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Se publican las memorias de Pío Muriedas, el rapsoda que sentía "el alma de Aragón"

El pintor, poeta y actor vivió en Zaragoza desde 1949 a 1962 y Miguel Labordeta escribió 'Oficina de horizonte' para él y la estrenó en el Argensola

Las memorias de Pío Muriedas.
María Luisa y Pío, con sus hijos Manuel, editor de las memorias, y Fernando, ya fallecido.
Cebolleta.

“He admirado a mi padre porque representaba la antítesis de lo que yo soy, que me he centrado en el mundo empresarial. Me conmovía su pasión por la poesía y la pintura. Y la relación que tenía con mi madre, María Luisa Goichi. No eran un matrimonio, parecían los amantes de Teruel. Eran Pío y María Luisa. Mi madre llevaba en un diario todos los recitales que hacía mi padre y todos los cuadros que pintaba. Cuando ella se murió en 1972 él que se quedó herido. Después empecé a acompañarlo a los recitales. Lo admiré en vida y lo admiro aún más después de muerto. Sentía el arte y la creación como pocas veces lo he visto”, dice desde Oviedo Manuel María Fernández Gochi (Salamanca, 1951), sobre su padre el actor, rapsoda, pintor y poeta Pío Fernández Cueto (Santander, 1903-1992), Pío Muriedas tras la Guerra Civil, que vivió en Zaragoza desde 1949 hasta 1962 y de quien se publican ahora sus ‘Recuerdos de mis pasos perdidos’ (KRK, 2020).

Las memorias constan de dos partes: una, la que va desde su juventud hasta 1960, se publicó de un modo caótico en la prensa zaragozana y ha sido reordenada para su edición; la que escribió después fue redactada en dos tomos y de modo cronológico. El libro contiene otras muchas cosas: un prólogo de Fernando Savater, que dice que Pío Muriedas fue “alguien que nació libre aunque tuviese obligadamente que arreglárselas con el tiempo que le tocó vivir y donde tuvo que crear”, un epílogo de Fernando Arrabal, una sección de poemas dedicados por grandes escritores (desde García Lorca, al que conoció y trató mucho, tres premios Nobel como Vicente Aleixandre, Camilo José Cela y Miguel Asturias, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Blas de Otero, Gabriel Celaya y su gran amigo y protector Miguel Labordeta), un apartado de poemas del propio Pío dedicados a María Luisa (“Vivirás, amada mía, mientras yo pueda pensarte / y en mi soledad tremenda yo te siento acompañarme”, le dice), una colección de retratos de diversos artistas del recitador (entre ellos Lucio Muñoz, Eduardo Vicente, Jorge Oteiza, Agustín Ibarrola o Pablo Serrano, entre otros) y también sus propios cuadros.

El libro está lleno de detalles de este artista arrollador, “recorrí América con la compañía de teatro de Margarita Xirgu y de Alfonso Muñoz”, que fue amigo del diestro Ignacio Sánchez Mejías, de su paisano Gerardo Diego, de Ramón María del Valle-Inclán, de Pío Baroja, “fue una delicia escucharle un sinfín de anédcotas”. Conoció la cárcel y el destierro, “tanto de Santander como de Asturias”. Al salir de presidio por su condición republicana se instaló en Bilbao, donde tuvo que trabajar de “pico y pala para sobrevivir y soñé como nunca un ser humano soñó jamás”. Allí conocería a la bilbaína María Luisa Gochi, con quien se casaría.

Las memorias de Pío Muriedas.
Pío Muriedas, retratado por Antonio Sedano, del que se publican varios regalos.
Antonio Sedano/KRK

Poco más tarde, recalará en Zaragoza, y en el colegio Santo Tomás de Aquino estudiarían sus dos hijos: Fernando y Manuel. Dice en sus memorias: “En 1950 estuve muy enfermo en Zaragoza y hospitalizado durante dos meses (…) En los años 40, casi 50, conocí en Zaragoza al pintor Santiago Lagunas, es de los más significativos y de mayor futuro en Aragón; su estilo de abstracción es clave, será un pintor del futufo, aunque ahora se lo nieguen”. Lagunas, arquitecto de profesión, era el líder de Pórtico, el primer grupo abstracto de España.

"Animado por mí, Miguel Labordeta escribió la obra teatral de ‘Oficina de horizonte’, que yo estrené en Zaragoza, con unos magníficos decorados de Agustín Ibarrola".

En su estancia en la capital de Aragón, Pío Muriedas vivió con su mujer en el Coso bajo, cerca del Puente de Hierro. Frecuentaba al grupo de escritores, artistas y cineastas que acudían al café Niké. Cita a muchos de ellos: Fernando Ferrero, Guillermo Gúdel, Manuel Pinillos, Emilio Alfaro, José Antonio Labordeta; dice Manuel desde Oviedo: “El político y cantautor fue profesor mío, así como otro hermano: Donato”.

Miguel Labordeta iba a ser su gran valedor. Escribe Pío: “En la década de los 50, María Luisa y yo decidimos quedarnos a residir en Zaragoza por lo bien que nos encontrábamos y por la gran amistad que nos unía a Miguel Labordeta, enorme poeta y director del Colegio Santo Tomás de Aquino (…) Animado por mí, Miguel Labordeta escribió la obra teatral de ‘Oficina de horizonte’, que yo estrené en Zaragoza, con unos magníficos decorados de Agustín Ibarrola y ante la total incomprensión de los intelectuales zaragozanos, a excepción de Julio Antonio Gómez y diez o doce intelectuales más”.

 Julio Antonio era el autor de ‘Al oeste del lago Kivú, los gorilas se suicidaban en manadas numerosísimas’, dirigía la revista ‘Papageno’ y sería el editor de Javalambre-Fuendetodos. Pío Muriedas recuerda que su relación con Miguel fue intensa e “incluso viajamos juntos por España en muchas ocasiones”. Le organizaba recitales en el colegio; y el poeta, una vez que se asentó definitivamente en Santander, lo invitó en alguna ocasión para dar algún recital.

"¡Perdona, Pío, pero antes tengo que hacer la cabeza de este, que parece que va a estallar de poesía!, ¿me dejas? Aunque contrariado, lo acepté y pensé., al finalme quedé solo con mi cabeza de carne y hueso, ya se acabó el barro".

Pío Muriedas fue muy amigo de Joan Miró, que le mandaba un dibujo o un ‘gouache’ cuando andaba en apuros. “En aquellos tiempos, Joan Miró me mandó un dibjo en color que vendí a Víctor [Bailo], el dueño de la librería Libros en Zaragoza, por 1.000 pesetas (6 euros)”.

Sobre la ciudad dice: “Recuerdo Zaragoza con tanto amor como tengo a mi ciudad. (…) El alma de Aragón siempre estará dentro de mí y estoy orgulloso de que uno de mis hijos naciera en Zaragoza. Amo tanto a Zaragoza que cuando escucho una ‘jota’, cuestión que nunca me gustó objetivamente, me entra una enorme ternura y recuerdos gratos”. Otro curioso detalle: Cuando el escultor Pablo Serrano va a hacerle una cabeza, acuden al colegio Santo Tomás, ve a Miguel Labordeta y le dice: "¡Perdona, Pío, pero antes tengo que hacer la cabeza de este, que parece que va a estallar de poesía!, ¿me dejas? Aunque contrariado, lo acepté y pensé, al final me quedé solo con mi cabeza de carne y hueso, ya se acabó el barro".

Algo más adelante dirá: “A últimos de 1962 dejé Zaragoza y me vine a continuar mi desordenada vida a Santander”, donde moriría en 1992.

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