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Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

Bruce Springsteen vuelve a casa (I)

Su nuevo álbum, ‘Letter To You’, salido casi de un cuento de hadas y compuesto y grabado a velocidad de vértigo, lo devuelve al sonido genuino de sus álbumes clásicos de los años 70 y 80.

Bruce Springsteen.
Bruce Springsteen.
Dan Peled

Perseverante pero viciada actitud. Ante cada nuevo disco de Bruce Springsteen, en determinados seguidores y no seguidores, existe el hábito recurrente de buscar a aquel juglar eléctrico que mataba el alma y los músculos con aquellas tormentas de guitarras trufadas de sensibilidad fabricadas por él y su E Street Band en la época dorada de los 70-80. Si no lo encontraban, como niños disgustados, torcían el gesto, negaban con la cabeza y se ausentaban de su espacio... Bueno, pues por fin, ha llegado el deseado caramelo. Aquí está la E Street Band y el Bruce de antaño, el dulce sabor del sonido impetuoso, cuando no impecable y sensible, de aquel grupo que a principios de los 90 se deshizo cuando su jefe decidió mirar hacia otros horizontes.

Quien quiera reconciliarse con el viejo Boss tiene, por fin, su oportunidad: Letter To You, su resplandeciente nuevo álbum. Los que ya le entendimos desde el mismo Nebraska (1982) y más aún desde The Ghost Of Tom Joad (1995), e incluso desde los gemelos Human Touch (1992) y Lucky Town (1992) y luego con las Seeger Sessions (2006) en vivo hasta desembocar en el majestuoso Western Stars (2019), no necesitamos darnos golpes de pecho: aunque con sus fallas y grietas, con sus descoloridos y desconchones, llevamos viviendo convencidos, reconfortados y absortos en la particular Capilla Sixtina que este hombre de 71 años ha construido a lo largo del último medio siglo; y por lo que ha comentado al Rolling Stone, seguirá construyendo. Un gozo mayúsculo.

La génesis de este nuevo álbum es casi de cuento de hadas. Tras una de las sesiones de su larga estancia en el Walter Kerr Theatre de Broadway, a la salida del local se le acercó un joven italiano y le entregó una guitarra. “¡Hola Bruce! Esto es para ti. La he construido especialmente para ti”. El cantante echó un vistazo rápido a la guitarra, le pareció atractiva, la cogió y tras darle las gracias escuetamente la cargó en su coche y se marchó. Durante varios meses la “guitarra italiana” permaneció ausente de la vida e interés de Springsteen, quien a veces pasaba a su lado sin hacerle el más mínimo caso. Hasta que en una ocasión le dio por cogerla y trastearla. Le sonó bien e incluso excelentemente, se animó y comenzó a componer con ella, hasta el punto que alcanzó una velocidad compositiva que ni él mismo se creía: en diez días del mes de abril de 2019 tenía lista una decena de nuevas canciones con las que quedó contentísimo.

Y para más sorpresa, se dio cuenta de que eran perfectas para tocarlas con la E Street Band, como así se lo contó secretamente a Martin Scorsese un mes después: “Llevaba siete años intentando escribir canciones para tocarlas con la E Street, pero no me salía nada, hasta que hace poco escribí unas cuantas que pueden ir muy bien para la banda, estoy muy contento con ellas”, le reveló. Al poco habló con su fiel pianista, Roy Bittan, y este, además del gesto de gozo y levantamiento de pulgar, le aconsejó que no las diera a conocer a nadie, que se las guardara hasta la hora de grabarlas. “Si las difundes quedarán grabadas en piedra”, le previno ante la posibilidad de que las canciones quedaran inmovilizadas en su primera forma compositiva. Springsteen le hizo caso a Bittan y la noticia de las nuevas canciones no salió de su círculo más íntimo hasta que llegaron al estudio de grabación.

“No sabía de dónde me venían aquellas canciones”, ha confesado Springsteen en una de las cinco entrevistas que ha concedido estos días a la prensa americana e inglesa. “Las escribí en el dormitorio, en el bar, en el salón de mi casa… Me salía una cada día. Fue increíble. Aquellas canciones estaban en la guitarra de aquel chico, no en mi cabeza. Estás siete años intentando escribir un disco así y no consigues nada, y de repente, en solo una semana, lo consigues”. Ya digo, un cuento de hadas. Y todo un récord: jamás Springsteen había escrito un disco en tan breve tiempo.

Récord que se estiró a la hora de grabarlo. Sin dar a conocer las canciones, como le aconsejó Bittan, el cantante convocó en noviembre del pasado año 2019 a su legendaria banda en el estudio casero, Stone Hill Studio, que se construyó en su mansión de Colts Neck, NJ, en 2009 y, tras mostrarle someramente lo que había escrito, siguió el consejo de su buen amigo y consejero perpetuo Miami Steve Van Zant. “Grabémoslas al viejo estilo”, le dijo Miami, o sea, tal y como grabaron discos excelsos como Darkness, The River y Born In The USA, con una exposición primera en acústico de Springsteen de cada pieza y después dando pie a cada músico a tocar libremente e incorporar lo que creyera conveniente. El día y la noche con respecto a Born To Run, aquel disco de las mil revisiones, el más tormentoso en estudio de su carrera.

Y nuevo récord, pese a la improvisación y el desconocimiento previo que los músicos tenían de las canciones: en solo cinco días todas las canciones quedaron terminadas. Como mucho, dos tomas por canción, toda la banda al completo tocando cada canción y sin añadidos ni overdubs, a excepción de unos leves retoques de guitarra de Springsteen y de los solos de saxo que Jake Clemons, ausente durante las sesiones anteriores, añadió el quinto día. Toda una proeza. ¡Un disco en directo grabado a toda velocidad y eficiencia en estudio! Señuelo, sin duda, de la categoría olímpica del grupo de músicos que rodean a Springsteen. "Hacíamos una canción cada tres horas", ha dicho Van Zandt. “Básicamente, grabamos el álbum en cuatro días. Reservamos cinco días y el quinto día no teníamos nada que hacer, así que simplemente lo escuchamos ". No extraña que el mismo Van Zant haya recordado a los Beatles cuando en sus primeros tiempos grababan sus canciones en apenas un par de horas.

“Al viejo estilo”, es lógico que haya salido un disco con un sonido tan inconfundible y clásico de Bruce Springsteen, sumido todavía en la depresión y con un agresivo tratamiento farmacéutico. Guitarras múltiples y expansivas, órgano eclesial, armónica, coros, piano inconfundible, glockenspiel, slides guitar, maciza batería, solos de saxo arrolladores, cuerdas sintetizadas, esa poderosa voz elástica y nasal… mucha furia y mucha sensibilidad marca de la casa. Y dentro de la cáscara musical de casi todas las canciones, unos textos introspectivos, muy personales, que traslucen a un Springsteen dolido con la edad y la muerte de algunos familiares y compañeros de ruta, desde su mismo padre a George Theiss, de Castiles, Terry Magovern, su amigo y asistente, y, cómo no, a Danny Federici y Clarence Clemons. Un duro contraste en ocasiones entre la aflicción lírica y la alegría instrumental, entre el dolor y la gloria almodovariana. En la próxima entrega, para no cansar en exceso, analizaré las canciones con más detenimiento. Por ahora, coloca el disco: es el Springsteen más puro que ha vuelto a la casa de su primigenio sonido. Los chicos enfadados pueden recomponer el gesto.

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