Macron se arriesga a la cohabitación con la extrema derecha si Bardella gana las elecciones

En tres ocasiones, Francia ha repartido el poder institucional entre un presidente y un primer ministro de formaciones políticas distintas.

Foto de archivo de Emmanuel Macron, presidente de Francia.
Foto de archivo de Emmanuel Macron, presidente de Francia.
REUTERS

En Francia, el poder está repartido entre el presidente, que es el jefe del Estado, y el primer ministro, el jefe del Gobierno. Este sistema, aplicado desde 1958 en la denominada V República, se diseñó para que cada una de esas figuras fuera el contrapeso de la otra

Casi siempre, el presidente y el primer ministro proceden del mismo partido, lo que reduce las fricciones. Pero en tres ocasiones se ha producido la cohabitación de dos fuerzas políticas: entre 1986 y 1988, con el socialista François Mitterrand al frente el Estado y el conservador Jacques Chirac como cabeza del Ejecutivo; entre 1993 y 1995, de nuevo con Mitterrand y, esta vez, con el conservador Edouard Balladur como primer ministro, y entre 1997 y 2002, con Chirac en le cargo de presidente y el socialista Lionel Jospin al mando del Gobierno.

La convocatoria de elecciones legislativas anticipadas convocada el pasado 10 de junio por el centrista Emmanuel Macron abre las puertas a una posible cuarta cohabitación. El actual presidente, cuyo partido (Renacimiento) apenas obtuvo el 14% de los votos en los recientes comicios europeos frente al 31,3% de la ultraderecha de Agrupación Nacional, ha recurrido al adelanto electoral para taponar la vía de agua por la que no deja de perder crédito. Pero los sondeos auguran que el vencedor será Jordan Bardella, el joven líder ultra impulsado por Marine Le Pen.

Si Bardella gana las legislativas (a doble vuelta el 30 junio y el 7 de julio), tendrá el camino despejado hacia el cargo de primer ministro. Macron sería el presidente, al menos hasta 2027, cuando están previstas las elecciones para nombrar a un nuevo jefe del Estado. Francia tendría así un presidente que ha crecido con votos de la izquierda y la derecha, y un primer ministro que viene de un partido racista, xenófobo, antisemita y contrario a la pérdida de soberanía por la pertenencia a la Unión Europea.

Los códigos del arsenal nuclear

Estarían obligados a cohabitar, a compartir el mando y a hacerse concesiones. El presidente nombra al primer ministro, que tiene que contar también con el respaldo de la Asamblea Nacional. Según recoge el diario Le Monde, muchos analistas consideran que con esta convivencia hay un riesgo de estancamiento político. Aun así, es una fórmula bien vista por la ciudadanía, que prefiere la distribución de funciones.

La Constitución de 1958 atribuye al Gobierno las competencias en política interior. El primer ministro es quien dirige el Ejecutivo, garantiza la ejecución de la leyes y es el responsable de la defensa nacional. El presidente, por su parte, puede disolver la Asamblea y reclamar el poder ejecutivo en situaciones de amenaza grave para las instituciones, la independencia de la nación y la integridad territorial. Además, en su órbita está el cumplimiento de los acuerdos internacionales y es el único que posee los códigos del arsenal nuclear.

Más allá de lo que dicta la Carta Magna, las dos figuras están llamadas a entenderse si no quieren paralizar el país. Durante las cohabitaciones anteriores, el presidente se convirtió en una especie de líder de la oposición. No podía activar muchas de las medidas de su programa electoral, pero condicionaba la acción del primer ministro, que tenía que gobernar con la amenaza constante de que el presidente disolviera la Asamblea.

Pese a todo, las tres cohabitaciones de la V República evitaron la parálisis, aunque hubo momentos de alta tensión, como cuando Mitterrand se negó a firmar la privatización de empresas públicas aprobada por el Ejecutivo de Chirac. El entonces primer ministro conservador sacó adelante su propuesta al transformarla en proyecto de ley, sin votación. Cuando Chirac llegó a la presidencia no pudo evitar que salieran adelante medidas progresistas como la semana laboral de 35 horas o la cobertura de salud universal.

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