ADIÓS A MIGUEL DELIBES

Un hombre, una pasión... y una ética

El amor por la naturaleza, el apego a su paisaje y el compromiso con el que escribió marcaron su trayectoria personal y literaria.

Miguel Delibes posa sentado en un banco de Valladolid
Un hombre, una pasión... y una ética
JORGE SALVADOR/CÍRCULO DE LECTORES

A Ana María Navales,

en el aniversario de su muerte,

guía luminosa de estas líneas

 

Un hombre, un paisaje, una pasión. Era la tríada novelística de Miguel Delibes, a la que siempre fue fiel, y en la que se empeñó desde su primera novela, 'La sombra del ciprés es alargada', con la que se descubrió al obtener el premio Nadal 1957, hasta 'El hereje' (1998), su testamento literario, una reflexión sobre la tolerancia y la libertad de conciencia. A esa trilogía solo habría que añadir un sentido ético insobornable que hizo de él una referencia moral permanente, y sin fisuras. En este sentido, Delibes ha sido, sin duda, el escritor por antonomasia, unánimemente aceptado, respetado y escuchado, como una conciencia crítica siempre despierta, en alerta constante, un faro orientador que cumplía esa función social que esperamos de los maestros. Con Delibes se nos va algo más que un extraordinario escritor, se nos va un hombre entero; un paisaje, el de su Castilla eterna y nueva; una pasión, la de su escritura; una ética de la condición humana, tan necesaria, por castigada, en nuestro tiempo.

 

Miguel Delibes nació en Valladolid -ciudad a la que dedicaría 'El hereje'-, el 17 de octubre de 1920, en el seno de una familia burguesa, de clase media, tercero de ocho hijos del matrimonio formado por Adolfo Delibes Cortes, persona muy liberal, abogado y catedrático de Derecho Mercantil -como lo fue él mismo-, y María Setién Echanove, una mujer de hondas creencias religiosas. Esta dicotomía ideológica marcará la formación del joven Delibes, aunque andando el tiempo pesará más en él la influencia paterna. En sus tiempos escolares ya escribe crónicas de fútbol, y, como dirá su gran discípulo y amigo Francisco Umbral, "se hace amigo de los ratones, los perros y los pájaros". Ya empieza aquí su afición por la naturaleza, que será otra de las constantes de su obra, que lo convertirían en uno de los más precisos y jugosos intérpretes de su amado paisaje castellano, con un dominio del lenguaje rural que ha sido ejemplo para generaciones de escritores. La caza y la pesca, iniciado por su padre desde muy niño, serán sus entusiasmos de adulto, y a estas pasiones, y a la naturaleza en general, les dedicará algunos libros: 'La caza de la perdiz roja', con fotografías de Oriol Manspons; 'El libro de la caza menor' (1964), 'Con la escopeta al hombro' (1971), 'La caza en España' (1972); 'Aventuras, venturas y desventuras de un cazador a rabo' (1977) 'Mis amigas las truchas' (1977); 'Las perdices del domingo' (1981); 'Mi vida al aire libre' (1989), que subtituló expresivamente "memorias deportivas de un hombre sedentario", donde desgrana jugosamente sus experiencias como futbolista, amante de la bicicleta y de la pesca, su alegría de andar, nadar y cazar. El libro va precedido de dos citas clásicas que reflejan bien su pensamiento. "No puedo meditar sino andando; tan luego como me detengo, no medito más; mi cabeza anda al compás de mis pies", "no se debe prestar fe a ningún pensamiento que no haya nacido al aire libre", tomadas de Rousseau y Nietzche.

 

Su preocupación por la ecología -dedicará al recordado Félix Rodríguez de la Fuente uno de sus libros-, aparentemente contradictoria con su afición de cazador, le llevará a escribir ensayos como 'SOS, un alegato contra la destrucción del medio ambiente', o alertar, en su discurso de ingreso como académico de la Lengua (1975), sobre el riesgo planetario por culpa de la "dorada apariencia del progreso". Ese era su 'Sentido del progreso desde mi obra', el título de su disertación académica.

