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Una derrota más que imperdonable

El Real Zaragoza volvió a fallar en otro día clave demostrando que, hoy por hoy, es un equipo muerto, una versión caricaturizada de la que era antes del parón por la covid-19.

El Real Zaragoza es hoy un equipo muerto. Un cadáver deportivo. Sin alma. Sin piernas. Sin fe. Sin defensa. Sin ataque. Sin entrenador. El fútbol, la Segunda División, se empeña en regalarle oportunidades semana a semana para engancharle al ascenso directo, pero el equipo aragonés es absolutamente incapaz de aprovecharlas. Carece de los argumentos futbolísticos, del espíritu competitivo y de la capacidad física necesaria para ser un candidato real a ascender a a Primera División. Hoy por hoy es una versión caricaturizada de la que solventaba con determinación y autoridad sus partidos antes del dichoso parón por la covid-19. La pandemia ha hecho saltar por los aires la temporada del Zaragoza, incapaz de revertir en las últimas semanas sus reincidentes errores.

Ha encajado 18 goles en un mes y medio de pesadilla, con fallos grotescos en defensa, penaltis absurdos –ayer uno más, de Clemente, errado por Rodri– y ha exhibido una alarmante incapacidad para generar situaciones de ataque. Luis Suárez hace la guerra por su cuenta, Eguaras y Guti, fundidos, son superados con pasmosa facilidad por el centro del campo del rival de turno, Atienza es una sombra de Atienza, Vigaray, Delmás o Nieto se muestran inoperantes en ataque y frágiles en defensa... Hasta Cristian Álvarez ha dejado de ser un portero de garantías. Y Víctor Fernández, desde el banquillo, se muestra incapaz de cambiar el rostro de un equipo que ya se le ha escurrido de las manos. Sin modificaciones tácticas útiles, apostando con de forma reincidente por un bloque de jugadores agotado, exhausto física y mentalmente. Víctor Fernández también ha dejado de ser Víctor Fernández tras la cuarentena.

La derrota de ayer ante el Oviedo –un sonrojante 2-4 que bien pudo ser un 0-5 o 0-6–, es la quinta consecutiva en La Romareda. Un registro histórico, imperdonable por sus formas –y su trascendencia deportiva– y nunca visto en los 88 años de larga historia del club aragonés. Palabras mayores, justo ahora, en el momento en que parecía vislumbrarse la luz al final del oscuro túnel que suponen para el zaragocismo las siete temporadas consecutivas que ya arrastra en la categoría de plata. Perder ayer –así– ante el Oviedo es un palo semejante al de Palamós.

Sin embargo, aunque hoy no lo parezca, la diferencia es que al Real Zaragoza aún le quedan un par de balas para pelear por ascender a Primera División. En el ‘play off’... o incluso de forma directa. Por números, claro, no por fútbol ni sensaciones. Para eso, necesita con urgencia e inmediatez absoluta un reseteo rotundo, total, en su sistema interno. Debe buscar a once futbolistas capaces de defender con dignidad el escudo que luce en su pecho. Once futbolistas que, al menos, comparezcan sobre el terreno de juego sabiendo lo que hay en juego: la ilusión de una ciudad entera y el futuro de un club como el Real Zaragoza. Ni más, ni menos.