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Desde aquella pomada

Bebé, junto a la estación Delicias de Zaragoza.
Bebé, junto a la estación Delicias de Zaragoza.
Real Zaragoza

A cada final de mercado, corresponde un mensaje de esperanza. Ayer, lo trasladaron Juan Carlos Cordero, director deportivo del Real Zaragoza, y Raúl Sanllehí, director general. También habló en igual sentido Bebé en su presentación. Incluso lo hizo el jugador caboverdiano en el vuelo que le trasladaba a la capital aragonesa, feliz por su nuevo destino. Desde las alturas, subió a redes sociales su discurso bien intencionado.

Acaso sea cierto que el desembarco de Tiago Manuel Dias Correia, conocido como Bebé, y Tomás Alarcón hayan mejorado el nivel general de la plantilla y su capacidad para competir, como aseveraron Cordero y Raúl Sanllehí. Ese es el anhelo. De todos. El equipo lo necesita. El club, también. La afición no quiere dejar de creer y solo se resigna ante la evidencia.

De entrada, en este sentido, está concedido un tiempo mínimo, que si no es de cortesía sí lo es de adaptación: a la ciudad, a los compañeros, al entrenador, a los sistemas, al estadio, al entorno.... Esta es una esperanza que espera. Que sabe esperar, por más que aprieten las circunstancias, sean considerables las complejidades societarias y el debate sobre el estadio haya entrado en la fase que se vio ayer. El aficionado de La Romareda quiere superar el estado de cosas en las que estamos. En todos los órdenes. En un plano deportivo, por supuesto.

Desde que Miguel Torrecilla, anterior director deportivo, anunciara que el equipo aragonés iba a estar «en la pomada», no se ha cumplido una palabra al respecto. La realidad y el discurso discurrieron por vías diferentes. El vuelo del conjunto de La Romareda no se ha levantado en el intervalo de este tiempo tanto como para llegar a la zona noble, a la promoción de ascenso o sus proximidades. En absoluto. Como todos sabemos, la escena es otra. Bastante diferente. Se ha luchado por sobrevivir, por no vernos en situaciones más complejas o comprometidas que las que asumió en su momento ‘Jim’, Juan Ignacio Martínez, autor dos milagros consecutivos. Nada más.

Se ha tratado, sobre todo, de no precipitarse al abismo. De ir tirando. De nadar en espera de alguna reacción que, a la postre, no se ha llegado a producir.

Estamos donde estamos desde hace más de un año –desde hace varias campañas–, por encima de nombres propios de futbolistas, de entrenadores de un perfil u otro o de directores deportivos. Sabin Merino, Alex Alegría, Haris Vuckic, Gabriel ‘Toro’ Fernández, Nano Mesa, Pape Gueye, Petrovic.... El listado de apuestas fallidas es largo, sí, aunque los mencionados tampoco agotan el repertorio. Este es un error repetido. Visto una y otra vez. La debilidad en esta materia invita más que a la reflexión.

En otros niveles de la entidad, también puede detectarse una sucesión de hechos que, aun siendo distintos en la forma, son en el fondo conocidos. Sufrió, por ejemplo, Juan Carlos Carcedo los efectos de la reiterada crisis de otoño, que se ha convertido en un asunto cíclico, casi perfectamente identificable en el tiempo. Ni siquiera pudo enfrentarse el técnico riojano al general invierno, otro de los grandes enemigos.

Por aquí, por estas razones endógenas, se encuentran algunos de los motivos principales por los que el Real Zaragoza se mueve anclado en la parte baja, sin mejor solución, y ante los que Juan Carlos Cordero, actual director deportivo, tampoco ha podido hacer, en principio, demasiado en el mercado de invierno que acaba de concluir.

El fútbol dirá.

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