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De la Fuente, la revolución de los buenos modales

Alegre, religioso, discreto y muy respetuoso, el técnico riojano ha impuesto su personalidad en una selección cuyos jugadores han crecido a sus órdenes.

Luis de la Fuente celebra la final de la Eurocopa
Luis de la Fuente celebra la final de la Eurocopa
DPA vía Europa Press

Cuando acabó la era Luis Enrique, tras la sonora eliminación en el Mundial de Catar, y la Federación Española de Fútbol decidió ascender de inmediato al seleccionador de la sub-21, muchos comentaristas hablaron de "continuidad", como si se acabara de verificar un trámite burocrático de escasa emoción y triste porvenir. Casi nadie intuyó entonces que el nuevo entrenador de la Roja -un hombre ya mayor, discreto, cortés, sin experiencia en grandes banquillos, musculoso y con gafitas- iba a comenzar una revolución.

Luis de la Fuente Castillo (Haro, La Rioja, 1961) no tiene pinta de líder revolucionario, aunque sus modales lo sean: estrecha las manos de los periodistas, los llama por su nombre, atiende las preguntas con respeto, contesta con educación. Incluso cuando saca pecho lo hace con una sonrisa, sin aspavientos, como si no quisiera molestar. "Esta selección os sorprende más a vosotros que a mí -dijo tras la semifinal-. Yo sí conozco a estos futbolistas, no son caprichos. A veces nos aventuramos a criticar sin conocer la intrahistoria". Las mismas frases, pronunciadas al modo arisco y retador de Luis Enrique, hubieran desencadenado algún incendio.

"Si De la Fuente hubiera jugado en el Madrid o en el Barcelona, le habrían tenido más respeto", advierte Andoni Goikoetxea, su compañero en el Athletic campeón de los años ochenta. Al equipo vasco llegó con catorce años. Su padre, Alberto, era marino mercante y su madre, Berta, regentaba una mercería en Haro. Aunque la tienda ya ha cerrado, todavía hoy se puede ver en el antiguo escaparate una fotografía de la Berti en el mostrador, con las estanterías repletas de minúsculas cajas de telas, cintas y botones. "Nos pasábamos el día en la calle, jugando al fútbol y al baloncesto. ¡Alguna bronca nos hemos llevado por darle balonazos a la ropa tendida!", recuerda Rodolfo Merino, amigo de la infancia. En aquel fútbol silvestre y autodidacta, de mochila, patio y merienda, Luis de la Fuente comenzó a pulir su técnica. El Athletic le echó el ojo en cuanto lo vio jugar en el Haro Deportivo, el equipo local. "Era muy bueno, un lateral izquierdo que marcaba la diferencia", apunta José María Ibáñez, exentrenador jarrero.

De Haro se fue cuando apenas era un niño. Dejó a sus padres y a sus cuatro hermanos y se marchó con un pariente a Bilbao a probar fortuna en el Athletic. Al principio lo pasó mal. Siempre ha estado muy unido a su familia y a su pueblo, a donde vuelve siempre que tiene ocasión. El estadio de fútbol lleva su nombre, sus amigos lo veneran y él se confiesa devoto de su patrona, la virgen de la Vega. "No ha cambiado nada. Es de lo más humilde que te puedas echar a la cara. Nunca se ha creído más que nadie. Aquí llega, saluda a todo el mundo y con todos habla", concuerdan Merino e Ibáñez.

En el Athletic de las dos Ligas consecutivas vivió sus mejores años, aunque luego prolongó su carrera deportiva en el Sevilla y en el Alavés. Era un carrilero de pulmón generoso y buen pie, con rizos y bigote, solidario, que caía bien en el vestuario. "Un tipo alegre, dicharachero y bromista, pero también un gran profesional", resume Goikoetxea. Con Daniel Ruiz Bazán, Dani, el capitán de aquel histórico equipo, acabó cuajando una amistad especial, que los llevó a compartir vacaciones con las respectivas familias en las playas de Málaga. "Es una grandísima persona; un tío educado y amable, al que le gusta mucho divertirse. Hay que verlo en su salsa, en las comidas que organizamos con los antiguos compañeros. Ahí es donde Luis se suelta". Ese carácter festivo y abierto tal vez explique que encajara tan bien en Sevilla, su segundo destino como futbolista. Algunos viejos compañeros lo recuerdan arrancándose a bailar en la feria, viendo toros en La Maestranza o rezando en la capilla trianera del Cristo de la Expiración, el popular Cachorro, cuya pulsera lleva en la muñeca.

De la Fuente es un hombre orgullosamente religioso, que va a misa si puede y reza todos los días. "Soy creyente y tengo mucha fe. Siempre pido salud para todos. Me da tranquilidad saber que tomo decisiones con el apoyo de Dios", zanjó en octubre de 2023. De la Fuente conjuga ese espíritu expansivo con una discreción tenaz sobre su vida íntima. No maneja las redes sociales. Se sabe que está casado y tiene tres hijos, aunque solo uno, Alberto, que trabaja como analista en la Federación, se ha dedicado al fútbol.

Cuando en 1994 colgó las botas, se tomó un año sabático y se dedicó a viajar. Dice que entonces aún no pensaba en los banquillos, pero sus amigos no se lo creen del todo: "No sé si dudaba o él decía que dudaba. Le ha gustado siempre muchísimo el fútbol, especialmente el de los chavalitos pequeños", apunta Dani. Con esa misión, entre educativa y futbolística, se lo llevó a la federación Iñaki Sáez en 2013: primero a la sub-19, luego a la sub-21 y, finalmente, a la absoluta. "Es, sin duda alguna, el que mejor conoce el fútbol español", sentencia Goikoetxea.

Adicto al gimnasio desde que sufrió una lesión de rodilla -dice que "levantar hierro" le oxigena la mente-, aficionado al vino de su tierra y a la música de Julio Iglesias, Luis de la Fuente es un tipo tranquilo. Horas antes de una final con la selección sub-21, cuando los nervios devoraban al más templado, llegó a quedarse dormido en el autobús que cubría el trayecto entre el hotel y el estadio. En la Roja, tras un inicio difícil, ha conseguido formar un grupo solidario, refrescante, alegre, juvenil. Un equipo "de buenas personas" y liderado "desde el cariño", como lo definió Mikel Merino. Son palabras que suenan casi extravagantes en el fútbol de élite, pero que se han demostrado más poderosas que cualquier sofisticada estrategia.

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