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Juicio a la confianza

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El juez Marchena dirige el juicio con maestría procesal.
Efe

Una de las patologías de nuestro tiempo es la pérdida de credibilidad de líderes e instituciones. Se han cometido tantos errores que la reacción de los ciudadanos va desde la desconfianza a la radicalización, y la paulatina erosión de la fe en la democracia liberal, sistema que tanto progreso ha traído a Occidente y al que ahora cargamos incertidumbres y desigualdades.

En ese contexto, el juicio por los sucedidos del otoño de 2017 en Cataluña está siendo todo un reconstituyente. Desde luego que habría sido mucho mejor para todos que esta vista nunca hubiera tenido que celebrarse. Una vez en marcha, tras cinco semanas de pruebas testificales en las que han declarado los doce acusados y se suceden los testigos, la vista oral que se sigue en el salón de plenos del Tribunal Supremo es toda una exhibición de buen funcionamiento del Estado de derecho.

La retransmisión en directo, de pocos planos pero palabras claras, permite ver a cada uno quedando como lo que es, o respondiendo de acuerdo con sus intereses. Sin interpretaciones ni manipulaciones.

Aquellos catalanes entregados a la causa independentista (los demás ya teníamos noticia), también pueden enterarse con el mismo directo de que la república catalana que venía era una quimera.

Qué decir de la posibilidad de comprobar de parte de quién estaban los Mossos cuando había que evitar el referéndum o facilitar la tarea de los agentes judiciales ante las instituciones. O de si hubo o no violencia. Cada uno lo puede escuchar sin filtros.

En este momento, cuando faltan al menos dos meses de sesiones, ya que hay citados nada menos que 500 testigos, además de tener por delante las pruebas periciales, es ocioso hablar de en qué quedará la condena. Y si lo será por rebelión, conspiración para la rebelión, sedición, malversación... Pero sí se puede avanzar que, si el juicio puede continuar por el camino ya trazado, el juez Marchena va a conseguir ganarse la respetabilidad y la confianza de los ciudadanos en la Justicia, tantas veces controvertida.

Desde que se inició la causa, el presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo ha dado un trato exquisito a los procesados y con cada una de sus intervenciones, como señalan los expertos, da una lección de Derecho Procesal. Es un proceder que está alterando los planes del independentismo que, de acuerdo con su visión de las instituciones del Estado, esperaba un proceso de baja calidad judicial para enriquecer su propaganda y buscar luego amparo ante Estrasburgo. En cambio, en estas semanas, lo que ha acreditado Marchena es su condición de gran procesalista, que además suple en momentos decisivos las carencias de otros.

Con un juicio que transcurre pues muy profesionalmente, y tras una manifestación secesionista en Madrid sin incidente alguno, Torra se ha refugiado en la negativa a retirar los lazos amarillos de los espacios públicos y cambiarlos finalmente por otros blancos para seguir en la bronca. Ha vuelto la estrategia de la agitación, recurriendo a instancias indebidas y burlando la legalidad, como un ingrediente más del ruido que busca desprestigiar el proceso al ‘procés’. Mientras, nada de Gobierno y nada de Parlament.

Pero hasta la fecha, ni el juicio carece de garantías o menoscaba la defensa, ni los independentistas son perseguidos o increpados en las calles de Madrid, ni se tienen que quitar los lazos amarillos de las solapas privadas.

Otrosí: cuando haya sentencia, y dicte lo que dicte, el Tribunal de Marchena puede haber logrado que todos percibamos que está redactada por profesionales, después de atender los argumentos de la acusación y las defensas, de escuchar a los testigos y de sopesar las pruebas. El fin, haber impartido Justicia. Nada menos.

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