EE UU aguanta la respiración ante la hipótesis de que Biden debate con su familia la renuncia

El presidente cree que Obama y Nancy Pelosi le han sido desleales, y siembra el temor a una crisis entre los demócratas.

President Joe Biden exits the stage after speaking at the 115th NAACP National Convention on Tuesday, July 16, 2024, in Las Vegas. (AP Photo/David Becker)
El presidente Joe Biden, en una imagen de archivo.
David Becker

El Partido Demócrata necesita retomar el control de su candidatura electoral antes de que el debate sobre la sucesión de Joe Biden se convierta en un drama interno. La cúpula observa con creciente alarma el enfado y la frustración del presidente frente a lo que él y su familia entienden que han pasado de ser críticas aisladas a una campaña organizada con el propósito de sacarle de la carrera electoral.

Cuarenta miembros del Senado y de la Cámara de Representantes ya se han manifestado públicamente a favor de su relevo. Sin embargo, al mandatario le enerva más lo que se comenta a sus espaldas dentro del partido y que, mayormente, conoce a través de las filtraciones a los medios. Parece que ha encontrado una culpable en una aliada histórica: Nancy Pelosi, a la que considera una de las máximas responsables de agitar el debate interno que le empuja hacia la puerta de salida.

Pero lo peor es que amenaza con desatar una tormenta sobre Barack Obama, a quien vería como un traidor por recomendar su sustitución de manera velada, cuando dijo hace unos días que las opciones electorales se reducen sensiblemente con el actual candidato. Los dos llegaron a la Casa Blanca en 2009 sin apenas conocerse y los dos protagonizaron, como presidente y vicepresidente, un cambio histórico en la gobernanza de Estados Unidos, posiblemente tan ilusionante como el de la llegada al poder de John Fitzgerald Kennedy en 1961. Su liderazgo acabó en enero de 2017. Dieron el relevo al primer Ejecutivo de Donald Trump.

Los estadounidenses contienen la respiración ante la que puede ser la primera retirada de un candidato presidencial en 55 años. Y más desde que hoy la cadena NBC informase de que en la casa de Biden en Delaware se desarrolla este fin de semana un intenso debate sobre cuál sería el mejor modo de anunciar su renuncia. La primera dama. Jill Biden, y los dos hijos del presidente, Hunter y Valerie, participan junto con los asesores más cercanos en esta discusión.

Los tres escenarios que supuestamente se barajan son los siguientes: anunciar la decisión de inmediato; aguardar a que el mandatario se reponga del covid por una elemental cuestión de cortesía y reconocimiento; o esperar a la visita del primer ministro de Israel, Bejamín Netanyahu, prevista para el miércoles en Washington.

La lucha sin cuartel del candidato prosigue, aunque parece haber entrado en una fase "reflexiva". Fuentes de su entorno explicaron a la NBC que la familia se siente profundamente dolida por cómo diferentes cargos del partido, donantes y aliados le están dando la espalda de una manera "irrespetuosa". Aun así, parece dispuesta a organizar una transición calmada con el fin de "dejar al partido en la mejor posición posible para vencer a Donald Trump". En esa marcha se rendiría homenaje a las "más de cinco décadas en las que (Biden) ha servido al país".

Esta postura contrasta, no obstante, con los últimos movimientos del aspirante que, aparte de dejar claro que continúa en la carrera, lanzó hoy una serie de tuits como si nunca hubiera pensado que su futuro electoral peligra. Biden explica desde su convalecencia que escuchó el discurso de Trump en la Convención Nacional Republicana y que su propósito es "derrotarle en las urnas". Anuncio incluso el inicio de una captación de fondos para reforzar su objetivo.

Nunca los demócratas se han visto sumergidos en una crisis política y personal como esta en mitad de una campaña electoral. Y menos una que implique a tres de los grandes tótems del partido, con un intenso ascendiente sobre las bases. Solo se salva el expresidente Bill Clinton, que mantiene un perfil mesurado y se ha dedicado a convencer a los donantes de que mantengan su confianza en Biden.

Pelosi, de 84 años, expresidenta de la Cámara de Representantes, pertenece a la misma generación política del candidato. Por eso, los dos se han entendido siempre. Al comienzo de la campaña, cuando en algunos sectores ya había dudas sobre la edad de Biden, Pelosi actuó como un firme respaldo a su candidatura y esa actitud sirvió de garantía para muchos delegados de que un nuevo duelo con Donald Trump era posible y, sobre todo, factible. 

La propia lideresa pasó hace tiempo por una situación parecida cuando un grupo de congresistas maniobró para que cediera la presidencia de la Cámara a una nueva hornada de políticos más jóvenes. Supo reprimirles. Está considerada una estratega de lujo y la persona que posiblemente mejor conoce la distribución ideológica de Estados Unidos.

