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Fiesta aguada

La afición zaragocista se fue a casa mosqueada, pero demostró que sabe perder hasta cuando le roban el partido.

Cuatro jóvenes zaragocistas, en claro gesto de lamento por la derrota.
Cuatro jóvenes zaragocistas, en claro gesto de lamento por la derrota.
Oliver Duch

Hay derrotas y derrotas. Hay derrotas justas que se asumen con deportividad. El manido «fútbol es fútbol» de Vujadín Boskov lo sintetiza. Pero en el fútbol también hay otras derrotas que mosquean. También se podría decir que cabrean. La riqueza del idioma español reúne palabras más gruesas para señalar cuando te roban, cuando te birlan, cuando te chorizan; pero lo dejaremos en mosquean. Procede el eufemismo. Pues eso, que ayer la afición del Real Zaragoza se fue mosqueada a comer después de haber visto cómo le levantaban tres puntos en sus mismas narices. Antes del mediodía se había reunido en La Romareda en una cifra con escasos precedentes en la Segunda División contemporánea: 24.000 espectadores, registro sin parangón en el actual curso. Era una fiesta, la fiesta del zaragocismo. Una fiesta aguada por una derrota que frena al Zaragoza en su camino hacia el ascenso directo, además de aquilatar la entidad de una afición que recibió el injusto revés con señorío. Dato a subrayar este último, después del latrocinio que ayer sufrió el Real Zaragoza en su misma casa, en el estadio de La Romareda.


Antes de la ilusión óptica del árbitro De la Fuente Ramos, esa pelota que golpeó en el pecho de Guitián y que el colegiado creyó ver (digo yo que creyó ver, de lo contrario sería mucho peor el tema...), hubo una preciosa fiesta del fútbol en el coliseo zaragocista. Los aficionados aragoneses abrazaron a sus jugadores antes de entrar al campo, haciendo un pasillo hacia la misma puerta del estadio para robustecer la moral de sus jugadores. El ambiente era precioso, con un público entregado a su equipo. Banderas y más banderas del Real Zaragoza. El himno fue cantado ‘a capella’ por los zaragocistas. Ambiente de primera a cuatro peldaños de Primera. Así empezó un partido intensísimo. También había seguidores del Nástic en un rinconcito del fondo sur. No se les oía demasiado. No hacía calor, aunque el presidente del Nástic, Josep María Andreu Prats, llevaba una bufanda roja en el palco.Protocolo

Estuvo acertado en el primer tiempo el prometedor (?) De la Fuente Ramos. Luego todo se torció para el árbitro, para el Real Zaragoza, para la justicia, para la pureza del deporte. Todo se torció para todos, menos para el Nástic... Es cierto que hubo alternativas, equilibrio. Tan cierto que de no mediar al árbitro, la victoria catalana carecería de argumentación. La pelota le pegó en el pecho a Guitián y se señaló penalti. Pitos y más pitos. Ruido y más ruido, pero solo ruido, nada más que ruido. Después hubo un penalti señalado en el área del Nástic. Se señaló penalti, pero pasaron un montón de hechos antes de lanzarse el penalti. Reina, portero visitante, debía pisar la raya de su portería. Pasó un verano antes de que pisara la raya. Provocaciones y más provocaciones hacia Lanzarote, el lanzador zaragocista. Histrionismo. Juego sucio. Lo falló Lanzarote. Juego sucio de Reina, decía, juego sucio que limpia el camino del Nástic hacia Primera... Minutos después finalizó el partido. Alegría lógica de los seguidores y directivos del Nástic. Alegría desbordada que en algunos casos concretos desconocía el protocolo. Por ejemplo, la alegría del presidente Andreu Prats, agitando la bufanda en el mismo palco presidencial jaleado por sus subalternos. Era lógica su alegría, insisto; pero hay que saber ganar.


Media hora después de concluido el encuentro, los jugadores del Nástic regresaron al césped para festejar el triunfo junto al rincón del fondo sur en que seguía su afición. Al mismo tiempo, en la zona mixta Guitián reiteraba que todavía no entendía cómo podían haberle pitado penalti. Ya hacía un buen rato que la afición zaragocista había abandonado el campo mosqueada por tanto y tanto ‘birlibirloque’. Tan importante como saber ganar es saber perder. Ayer, el Zaragoza y su afición demostraron que saben perder hasta cuando le roban el partido y le aguan la fiesta en su misma casa.

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