Fiestas del Pilar

La tarde se fue por la enfermería

El banderillero Mariano de la Viña sufrió una espeluznante cogida. Perera también resultó herido.

Mariano de la Viña, antes de ser trasladado a la enfermería.
Raquel Labodía

La Misericordia enmudeció. Su corazón en un puño al ver a Mariano de la Viña tendido inerte sobre el albero. Diez mil personas contuvieron el aliento en unos instantes que se hicieron eternos. A merced, lo empaló y lo lanzó por los aires con suma violencia. El pitón derecho lo caló a la altura del fajín y más tarde el izquierdo se perdió en la ingle en lo que pareció ser un viaje sin regreso. Qué imagen tan terrorífica. Un reguero de sangre sobre el albero daba fe de una rapidísima carrera hacia enfermería que, sin embargo, pareció no tener final.

Perera, rastrillo en mano, cubrió la sangre derramada por su compañero y Ponce se tapaba la cara estremecido ante la gravedad de la cornada. Qué trago para el de Chiva. 

La plaza quedó conmocionada. Se hizo un silencio sepulcral y las miradas perdidas observaban a un Ponce que, con suma profesionalidad, daba muerte al de Montalvo. Un animal sin entrega ninguna, como el resto de sus hermanos. Definitivamente, la tarde murió en la enfermería. Imposible de remontar.

El Juli tuvo que matar al feo quinto entre la incertidumbre que desprendían unos tendidos en los que los móviles eran protagonistas. Echaron humo.

Ante tanta preocupación, el toro no rompió a nada. Áspero, bruto y pegado al piso, no quiso nada en las telas de un Juli que, a pesar de todo, intentó hacerle faena de uno en uno sin suerte.

Con su primero tampoco tuvo más opción que la de meterse entre los pitones. El animal se aplomó y obligó al Juli a intentar sacar lo poco provechoso que tuvieron sus embestidas desde las cercanías. De uno en uno, pegó algún muletazo suelto. Desastroso con la espada.

Perera también resultó herido

Tras la gravísima cornada a Mariano de la Viña, la plaza no recobró el pulso y los tendidos abogaron por poner el punto final lo antes posible. Tanto, que incluso consiguieron parar la jota de los toros. Muy bien.

Sin embargo, La Misericordia volvió a contener la respiración al ver al extremeño perder el capote y quedar a merced. Tras intentar zafarse sin éxito, lo caló con violencia en la parte posterior del muslo y también tuvo que pasar a la enfermería.

La conmoción se transformó en nerviosismo y, por un momento, los doblones de Ponce parecieron resucitar a los tendidos. La tensión y la rabia salieron en forma de sentidos olés, como si cada una de esas gargantas se desquitase por el mal trago que nos había tocado vivir. Sin embargo, aquello no cogió vuelo. Ni debió. Una sincera ovación a Ponce en el tramo final de su faena puso los pelos de punta. Una pena su fallo con los aceros.

Además de las rápidas actuaciones de todos los profesionales, saludaron los subalternos de las cuadrillas de Perera y el Juli tras parear a tercero y quinto respectivamente. Curro Javier y Cebadera por la del extremeño y Montes y el Pilo por la del madrileño.

Al concluir el festejo, las caras de preocupación confirmaban la gravedad de Mariano de la Viña. Las ambulancias salían en busca de sangre mientras más de un aficionado se ofrecía a donar la suya. Finalmente y tras conseguir estabilizarlo, se le intervino en la enfermería de la misma plaza de toros antes de ser trasladado al hospital.

La feria terminó de la peor manera. Pero esto es así. Sin trampa ni cartón, se vive y se muere de verdad. Fuerza a Mariano de la Viña, Perera, Caballero, Guindi y Aguilucho. Fuerza, toreros.