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Quién fue Juan Antonio Samaranch, el único presidente español del COI

Durante 21 años dirigió con mano de hierro el Comité Olímpico Internacional. Uno de sus grandes hitos fue llevar los Juegos a España por primera y última vez.

Los de Sidney fueron sus últimos Juegos como presidente del COI.
Morenatti

Hace ya 14 años que murió Juan Antonio Samaranch, pero su nombre continúa estrechamente ligado al deporte. De hecho, su figura sigue de cerca a Pierre de Coubertin en la clasificación de personajes más influyentes de la historia moderna del olimpismo, éste por inventárselo y aquél por reformarlo con tal profundidad que al propio barón francés le hubiera costado reconocerlo.

La eliminación de la separación entre deporte amateur y profesional, la fructífera gestión de los derechos de televisión, la equiparación de hombres y mujeres en los Juegos fueron algunos de los logros de Samaranch. Su mayor hito, sin embargo, fue que consiguió poner punto y final a los boicots políticos a los Juegos, lo que dieron la vuelta como un calcetín al COI que Samaranch heredó en Moscú en 1980. El catalán (nació en Barcelona en 1920) convirtió a los Juegos Olímpicos en el acontecimiento de masas más importante del planeta.

Durante veintiún años dirigió el organismo con mano firme y con un carácter aparentemente frío y distante que, sin embargo, no le impidió cuidar las relaciones personales al detalle. Cuando convocaba una asamblea, sabía que sacaría adelante sus propuestas.

Ordenaba a sus colaboradores mandar cientos de cartas de agradecimiento cada semana, firmadas por su puño y letra; su obsesión por tener contento a todo el mundo le llevó a repartir a diestro y siniestro la Orden Olímpica, máxima condecoración del COI: la recibió incluso el maitre del hotel de Lausana que atendía habitualmente a los miembros del organismo.

Se propuso, y lo cumplió, visitar todos y cada uno de los países asociados al COI, ideó el programa de Solidaridad Olímpica para ayudar a los deportistas de los países pobres y sufragó los viajes de periodistas del Tercer Mundo a Juegos y reuniones. Por ello, África, Sudamérica y Extremo Oriente le depararon siempre honores de jefe de Estado.

Viajaba habitualmente en el avión que ponía a su disposición el mexicano Mario Vázquez Raña, presidente de la Asociación de Comités Olímpicos Nacionales, y siempre acompañado por Annie Inchauspe, más que una secretaria su sombra hasta el final de sus días.

Samaranch, en una imagen de 1996.

Defendió la colaboración con las autoridades políticas en todo momento y circunstancia, se tratara de Leonidas Breznev, Nicolae Ceaucescu o Fidel Castro. Recuperó para la causa olímpica a países como Sudáfrica o Corea del Norte y se sacó de la manga fórmulas como la de "participante bajo bandera olímpica" para aquellos atletas cuyos países estaban vetados por la comunidad internacional, caso de Yugoslavia en 1992.

Su influencia fue decisiva para llevar a España por primera y única vez los Juegos Olímpicos. Barcelona 92 cambió para siempre el deporte español y la imagen de España en el mundo. Samaranch confesó tiempo después que si los miembros del COI no le hubieran dado la alegría de conceder los Juegos a su ciudad, él habría dimitido.

Quiso prolongar su mandato más allá de lo que autorizaban las normas olímpicas y no tuvo empacho alguno en cambiarlas. Recibió por ello un castigo insospechado: tuvo que hacer frente en los años 1999-2000 al mayor escándalo de corrupción de la historia del olimpismo, cuando se descubrió que las ciudades candidatas a organizar los Juegos sobornaban a los votantes con dinero, regalos y puestos de trabajo para sus familiares.

Samaranch quedó tocado por el golpe pero, una vez recuperado el equilibrio, volvió a asumir el mando con determinación: expulsó a los corruptos, prohibió los viajes a las ciudades candidatas y sometió su presidencia a un voto de confianza que superó sin dificultad.

Esa misma capacidad de reacción ya le había llevado a crear y financiar la Agencia Mundial Antidopaje.

Los de Sidney 2000 fueron sus últimos Juegos como presidente del COI. Sus colegas cumplieron todos sus últimos deseos un año después, en su despedida en Moscú: eligieron para sucederle a su candidato favorito, el belga Jacques Rogge, votaron a Pekín para organizar los Juegos de 2008... y admitieron a su hijo, Samaranch júnior, miembro vitalicio de COI.