primero en España y después en el exilio (Cuba, Estados Unidos y Puerto Rico), hasta el final de sus días.

Zenobia fue una mujer de gran iniciativa: con apenas veinte años montó un negocio de exportación de artesanía; abrió una tienda llamada Arte Popular Español; tradujo a Tagore; montó otro negocio de alquiler de pisos; decoró los primeros paradores nacionales; impartió clases en universidades americanas… Gracias a su visión práctica y a algunos fondos que heredó, el matrimonio siempre tuvo ingresos y Juan Ramón pudo dedicarse a escribir.

También se implicó con causas que consideraba importantes, como instituciones que protegían la infancia –acogió a un grupo de niños huérfanos en su casa al principio de la guerra– y asociaciones de mujeres, colaboró con la Junta para Ampliación de Estudios, fundó el Lyceum Club junto a María de Maeztu y Victoria Kent, entre otras…

Juan Ramón y Zenobia vivieron juntos desde 1914 hasta 1956.
Archivo Heraldo.

Aunque desde muy joven tradujo textos y nunca dejó de publicar artículos en revistas americanas, Zenobia renunció a tener una obra propia. Decidió que su obra sería Juan Ramón. Lo hizo todo para que su marido destacase como el gran poeta que fue: le procuró el ambiente necesario para que escribiera; mecanografió sus poemas y recopiló los dispersos, tarea laboriosa pues los publicaba en revistas «heroicas que morían al segundo número»; trató con las editoriales, gestionó los cobros… Se ocupó de cualquier aspecto práctico de la vida –sobre todo, de llevar el dinero a casa– e incluso fue ella quien impulsó que la Universidad de Maryland presentara su candidatura al Premio Nobel y preparó la documentación necesaria.

‘La llama viva’ deja claro que Zenobia, mujer independiente y con carácter, nunca se sintió oprimida ni maltratada; más bien se resignó a sobrellevar la debilidad física y mental de su marido como un peso que hay que llevar en la vida, como si se tratara de un padre enfermo o de un hijo eternamente pequeño. Algunas anotaciones en su diario muestran esta zozobra («A J. R. no se le puede dejar solo en absoluto. ¡Él es queridísimo aunque me vuelva loca!»), sobre todo al final de su vida, pero también muestran el enorme amor que sentía por él.

"‘La llama viva’ deja claro que Zenobia, mujer independiente y con carácter, nunca se sintió oprimida ni maltratada; más bien se resignó a sobrellevar la debilidad física y mental de su marido como un peso que hay que llevar en la vida"

La autora se mimetiza con su biografiada a la hora de mostrar a Juan Ramón y ofrece una imagen bastante amable de él, aunque resulte inevitable verlo como un hombre triste y depresivo, enfermizo, egoísta, sólo centrado en sí mismo y permanentemente convencido de que se estaba muriendo (mientras, era ella la que estaba enferma). Sus neurastenias aumentaron con el tiempo y el exilio (una pena que los dos llevaron consigo y que en esta biografía queda algo desdibujada, pues apenas habla de la posición política de la pareja o de su condición de exiliados), y mientras Zenobia trabajaba dando clases en la universidad, Juan Ramón escribía y enfermaba, casi otra ocupación para él. Y aunque con la edad le resultó más difícil sobrellevar las exigencias del poeta, Zenobia se desvivió por él hasta en los peores momentos de su enfermedad –un cáncer cuyo tratamiento le provocaba unas quemaduras horribles– y su muerte en Puerto Rico en 1956. ‘La llama viva’ ofrece el retrato de una mujer excepcional que eligió compartir con el mundo el talento de un poeta.

BIOGRAFÍA

Zenobia Camprubí. La llama viva. Emilia Cortés. Ed. Alianza. Madrid, 2020. 443 páginas