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Estado de ánimo

El estado de ánimo del hombre medio tendrá una enorme influencia política.
El estado de ánimo del hombre medio tendrá una enorme influencia política.
HERALDO

Decía Felipe González que la política es la capacidad de "hacerse cargo del estado de ánimo de la gente". Y la gente que va a protagonizar estas elecciones no parece vivir su mejor momento. Está rodeada de miedos. Así lo cuenta Ignacio Urquizu en su nuevo libro, ‘¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente’, donde el sociólogo aragonés describe al grupo mayoritario de españoles, del que se ocupan pocos estudiosos pero que acaba otorgando los gobiernos.

Tras analizar investigaciones diferentes, Urquizu concluye que está formado por personas que viven en la periferia de las grandes ciudades o en ciudades pequeñas, que son de centro-izquierda y que se levantan a las seis de la mañana y apenas ganan 1.000 euros al mes. Son ciudadanos a los que el trabajo vertebra su existencia y que sacan su vida adelante con un estado de ánimo en el que hoy convergen tres emociones: el miedo, el pesimismo y la ruptura.

Miedo a perder hoy y en el futuro parte del bienestar conseguido por los efectos de la globalización y la tecnología. Pesimismo ante un mercado laboral en contracción, en el que en la gente no duda en compartir educación y sanidad pero teme la competencia de inmigrantes y máquinas ante el puesto de trabajo. Y temor por la ruptura de los grandes consensos en política: las reivindicaciones socioeconómicas y de clase, de ámbito comunitario, han dado paso a las identitarias, como el feminismo o los indignados, de perfil individualista. A la vez, se aplican políticas participativas que acaban siendo menos redistributivas. Son factores disruptivos del gran pacto social anterior a la crisis y que contribuyen a que se fragüe una mayoría de derechas.

Urquizu nos cuenta que ese estado de ánimo está en la base de la ola conservadora que invade Occidente y cuya última expresión han sido las elecciones finlandesas de esta semana, donde la ultraderecha se ha quedado a 400 votos del triunfo. En España también se estaría fraguando. Si entre 2001 y 2016 la respuesta a la crisis fue el despertar de una ciudadanía crítica, desde 2016 asistimos al auge del populismo conservador.

Pero el hombre medio de nuestro sociólogo, que históricamente ha estado en el sustrato de las victorias del PSOE, hasta el momento ha hecho de dique frente a la extrema derecha populista. Según explica Urquizu, la diferencia española se ancla en nuestra memoria histórica: aunque se sienta menos de izquierdas que antaño, el hombre medio es el grupo más progresista de nuestra sociedad debido a que mantiene vivo el recuerdo de la guerra civil y el franquismo.

Pero tan vivo como la memoria de la historia del siglo XX de España está el virus del siglo XXI y ese estado de ánimo que lo envuelve todo. Es el reto a gestionar por los nuevos diputados que salgan de unas elecciones cuyo resultado es más enigmático que nunca. El 40% de los electores que según el CIS no sabe a quién votará, o no quiere contarlo, puede dar una sorpresa. Todas las encuestas dan como ganador al PSOE y la mezcla de todas ellas le concede una posibilidad de cinco de formar gobierno. Parece poco distanciada del uno a seis que tendría la alianza de la derecha.

En varias citas recientes hemos vivido abruptas salidas por las orillas. En 2014, el CIS daba a Podemos en las europeas un 1,8% y obtuvo en realidad el 9%, que se convirtió en el 20% en sus primeras generales de 2015. En julio de 2018, el CIS daba a Vox un 0,5% de los votos y, en noviembre, el 3%. Finalmente, en las elecciones de Andalucía alcanzaba el 11%.

Todas estas coordenadas que describe Urquizu (y bastantes más) se perciben en el perfil de esta campaña electoral. Pocas propuestas. O muchas pero opacadas para llevar el debate a terrenos que excitan a la sociedad. Esto es: poca información, mucha emoción, mucha imagen y mucha comunicación. Que se agite el ámbito de los sentimientos. Ya lo hemos visto en los primeros debates.

Pero no será la vía de las emociones la que preserve las ventajas de nuestra sociedad. Y ese es el verdadero reto de los partidos que creen en la democracia liberal como el mejor sistema de los posibles, capaz de resolver los conflictos de forma pacífica y de abordar con equidad y justicia los problemas de la gente corriente.

Nuestro hombre medio no ha salido a la calle, como sí ha hecho en Francia con los chalecos amarillos. Pero la política debe gestionar sus expectativas y tener muy presente su estado de ánimo. Se lo merece. Si no obtiene respuestas a sus miedos, ¿podrá mantener sin perforar el dique al populismo extremo?

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