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eurocopa-2024. el teatro verde.21

El equipo que fue fiel a su fantasía: España vence la tracción mecánica de Francia

Lamine Yamal se corona en Múnich con un golazo impresionante, que inició la remontada que materializó Dani Olmo

Lamine Yamal controla el balón ante su pegajoso y gigantón marcador: Théo Hernandez.
Lamine Yamal controla el balón ante su pegajoso y gigantón marcador: Théo Hernandez.
Ap Photo/Matthias Schrader.

El centrocampista Rabiot, ese visionario que juega en la Juventus, había advertido: “Yamal tendrá que hacer algo más si quiere eliminar a Francia”. Y el potro exuberante de la ESO, al que no asusta ni ese Frankestein gigante que es Théo Hernandez, tomó buena nota. Y en cuanto pudo, cuando vio que España había flaqueado y recibido un tanto muy pronto, hizo una de las suyas: ese eslalon hacia dentro, culebreo, amago, fantaseo y me preparo el balón, y suelto el zapatazo. Antes, ya había ensayado el centro medido, con parábola en el aire, peinado de efecto, pero no halló la testa de nadie. Ahora sí, en ese corrimiento de líneas y césped, burló a Théo, se enfrentó al Rabiot, que le había cuestionado la genialidad y la madurez, y soltó su izquierda demoledora. Golazo. Uno de los impactos del torneo que rebasó al arquero -la manopla del cancerbero, como habría dicho en los buenos días del Real Zaragoza José Antonio Ciria-, besó el palo y se alojó en la red. Fue un centelleo de clase y de exactitud del acróbata juvenil .

Francia, fuerte y plana, estaba feliz. Por fin había marcado de jugada con un centro medido de Mbappé, que parecía dispuesto a incendiar los ánimos en Múnich y la autoestima española. Si Lamine Yamal, que aún no tiene 17 años, le dio vuelo a España, la devolvió a la senda de la confianza y de la triangulación alegre, hilvanada de seguridad y fantasía, de rasmia y entrega, sería Dani Olmo quien recordaría que la Roja ha llegado a la semifinal por méritos propios, sin tacañería, con pura invención de regates, verticalidad, cohesión y camaradería radical. El equipo tenía lo que había que tener: corazón oceánico, serenidad, aceleración y sacrificio.

A Francia se le teme, claro que sí. Se le teme porque se le supone todo. Ese físico imponente y coral, altanería, trayectoria, ambición y una vocación competitiva que no se empobrece ni con su tendencia al tedio y a la tracción mecánica. En la segunda parte, Barcola pareció dispuesto a profundizar y a mitigar la ansiedad ‘bleu’ con un tanto. No sucedió. España se asentó, Nico Williams intentó colarse como le gusta, Fabián Ruiz se empapó de modestia y trabajo y fue la perfecta claridad en su anhelada oscuridad, Rodri volvió a impartir una de esas lecciones imperiales de posesión y corte, de dominio y dirección, de autoridad y equilibrio. Y Yamal, de nuevo, como si quisiera mandarle un nuevo mensaje a Rabiot, fuera ya, volvió a hacer otra jugada increíble: voy y desbordo, avanzo y burlo, gambeteo y equilibro, y ajusto un zurdazo a la manera de Leo Messi, que tiembla el mundo, Alemania y el corazón resentido de los que le pitaban a Cucurella. Se fue por centímetros.

Lo que pasó es pura evidencia, espejo de verdad y justicia real y poética: España fue mejor, mucho mejor que Francia y lo demostró a lo grande con todo lo que se le exige a un equipo: convicción, plasticidad, resiliencia, música de balón y sed de victoria.

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