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Muere Fernando Bolea, símbolo eterno del balonmano aragonés

El exjugador internacional falleció este jueves en Valladolid a los 59 años, víctima de una enfermedad degenerativa.

Fernando Bolea en una imagen de archivo.
Fernando Bolea en una imagen de archivo.
Laura Uranga

Hace tiempo que no sabíamos de Fernando Bolea (Zaragoza, 1965), símbolo eterno del balonmano aragonés. Una enfermedad degenerativa le apartó del balonmano hace cuatro años. La noticia de su fallecimiento este jueves, 27 de junio, por esperada, no deja de ser menos dolorosa. Hoy en Valladolid se ha ido uno de los nuestros, además de uno de los más grandes del balonmano español.

Líder de la fantástica generación del 65 de Corazonistas, donde la sabiduría de Alfonso Mateo vertebró un conjunto invencible, Fernando Bolea saltó de Coras a Helios en 1984. No llegó a jugar en la División de Honor con Helios pues el conjunto descendió de la élite por problemas económicos, no deportivos. El equipo se extinguió, pero Bolea y su cabezonería aragonesa continuaron entre los mejores. De esta forma, en Valladolid se presentó un chaval de ‘metro noventa’ que volaba desde el extremo. En la cátedra pucelana, además de conocer a su mujer, Cristina, se hizo jugador de balonmano de vanguardia mundial.

Sin equipo de Zaragoza en la élite del balonmano, seguía sin embargo habiendo talentos aragoneses en la Asobal, entonces la mejor liga del mundo: Arrondo, Auserón, Vidal, Carmelo Postigo, después Mainer… Y Bolea. Por supuesto, Bolea, que pronto se vistió de internacional. Javier García Cuesta lo convocó para los Juegos de Barcelona 1992. En ese momento, Bolea ya hacía tiempo que se había adueñado de Artaleku, la guarida del Elgorriaga Bidasoa de Irún.

Sí, Bolea era de Zaragoza y se crio balonmanísticamente hablando en Valladolid; pero el equipo de su vida fue el Elgorriaga Bidasoa, nombre imprescindible en el corazón de cualquier aficionado (a cualquier deporte) que considere que para ser campeón no hay que vestir necesariamente de blanco o de azulgrana. La camiseta amarilla del equipo chocolatero que se elevó sobre toda Europa en Zagreb un 22 de abril de 1995 significó mucho más que el primer título europeo de un club vasco (lo sigue siendo a fecha de hoy). Era la cima de un aragonés testarudo que luchó contra todo, contra todos, y que fue capaz de ser campeón de Europa. Solo Óscar Mainer y el Portland San Antonio de Pamplona conquistando la Copa de Europa en el Palau Blaugrana del Barça pueden equiparse en dimensión a la gesta de Bolea.

Fernando Bolea con Amadeo, en una imagen de archivo.
Fernando Bolea con Amadeo, en una imagen de archivo.
Guillermo Mestre

Rebobinemos hasta este pasaje precioso de la historia del balonmano. Ese flanco izquierdo (el de los diestros en balonmano) del Bidasoa era oro puro, con Nenad Perunicic soltando el brazo como nunca desde primera línea y Fernando Bolea danzando como Rudolf Nureyev en el ángulo oscuro del salón Dom Sportova ante 12.000 extasiados seguidores del Badel Zagreb. Tomas Svensson lo paraba todo, Iñaki Ordóñez Mañas zurraba con la zurda, Aitor Etxaburu y Oleg Kisselev se dejaron la vida en el centro; pero esa Copa de Europa del Bidasoa lleva grabado a fuego el nombre de Perunicic y de un extremo brillante en la finalización, supersónico encontrando los caminos de la velocidad y, sobre todo, sibilinamente perfecto agotando el ciclo de pasos en el ataque posicional: ni botaba para no perder la bola. ¿Quién iba a escuchar el silbido de los árbitros en medio de turba croata …? Lo máximo en balonmano.

Regreso a Zaragoza

Ganó todo con el Elgorriaga Bidasoa de Juancho Villarreal en ese equipo tan bonito que tanto queríamos todos. De Irún marchó a Vigo, al Academia Octavio. Incluso afrontó el reto de la Bundesliga con el Hamelin. Después de más de tres lustros, Zaragoza regresó a la Liga Asobal con el Garbel Zaragoza de Carlos García.

Fernando Bolea regresó a Zaragoza para por fin competir en la élite con una camiseta aragonesa. El equipo descendió, pero Bolea se quedó como jugador-entrenador del Rótulos Plasneón de Olvido de Miguel. Con Amadeo Sorli, Ibai Cano, Gonzalo Navarro y chavales de la cantera, mantuvieron viva la llama hasta la aparición de la CAI y el ascenso a Liga Asobal en tiempos ya de Ricardo Arregui.

Bolea, como siempre, defendió su verdad. Arregui apostó por Veroljub Kosovac como entrenador. Bolea salió del club e intentó después la aventura italiana en el Conversano. Después, de nuevo en España, abanderó la epopeya del BM Guadalajara. La historia y su reiteración cíclica le llevó al banquillo de su equipo, el Bidasoa de Irún (hacía tiempo ya sin el patrocinio de Elgorriaga).

Fernando Bolea en una imagen de archivo.
Fernando Bolea, con la Copa de Europa ganada en Zagreb en 1995.
H. A.

También pasó por el Tolosa, hasta caer enfermo hace ya cuatro años. El 8 de enero de 2023, mientras Fernando Bolea era ya atendido en un centro especializado en demencias en Salamanca, se le tributó homenaje en Zaragoza. En el pabellón Siglo XXI, su mujer, Cristina, y su familia recibieron la muestra inequívoca del cariño que se profesa en Zaragoza por Bolea. Por supuesto, Brocate, Amadeo, Ibai, Pablo Hernández, David Rodríguez, Sergio de la Salud, el antiguo Casademont Zaragoza (donde jugó el curso pasado su hijo Lucas); pero no solo estos referentes indiscutibles en la vida de Bolea, sino todo el balonmano aragonés para quien Fernando Bolea es y siempre será símbolo eterno.

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