En 'El Norte de Castilla'

Había empezado sus estudios en la Escuela de Comercio, y los de modelado y escultura en la de Artes y Oficios, cuando estalló la guerra. Se enroló en la Armada, sirviendo como voluntario en el crucero 'Canarias'. Terminada la guerra, quiso continuar de marino, pero su miopía se lo impidió. Concluye las carreras de Derecho y Comercio, y durante su doctorado en Madrid hace un curso intensivo en la escuela de Periodismo.

 

Ya había sido caricaturista en 'El Norte de Castilla', el periódico liberal de su ciudad natal, un par de años, con el seudónimo de Max, cuando ingresa como redactor. Llegará a ser director en 1958 de este prestigioso rotativo regional, puesto en el que permanecerá hasta 1963. Entre tanto, había conseguido por oposición la cátedra de Derecho Mercantil en la Escuela de Comercio de Valladolid, y durante muchos años compaginó una y otra responsabilidad.

 

Sus viajes y sus recopilaciones de artículos llenan una buena parte de su bibliografía. Recordemos: 'Un novelista descubre América' (1956), la primera de sus crónicas viajeras por Brasil, Argentina y Chile; 'Por esos mundos' (1961), donde añade su escala en Canarias; 'Europa, parada y fonda' (1963); 'USA y yo' (1966), 'La primavera de Praga' (1968); 'Dos viajes en automóvil. Suecia y Países Bajos' (1982).

 

Según nos revela Ana María Navales -una de las primeras estudiosas de la obra de Miguel Delibes-, cuando escribe 'La sombra del ciprés es alargada' el vallisoletano no había leído ninguna novela. La hace para llenar el tiempo libre y para deshacerse de la obsesión de la muerte que le acompañaba desde la infancia. Y de esa novela, y del premio Nadal que concedió al bisoño autor un avispado jurado, nacería el creador de tantas obras que lo han convertido en un escritor fundamental de nuestro siglo XX.

Sus influencias

Delibes ha reconocido que su primera gran influencia literaria se la debe al profesor Garrigues y a su tratado de 'Derecho Mercantil'. Luego descubriría a Proust, Galdós, Steinbeck, Dos Passos..., a medida que los críticos iban señalándole "a posteriori" influencias, y acabaría aceptando el magisterio superior de Dostoievski, Steinbeck y... Garrigues, aunque "uno es hechura de muchos padres".

 

Infancia y muerte, concebida como desasimiento, "el dejar o ser dejado", han sido las dos grandes confluencias de su obra, y "tal vez", es su matización, "la guerra, una orientación religiosa demasiado fúnebre, la conciencia del vertiginoso paso del tiempo".

 

Delibes fue un novelista en permanente progresión. Desde su premio Nadal y 'Aún es de día' (1949), obras como 'El camino' y 'Mi idolatrado hijo Sisí' suponen un despegue hacia una obra de más consistencia literaria y plenitud narrativa.

 

'Diario de un cazador' (1955) -que obtuvo el Premio Nacional de Literatura-, y 'Diario de un emigrante' (1958) nos traen el prototipo esencial de su hombre humilde, Lorenzo, como protagonista de su novelística, y su capacidad descriptiva de un paisaje que los conforma. Su obra posterior, 'La hoja roja' (1959), 'Las ratas' (1962) -premio de la Crítica-, 'Cinco horas con Mario' (1966), son ya la consagración de un escritor de raza, que seguirá buscando nuevas vías expresivas para cimentar su arte narrativo en la kafkiana 'Parábola del náufrago' y la caleidoscópica 'El príncipe destronado' (1974). 'La guerra de nuestros antepasados' (1975) y 'El disputado voto del señor Cayo' (1978) nos llevarán inevitablemente a esa gran creación de 'Los santos inocentes' (1981), donde la confluencia de técnica y contenido, de paisaje y paisanaje, y, sobre todo, de pasión y ética consagrarán magistralmente su concepción novelística.

 

'Madera de héroe' (1987), 'Señora de rojo sobre fondo gris' (1991) y, especialmente, 'El hereje' (1998) no harán sino enriquecer la obra de este gran humanista de las letras de nuestro tiempo, al que ahora una muerte serena ha acogido para dar fin a su infantil obsesión.