Ocio y Cultura

José María Satué: "Sobrepuerto es montaña pura, reino del silencio"

El escritor oscense acaba de publicar un libro en el que recorre la historia íntima y reciente de un territorio azotado por la despoblación.

José María Satué
José Miguel Marco

¿Cómo nació el libro?

Como han nacido todos los míos. Quiero ser la memoria escrita de mi tierra, Sobrepuerto, que ha sido una tierra viva, de 170 familias, de 1.000 habitantes, de nueve pueblos con las chimeneas humeando. Una tierra que he conocido viva y que he visto morir. Poco a poco se fue marchando la gente, y no fue por los pantanos, sino porque no llegaba la modernidad.

Lo que hace es retratar una cultura de vida, ya desaparecida.

En gran parte sí. El libro refleja cómo era lo que yo he conocido y que en buena parte ya no está: nuestras costumbres, la forma de vida, las historias que contaba la gente... Hablábamos un aragonés puro, sin contaminar. El libro quiere ser una de las memorias escritas de Sobrepuerto y lo que lo diferencia de otros es que todo lo que cuento lo he vivido. He hecho todas las labores del campo, salvo labrar, porque mi padre no me dejaba. ¿Quién va a contar las cosas mejor que quien las ha hecho?

Quizá alguien sin tanta pasión...

Reconozco que a la hora de escribir me influye el sentimiento, me dominan las emociones. Mentalmente, yo siempre estoy allí. El 90% de las noches sueño con mi tierra.

La nostalgia, ¿es buena?

No lo sé. La nostalgia fluye, avanza con la edad. Creo que hay que controlarla.

Sobrepuerto es...

Montaña pura. El medio físico es contrario a cualquier actividad humana. A lo largo de los siglos el hombre ha intentado siempre dominar la Naturaleza y ella se ha dejado querer. Pero al final la Naturaleza tiene siempre la última palabra. Y ello se ve en Sobrepuerto mejor que en cualquier otro sitio. ¿Ha visto cómo se cultivan las laderas? A veces es necesario subir muros de piedra de cuatro y cinco metros de altura, más que la anchura de la faja de tierra que se quiere cultivar. La Naturaleza siempre gana. Hoy está borrando sin piedad las huellas del hombre que vivió allí.

En la cultura que usted retrata, no todo tiene por qué ser bueno.

La vida en Sobrepuerto, en los años de los que hablo, era muy dura, sobre todo vista desde los ojos de hoy. ¡Cómo era la vida en los años 50! Mire, recuerdo perfectamente ver llegar andando a un afilador de Orense con la rueda al hombro. Y afilaba cualquier cosa a cambio de comida o de un trapo de lana. La vida era muy dura. ¿Le cuento una cosa?

Adelante.

Mi maestra, Rosario Algarín, había nacido en un pueblo de Sevilla y vino a dar clases a Escartín, lo recuerdo perfectamente, el 7 de enero de 1952. La tuvieron que ir a buscar a Fiscal, porque en el pueblo había medio metro de nieve y no se podía apenas pasar. Vivió en mi casa. La nieve duró hasta bien entrado marzo, y recuerdo que le preguntaba a mi abuela: «Oiga, ¿pero hay ‘zuelo’ en este pueblo?». Y me abuela se reía: «Sí, sí, no se preocupe, que ya aparecerá?». Acabó siendo una más, vivió nueve años en el pueblo, y antes de irse nos dejó a todos un mensaje escrito en la pared, lamentándose por abandonarnos. Ahora se ha caído y se ha pulverizado, pero lo leímos todos los vecinos.

Habla de actividades como el pastoreo, hoy muy diferente.

El pastoreo era el abecedario de Sobrepuerto. Yo he sido pastor también, y he conocido pastores que eran como catedrales. Muchos nunca habían ido más allá de su horizonte. Sabían que había otro mundo fuera, por los arrieros que venían de Naval, o por los que habían ido a hacer el Servicio Militar. Pero no lo habían visto.

Volvamos a la actualidad. Sorprende que la página de Amigos de Sobrepuerto en facebook tenga más de 2.500 seguidores.

Porque Sobrepuerto tiene algo mágico. El que va, repite. Es el reino del silencio. Si una noche te pones en el centro geográfico de Sobrepuerto no ves más que estrellas. La pena es que de los nueve pueblos solo ha conseguido resucitar de verdad uno, gracias a gentes foráneas, y ahora hay más de 50 personas en Bergua. Allí todo se vive más intensamente.

El suyo es un libro con moraleja.

Intento demostrar a todos los aragoneses, que sabemos mucho de despoblación, que debajo de las ruinas de nuestros pueblos deshabitados también hay vida. Yo hablo de mi tierra, pero vale para cualquier otra. Cuando camino por un pueblo deshabitado no solo oigo las voces de quienes conocí y lo habitaron, también veo sus caras. En las casas en ruinas, lo que queda de las cadieras también nos habla si sabemos escuchar.

¿Qué le espera a Sobrepuerto?

El futuro lo veo negro. Necesitamos una etiqueta pública que nos ayude a sobrevivir, al menos en los mapas: parque natural, paisaje protegido... algo que nos dé un impulso. No me gusta la denominación popular de ‘núcleo abandonado’ que tantas veces se nos aplica. Mientras quede un nativo, alguien que haya vivido en él, un pueblo podrá estar deshabitado, pero nunca abandonado. Hace 10 años pedimos la declaración de paisaje protegido, y en esa lucha estamos.