Teruel

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Albarracín pone en marcha un plan pionero para crear jardines sin riego con vegetación mediterránea

Doce empleados, coordinados por una paisajista, trabajan en el proyecto, que se aplica ahora a una ladera de 6.000 metros cuadrados

La paisajista Paula García –en el centro–, en el área de trabajo de Albarracín.
Heraldo

La Fundación Santa María de Albarracín ha puesto en marcha un proyecto, pionero en la provincia de Teruel, para recuperar la vegetación mediterránea en las laderas ajardinadas de la localidad. Ha comenzado por el talud de la zona Este, icono del municipio al estar situado a los pies del caserío que se divisa al entrar al pueblo, pero su intención es extenderlo al resto del casco urbano.

El plan incluye la sustitución de cientos de plantas exóticas sembradas en los años 80 del siglo XX –lirios, rosas comunes o ailantos– por otras autóctonas, como sabinas, encinas, arces, espinos, rosas silvestres, jaras o aliagas, presentes en el entorno de Albarracín. El fin es conseguir un jardín autosostenible, que no precise riego y favorezca la conservación del suelo.

Doce personas trabajan en la iniciativa, que se aplica a una superficie de 6.000 metros cuadrados, una extensión suficientemente amplia como para que se aprecie un cambio sustancial en el paisaje urbano de Albarracín. La zona esconde parte de la muralla de la ciudad, también en proceso de recuperación, lo que la hace más valiosa todavía.

La actuación está coordinada por la paisajista Paula García, formada en la Universidad Politécnica de Madrid, en la Fundación Miguel Aguiló –investiga el patrimonio y el paisaje construidos– y en la propia Fundación Santa María de Albarracín. Su jardinero de referencia es el francés Gilles Clément, uno de los primeros teóricos botánicos, profesor en la Escuela Nacional Superior de Paisajismo de Versalles y partidario de dejar que actúe la naturaleza e incluso se rediseñe ella misma.

El "genio" del lugar

Como Clément, García cree que el jardinero debe identificar "el genio" del lugar y potenciarlo sin acudir a actuaciones agresivas. "Hay que encontrar la magia del paisaje, entender de dónde venimos y renaturalizar el terreno de acuerdo a ello", defiende.

La paisajista lamenta que durante años la vegetación mediterránea no ha sido considerada bella, lo que llevó a importar especies de otros países que tuvieron que enfrentarse a condiciones poco idóneas. "Sin embargo –subraya–, las plantas autóctonas son coloridas, crean contraste, florecen superolorosas y tienen valor ecológico, porque atraen polinizadores".

La ladera donde se está trabajando guarda restos de la muralla de Albarracín, en proceso de restauración.
Heraldo

Para conseguirlo, se conservará la tierra original, sustentada con troncos de los árboles enfermos talados, que de esta forma se convierten en un pequeño homenaje al jardín que hubo anteriormente. Las nuevas plantas no estarán alineadas, sino en grupos, "para entender la belleza natural del paisaje y facilitar su reproducción", dice García.

Aunque no son autóctonos, los cedros, siempre que no amenacen la supervivencia de otras especies próximas, se mantendrán como vestigio del paisaje anterior, pues fueron miles los ejemplares de este tipo de árbol que se plantaron en décadas pasadas. También quedarán los nogales y almendros, como recuerdo del paisaje creado por el hombre. "Amar y entender nuestra identidad es esto", subraya la paisajista.

“Nuestra propia vegetación es bella, por eso, esto es tan sencillo como poner una jara en el lugar de una rosa común”, explica García, quien sostiene que, una vez implantado el nuevo jardín, “ahorraremos agua, habrá más humedad en la zona y el entorno será más saludable para la población; ganamos todos”.