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90 años del Hotel Bellavista de Torla: "Antes preguntaban si en la habitación había tele; ahora, lo primero que piden es la wifi"

Desde su apertura continúa en manos de la misma familia. Miguel Berges vio el potencial turístico de la zona e inició el negocio en 1934.

Fotografía de los años 50 del siglo pasado del hotel con el macizo de Mondarruego al fondo.
Fotografía de los años 50 del siglo pasado del hotel con el macizo de Mondarruego al fondo.
Araceli Villacampa

Los años han pasado volando. Detrás del mostrador de la recepción y en el banco de piedra donde ya se sentaba su abuelo Araceli Villacampa ha sido testigo de los cambios del turismo y de la sociedad durante las últimas décadas. Ella es la tercera generación que regenta el hotel Bellavista, un pequeño establecimiento de Torla que cumple 90 años a la sombra del macizo de Mondarruego y a 4 kilómetros de la Pradera de Ordesa. Siempre ha estado en manos de la misma familia y la intención de esta es celebrar, como poco, el centenario.

La hija de la propietaria, Karmen Villacampa, se forma como cocinera en el Canfranc Express, restaurante con estrella Michelin del Royal Hideaway Hotel. "Posiblemente vuelva a abrir el comedor del Bellavista porque sobre eso va su proyecto de final estudios...", dice su madre. 

La hostelera relata que su abuelo, Miguel Berges, fundó el hotel en 1934. Era muy consciente de lo que hacía porque él trabajaba en las casas de Berges, en Ordesa, donde había dos establecimientos que atendían a los excursionistas franceses que llegaban a la zona, declarada Parque Nacional en 1918. "La normativa impidió que hubiera alojamientos dentro del espacio protegido y fue cuando bajaron a Torla", explica Araceli Villacampa. 

Cuenta con orgullo que lo del turismo le viene de herencia porque sus antepasados fueron "pioneros". "El abuelo de mi abuelo ya iba y volvía de Gavarnie", señala, recordando que "a Ordesa, los turistas no venían de la vertiente sur sino de Francia". Fue por eso que a su abuelo y al vecino, de Casa Oliván, los mandaban a Francia durante el invierno, "a aprender el idioma, porque los clientes eran de allí, y cocina". 

Miguel Berges se formó como cocinero al otro lado del Pirineo y decidió montar el hotel en Torla. "Cuando se casó con mi abuela, Carmen Buil, que también era de Torla, compró una finca y lo construyó", explica su nieta. "Su forma de trabajar era la que había visto en Ordesa con los franceses, pero llegó la guerra y se lo quemaron", dice Villacampa. Con pocas frases resume el relato de toda una vida que, probablemente, ella escuchó referir muchas veces.

"Fue en 1939; la 43 División del Frente Popular aguantó mucho en Torla, hasta que pasó a Bielsa y mi abuelo, como muchos otros del pueblo, marchó a Francia y a la vuelta le tocó estar en la cárcel", comenta. Berges regresó a su pueblo y, con mucho trabajo, volvió a levantar el hostal en el mismo lugar donde estuvo, y permanece. Empezó de nuevo. "Tuvieron un hijo, que murió en Francia, y una hija, Carmen, mi madre, que se casó con un joven de aquí, Joaquín Villacampa, y siguieron con el hotel", detalla.

Se llamó Fonda Pirineos hasta que se reconvirtieron las categorías, primero a hostal y luego a hotel: "Yo siempre lo he conocido como Bellavista y tiene la signatura número 33 en el registro del Gobierno de Aragón". Hace años que no tiene restaurante, ni cafetería. "En la primera planta hay una pequeña cocina, para hacer bocadillos, calentarse algo o poner la lavadora", explica la dueña. Se trata de un hotel familiar que se va adaptando a los tiempos. "Hubo años en los que si no había televisión en la habitación la gente no se quería quedar; ahora, lo primero que piden es la contraseña de la wifi", destaca.

También se van acondicionando los espacios. Cuando se abrió tenía 20 habitaciones, porque eran sin baño. Se disponía de un aseo en cada pasillo y en los dormitorios había orinales. Un recuerdo de aquellos tiempos es la mesilla de noche que está en la recepción, con una escupidera de porcelana y que "llama mucho la atención".

Se hizo una reforma y de cada tres habitaciones quedaron dos. Ahora hay ocho. "Todas con baño, ya no hay opción", apunta Villacampa. Hay unas con dormitorio y salita y el resto son individuales o dobles. Lo que no tiene el Bellavista es ascensor.

Junto a los muebles y los servicios han variado las costumbres. "Antes, los clientes eran fijos, repetían cada año y se quedaban 15 días o un mes; eran casi como familia", indica la propietaria. Eran catalanes, vascos, madrileños y franceses. "También venía algún belga y algún holandés, por la montaña", comenta.

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