Todo ha cambiado entre los dos veteranos desde el debate de finales de junio contra Donald Trump. Ella ha repetido públicamente que es Biden quien debe tomar una decisión sobre la candidatura en un ejercicio de cautela y calculada ambigüedad, posiblemente por no echar más leña al fuego y evitar una deshonrosa marcha atrás en caso de que el partido le mantuviera. Sin embargo, internamente su mantra resulta otro. El escepticismo sobre las opciones del octogenario aspirante y las presuntas conversaciones con otros dirigentes sobre la conveniencia de persuadirle de que se vaya han llegado hasta la Casa Blanca. Biden se siente disgustado por la deslealtad de su cómplice política, con la que se ha enfrentado a las peores batallas con el republicanismo durante cuatro años de gobierno y sacado adelante importantes proyectos legislativos.

Pelosi, según distintos medios, cree que la caída de aceptación del presidente puede laminar todas las opciones demócratas de conquistar la Casa Blanca y las principales instituciones de Estados Unidos. Lo mismo que opinan decenas de legisladores. Los californianos Adam Schiff y Jim Costa se han sumado a la petición de renuncia de Biden, al igual que los senadores Sherrod Brown (Ohio), Jon Tester (Montana), Peter Welch (Vermont), Martin Heinrich (Nuevo México) y Jamie Raskin (Maryland), un hombre importante en el organigrama y clave en el comité que investigó el asalto al Capitolio en enero de 2021. Hasta ahora los miembros de la Cámara Alta se habían mostrado en un prudente tempo, pero ya están movilizándose como sus compañeros de la Cámara de Representantes,

Es muy posible que el punto de inflexión entre los dos aliados se produjera hace unos días. La lideresa instó a Biden a retirarse con el argumento de los pésimos datos que ofrecen las encuestas. El presidente le presentó los suyos, mucho mejores. La discusión subió de tono y en un momento dado Pelosi pidió a Mike Donilon, el asesor-jefe de Biden, que le mostrase los negativos sondeos que abundan por doquier.

Con Obama, Biden ejerció de vicepresidente durante ocho años. Dos mandatos complicados, afectados por la responsabilidad de mantener la ilusión entre el electorado progresista y la encomienda de demostrar cómo era posible dejar el país en manos de un presidente afroamericano. El mandatario considera ahora que su antiguo jefe le ha soltado la mano. No es que los dos hayan mantenido un estrecho contacto, pero Biden nunca hubiera creído que Obama llegara a decir que, con él, las opciones demócratas en las elecciones se estrechan. Más todavía cuando Bill Clinton, que ocupó el Despacho Oval entre 1993 y 2001, salió enérgicamente en público a defenderle después de su desafortunada intervención en el debate televisado con Trump. "Los hechos y la historia importan. Biden nos ha sacado del barrizal en el que nos dejó sumido Trump", declaró.

La última ocasión en la que los tres dirigentes estuvieron juntos fue el 15 de junio para recaudar fondos durante una gala en Hollywood. Compartieron escenario con Julia Roberts y George Clooney. El actor ha mostrado su "amor" al presidente pero también le ha pedido su marcha porque "la única batalla que no puede ganar es la lucha contra el tiempo". Antes de publicar esta carta en 'The New York Times', Clooney se la envió a Obama.

Salvar el legado demócrata

En el entorno del expresidente afroamericano se dice que su sucesor ha entendido mal el sentido de su actitud. Que Obama no ha pretendido minusvalorarle sino que su propósito último es conservar el legado legislativo de Biden. Si le pide apartarse es, precisamente, para que los republicanos no tomen el control de la Administración y fulminen todas las leyes progresistas aprobadas por el último Gobierno, además de otros proyectos como la mejora de la sanidad pública, un mayor blindaje del derecho al aborto o el control de armas. Si no hay suerte con la Casa Blanca, el partido quiere conservar al menos la Cámara de Representantes como bastión desde el que ejercer una oposición seria a los republicanos.

Nunca mejor dicho, el tiempo corre a favor de Trump. Por eso, cada día que pasa un número mayor de cargos ven imperioso acelerar todos los plazos para nombrar un nuevo candidato. Aparte de la convención nacional fijada para la segunda quincena de agosto, los congresistas quieren evitar luchas o cruces de reproches entre partidarios y detractores, sobre todo con dos tótems como Obama y Pelosi en el tablero.

La vicepresidenta Kamala Harris aparece como la sustituta perfecta, no solo por su conocimiento de la actividad gubernamental sino porque todos los delegados la conocen, el electorado le da buenos porcentajes y podría utilizar los 210 millones de dólares acumulados en la campaña. Pelosi es partidaria que su nominación en una convención aparentemente abierta para generar ilusión entre las bases y que no parezca una coronación, como ya lo tildan los medios estadounidenses.

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