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Pirineos

Dormir al raso en una cumbre nevada, una locura "perfectamente planificada"

El vivac invernal no es una práctica extraña para los pirineístas más habituales. Requiere de material específico para combatir el frío, una gran preparación física y experiencia en la alta montaña.

La cruz y la Virgen del Pilar del Aneto, junto a un refugio temporal
Jesús Latas

Una fotografía tomada en la cima del Monte Perdido, uno de los colosos más icónicos del Pirineo aragonés, se convirtió a finales de 2017 en una de las estampas montañeras del año en Instagram. La imagen, con todo el respeto para su legítimo autor, no era un prodigio de la composición, pero sí presentaba un elemento que la hacía poco común. En ella se podía ver un saco de dormir hundido medio metro en la nieve, preparado para que un pirineísta pasase la noche al raso, sin una tienda de campaña que lo protegiese de las potenciales inclemencias meteorológicas. El color naranja del saco contrastaba con el blanco de la nieve, pero mucho más con el entramado nuboso que flotaba bastantes metros por debajo.

La publicación cosechó miles de ‘likes’ y sigue siendo recordada dentro del mundillo, pero si bien para muchos un vivac como el descrito supone una tremenda locura, para quienes gozan de las noches en alta montaña no es sino la estampa con la que sueñan de lunes a viernes. “Esa sensación de inmensidad, de soledad, de ver el cielo estrellado y, a lo lejos, los reflejos de las poblaciones… no hay comparación a esta experiencia”, cuenta Rubén Correas, un vecino de Poleñino que acostumbra a compartir en las redes sociales sus incursiones en la montaña y que ni siquiera tiene tienda de campaña.

La práctica del vivac invernal no es para todo el mundo -hacen falta experiencia y las herramientas necesarias-. “Poco a poco, con cada salida, vas aprendiendo qué material llevar, cuál cambiar, dónde te quedas corto y dónde te pasas… Para empezar necesitas un saco de plumas de calidad que aguante las temperaturas invernales y que sea impermeable, ya que por la mañana te enfrentas al rocío”, destaca el montañero, que suele descansar “sobre una colchoneta de espuma y un aislante térmico que proteja del frío y la humedad”.

Dentro del saco tampoco es que haga falta una cantidad de ropa exagerada. “Procuro estar, ante todo, lo más cómodo posible. Llevo mallas, unos buenos calcetines y una camiseta térmica. Nada más. El tacto del saco es muy agradable y no necesito abrigo, lo reservo para cuando me levanto”, revela. El ropaje lo completa con una braga gruesa al cuello y otra más fina que le cubre prácticamente toda la cara: “Como hace frío, no tengo una sensación de agobio”.

El equipamiento no es el único aspecto del que hay que preocuparse para afrontar una ‘locura’ como esta. “Es una práctica que tiene que estar perfectamente planificada, sobre todo en lo que a meteorología se refiere. Hay que prestar atención a la evolución del tiempo, constatar que no va a haber precipitaciones y que vas a subir a la montaña durante unas jornadas con buen tiempo”.

Un amanecer en lo alto del Monte Perdido.
Jesús Latas

Coincide con él otro apasionado del Pirineo, el sabiñanense Jesús Latas, quien siempre que puede se escapa a pasar una noche a miles de metros de altura: “Lo primero que hago al planificar un vivac es mirar la previsión de la meteo y de la sensación térmica. La gente suele pensar que la altura siempre está relacionada directamente con una menor temperatura, pero en ocasiones se da la inversión térmica, un fenómeno por el que sucede todo lo contrario”.

Para este montisonense de 38 años, conciliar el sueño sobre la nieve es algo más que habitual: “Merece la pena aunque sea solo por ver anochecer y amanecer desde la altura, aunque ahora en invierno, como se va la luz a las 18.00 y no es de día hasta las 8.00, se hacen un poco largas las noches. En cualquier caso, es una experiencia única en la que disfrutas de la soledad y la tranquilidad y en la que si se dan las condiciones ves un cielo estrellado único, sin ningún tipo de contaminación lumínica”.

Vivac en la cumbre del pico Cilindro, a 3.328 metros.
Jesús Latas

En cualquier caso, Jesús reconoce que no es una experiencia para todos: “Hay que estar preparado físicamente y tener la experiencia adecuada. Requiere llevar un mochilón enorme con un montón de material, como piolets, crampones… y pala para poder cavar en la nieve y así disponer de unas pequeñas paredes que te protejan del viento que pueda levantarse. Hay que dejar claro que lo prioritario es la prudencia y la preparación, que nadie se lleve a engaño, esto no es para todo el mundo”.