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Cuando los laicos toman los mandos del altar

La diócesis de Barbastro-Monzón ya ha ‘reclutado’ a 64 animadores de la comunidad ante la falta de curas. Sus celebraciones son como una misa, pero sin consagración ni bendición.

La falta de vocaciones afecta a la Iglesia en todo Aragón, pero especialmente en el Aragón despoblado. Los sacerdotes, cada vez menos y más mayores, literalmente no llegan a todas las iglesias que hay repartidas por el territorio, por lo que algunas están condenadas al cierre. Para frenar esta dinámica -que de momento parece imparable-, algunas diócesis han dado entrada a seglares para oficiar las celebraciones de los sábados y los domingos a las que no llegan los curas. No son misas, pero casi. Estos seglares leen la Palabra, dan una homilía y reparten la comunión, con unas formas que previamente han sido consagradas por un sacerdote.

La presencia de laicos sobre el altar poco a poco se va extendiendo por algunas diócesis, pero su implantación es especialmente significativa en la de Barbastro-Monzón. Ante la falta de curas, hace unos cuatro años iniciaron el ‘reclutamiento’ de personas de confianza con potencial para asumir el reto de llegar adonde no llegan los sacerdotes. Ahora ya hay 64 animadores de la comunidad (como se denominan) repartidos por el territorio. Son casi el doble de los curas que siguen en activo. “Dios nos ha venido a ver con ellos, porque no sabíamos qué hacer”, resume Ángel Noguero, el vicario general del obispado de Barbastro-Monzón.

La falta de curas es un problema en todo Aragón. A cierre de 2020, en la Comunidad había uno para cada dos parroquias. En algunos casos, hay sacerdotes que cubren hasta una veintena de iglesias, lo que obliga a suspender misas, hacerlas una vez al mes… o a ‘tirar’ de laicos para oficiar las ceremonias. “Ahora mismo hay muy pocas vocaciones. Pero aunque las tuviéramos, un sacerdote en formación tarda 12 años en salir del Seminario. No podemos esperar 12 años. La edad media de nuestra diócesis es de 75 años. ¿Cuánto podemos aguantar? Nuestro testigo lo cogen los laicos, lo tengo clarísimo”, reflexiona Noguero.

Para él, los animadores de la comunidad “no son sustitutos” del cura, sino que son “enviados oficiales del obispo”. De hecho, es el propio obispo, Ángel Pérez, quien presenta a estas personas ante los fieles de la localidad, como hizo el pasado sábado en Castejón del Puente con dos mujeres que se iniciaban su experiencia en el pueblo.

Los más de 60 animadores de la comunidad de Barbastro-Monzón cubren casi 40 parroquias. Hay empresarios, funcionarios, jubilados… y casi el mismo número de hombres que de mujeres. Conchi Lumbierres es una de ellas. Previamente ya era catequista y colaboraba con Cáritas, pero cuando recibió el encargo de oficiar estas celebraciones no daba crédito: “De entrada dije que yo no, que yo no sirvo. Lo recibí con muchísimo miedo y responsabilidad”. Ahora, en cambio, lo ve “como un regalo”. “Más que un favor que hacemos, es un favor que nos hacen, porque la experiencia es muy gratificante”, resume.

En su caso, forma un equipo de tres con su marido, Roberto Ramón y Gloria Tolsa, una amiga. Son de Monzón, pero acuden al menos cada dos fines de semana a dos pueblos, Ilche y Alfántega, y también dan apoyo a otra animadora en Conchel. “En general nos recibieron bien, aunque con sorpresa. En un pueblo una señora iba diciendo que ya había llegado el nuevo cura -en referencia a su marido- con dos señoras. Se preguntaban si de verdad nosotros íbamos a hacer la misa”, recuerda. Ahora participan en la vida del pueblo, ya que no solo van a la celebración, sino que llevan la comunión a los enfermos, acuden a los funerales cuando muere algún vecino y participan en eventos como las fiestas del pueblo o la Navidad.

Antes de afrontar su primera celebración, el sacerdote titular de la parroquia les da una orientación y, si lo requieren, se les ofrece una formación teológica un poco más profunda. Luego, cada semana el obispado les envía un guión detallado de la ceremonia. También incluye una pequeña reflexión a modo de homilía, aunque “pueden hacer la suya”. De hecho, recomiendan que así lo hagan, porque “los fieles ven que las cosas se dicen como las sienten, en un lenguaje cercano”, dice Noguero. “A la gente le llega más si lo haces propio”, confirma Lumbierres.

El resto de la ceremonia es prácticamente igual que una misa, con la excepción de que no pueden ni consagrar las formas ni dar la bendición. Sí reparten la comunión, algo que según esta animadora de la comunidad “no sorprende como se podría esperar”, ya que “antes ya había mujeres que ayudaban a los curas a repartirla durante las misas”. “Lo que más le puede sorprender es la liturgia que se hace en torno a este acto, o que oficiemos la ceremonia vestidos de calle”, apunta.

Sea como sea, su figura ha venido para quedarse, al menos en esta diócesis. Los seminaristas que están estudiando, cuya formación requiere años de trabajo, son menos de la mitad que los curas que mueren anualmente en Aragón. Por lo que el problema irá a más. “Hoy por hoy son fundamentales, son nuestro futuro y lo digo con toda la tranquilidad del mundo”, insiste el vicario general del obispado.

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