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Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

Bruce Springsteen vuelve a mudar la piel

Envuelto en ampulosos arreglos orquestales, su nuevo disco, ‘Western Stars’, arremete sutilmente contra Trump e irradia belleza y sosiego musical.

Bruce Springsteen
Bruce Springsteen

Para quienes no pasen del Born In The Usa, The River o Dancing In The Dark, o para quienes no conozcan a Bruce Springsteen, su nuevo disco, Western Stars, puede sonarle a salida de tiesto o a pelmada jeremíaca, según el grupo en el que se incluya cada cual… Y nada más lejos. Se trataría, sin duda, de un desconocimiento profundo de su trayectoria.

Porque en este elegiaco álbum, lo que ha hecho el rockero americano ha sido mudar la piel de nuevo. Lo hizo en Nebraska, volvió a repetir con Tunnel Of Love, incluso con el doblete Human Touch / Lucky Town, percutió con más fuerza mutante en The Ghost Of Tom Joad, reincidió en Devils & Dust, se salió del carril en las Seeger Sessions y ha vuelto a cambiar de piel musical en este nuevo álbum, con sus raíces más personales de siempre pero envuelto en orquestaciones que nunca antes había vestido con tanta prosopopeya. El camino de una artista libre, sin ataduras, consciente de que el repeticionismo es una tumba para sí mismo y para el público.

No es cuestión de entrar en profundidades, canción a canción, que aburrirían a la parroquia. Solo constatar y resaltar este giro sonoro, este manto de púrpura en que Springsteen, hurgando en su veta melódica de viejos discos y bellas canciones ocultas como Cautious Man, Valentine’s Day y When You’re Alone (Tunnel Of Love), Man’s Of Job y I Wish I Were Blind (Human Touch) My Beautiful Reward y Book Of Dreams (Lucky Town) e incluso Used Cars (Nebraska), ha envuelto sus canciones actuales, saliéndose de cuadro únicamente Sleepy Joe’s Café, un animoso lienzo perfilado con coloraturas tex mex que en directo daría lugar a gozosos momentos de baile y diversión si es que sale de nuevo a la pista de juego.

Narrativamente son canciones que Springsteen llena de argumentos, paisajes y estelas bien conocidas en su largo recorrido: carreteras solitarias, moteles, desiertos, cafés, pueblos vacíos, trenes, amores perdidos y anhelados, personajes solitarios… y sobre todo uno nuevo, que es la base emocional, solidaria, reprobadora, del disco, a saber, el cogotazo que le mete a Trump.

Era raro que un hombre tan implicado con los problemas sociales y políticos de su país, un cantante de honda raíz democrática, antirrepublicano hasta el tuétano, no le metiera el dedo en el ojo a este insólito presidente que rige los destinos del país más poderoso de la tierra. Ya en tiempos se zafó de Reagan, cuando este le utilizó como reclamo en su campaña de reelección electoral del 85 –“no creo que haya escuchado un solo disco mío”-, pero ahora ha sido cuando en un disco más directamente se ha dirigido a un presidente, y no recurriendo a la denuncia abrupta como se merece este polémico Trump, sino sutilmente con unas bellas frases:

“Our American Brothers cross the wire and bring the old ways with them, tonight the western stars are shining bright again”.

Todo un cálido abrazo a la inmigración. La estrofa suena a mitad de la pieza, Western Stars, que da título al disco, musicalmente hasta ese momento tiznada de contención y de un melodismo intimista, pero, tras soltarla, es como si se abrieran los cielos para que aparezca un estruendo de cuerdas y trompetas, el gozoso Apocalipsis golpeando el cogote de Trump. ¡Así no se puede liderar un mundo globalizado, señor presidente!

Amasado a lo largo de esta década, a la par de una depresión brutal, lo que explica su tono anímico melancólico, bajo, sosegado, y con los mimbres citados, Western Stars es un gran disco. Huyendo de categorizaciones, ni mejor ni peor, ni el número uno ni el número tres de su carrera, simplemente un buen disco, un gran disco, para escuchar placidamente en noches serenas, a poder ser con unos buenos auriculares para degustar mejor su riqueza instrumental.

No lo esperábamos, pero sí lo deseábamos, especialmente tras el insólito y deshilachado High Hopes. Por ahora, no se sabe si saldrá a los escenarios con este disco, o como se rumorea, entregará otro nuevo con la E Street Band y emprenderá otra de esas ‘megagiras’ de estadio. Veremos. Al menos, más de uno podemos seguir llenando las alforjas con la emoción, la voz y esa agua purificante que corre por el caudaloso río discográfico de Springsteen.

A punto de pisar los setenta años, y pese a los rumores de despedida que corrieron el pasado año, parece que aún le quedan fuerzas para, como dice, en el inicio de su canción emblema de este disco - “me levanto por las mañanas y me alegro de que mis botas estén preparadas”- salga de nuevo a la carretera en busca de esa estrella milagrosa a la que alude en otra de sus nuevas canciones, There Goes My Miracle, o lo que le dé la real gana. Tiene licencia eterna para seguir emocionando… o cabreando porque ya no haga discos como Born To Run, Darkness o The River, como le seguirán espetando sus más agrios detractores por no enfilar hacia indocumentados gacetilleros de revistas gratuitas españolas que mejor ni nombrarlas. La muda de piel, de traje sonoro, le ha sentado fenomenal, como una túnica a un santo.

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