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en primera persona

Diario de un confinamiento: El amor de los ‘cuarenteners’

Día 13. Me enternecen los amoríos de adolescentes confinados. Corín Tellado sacaría un novelón romántico de esta pandemia. O dos, o tres...

Algunas de mis lecturas sentimentaloides más recomentadas.
Heraldo

Hay amor en tiempos revueltos, en tiempos de guerra y en tiempos de cólera. El de tiempos de pandemia lo estamos haciendo –y deshaciendo– ahora entre todos, así que esmérense. Leo dramas adolescentes por las redes y la verdad es que me enternecen: "Si no te habla en tiempos de coronavirus, tía, eso es que nunca te hablará". Ay, pobrecillos. Me da la risa. Y la angustia. Sufro y me burlo a la vez de esos amoríos a distancia por el confinamiento. Aunque Julieta lanzara sus trenzas balcón abajo no darían para salvar los dos metros de precaución y seguridad. Al menos, de momento, porque como el encierro se alargue...

Estos dulces adolescentes se dan en llamar ‘cuarenteners’, como si fueran seguidores de un artista pop. Justin Bieber y el covid19 empatan a dolor de cabeza, así que no me parece mal. Los jovencillos se me antojan protagonistas de la telenovela de esta crisis porque, si para todos estar confinados es un fastidio, para las hormonas revolucionadas en primavera es algo directamente… castrador. Como mucho pudor no tienen, los púberes cuelgan en sus ‘stories’ de Instagram auténticos culebrones venezolanos, con despechos, galanes cornudos e intérpretes sobreactuados. Yo, que me quedé en los seriales de Corín Tellado y el consultorio de Elena Francis, asisto impávido a sus dramas. Ánimo, ‘cuarenteners’. Me ofrezco a ser vuestro ‘celestiner’, sí, ya sabéis, vuestro ‘alcahueter’. ¿Que no entendéis nada? Pues del Conde Lucanor, ni hablamos…

Escucho por la radio a sesudos psicólogos hablar de que es el tiempo de amar lo cotidiano y las pequeñas cosas. Pienso en que esas pequeñas cosas –parezco una canción de Serrat– a menudo son incontrolables. Los patógenos, de hecho, son minúsculos, pero imagino que los expertos no nos invitan a amar los virus sino a lavarnos bien las manos. Esto me recuerda a esas barreras de protección –seguridad garantizada– que muchos ponemos al hacer uso de un baño ajeno con un rosario de trocitos de papel higiénico colocados sobre la taza del inodoro. No sé si me servirá para evitar coger la sífilis o la gonorrea, pero el ‘collage’ siempre me queda de diez. Y pensar que en Plástica me ponían un suficiente raspado…

También me hace gracia esa tradición familiar de ‘tapar’ con una cucharilla la botella de champán para que no se escape el gas. "Es que así no se esbafa", argumentan las madres formadas –sin duda– en el acelerador de partículas de la frontera franco-suiza. Burbuja que se escapa, burbuja que persiguen con la zapatilla en la mano. Explícale tú ese efecto paralizador de un gas a un doctor en astrofísica. Hay que amarlas. Más que a las grandes y las pequeñas cosas.