Aragón

DIARIO DE UN CONFINAMIENTO

De compras nerviosas y una cierta ‘galletofobia’

Día 2. Exitosa expedición al supermercado. Bueno, expedición discutible, a juzgar por el botín que uno descubre al vaciar las bolsas. ¿Para qué querré yo un pelador de piñas?

El cartel desprendido en mitad de la calle y la jaula decorativa que no alberga pájaro alguno.
C. P. B.

Quienes me conozcan sabrán que soy un poquito cenizo. No sé con qué clase de culpa judeocristiana me educaron, pero siento cierta atracción por la derrota, lo marginal, lo que va perdiendo su brillo. Voy a un partido de fútbol y celebro la victoria de mi equipo, sí, pero también miro por el rabillo del ojo cómo se retiran los rivales apesadumbrados. Me siento fatal. Pobrecicos. Quizá ese penalti salvador en el 94 haya sido riguroso. ¡No aplaudáis más! Son contrincantes, ¡pero son humanos!

No pensé que esta sensación fuera a apoderárseme, inopinadamente, en mi primera expedición de cuarentena al supermercado. Vivo, por suerte, a no más de 100 metros de uno y, con la ‘Heróica’ de Beethoven en el mp3, puede cruzar la calle, casi de forma furtiva, sin muchas complicaciones.

Una vez dentro, todo según lo previsto. El escenario imaginado: la avidez por el papel higiénico continúa su furor y algunas señoras estaban de cháchara, eso sí, respetando la distancia de seguridad entre ellas. A grito ‘pelao’, vaya.

De inmediato me vino a la cabeza una escena de ‘El cuento de la criada’ en la que las subyugadas aprovechan la compra para hablar entre susurros de sus planes y los ojos controladores. Aquí también corren tiempos extraños, distópicos, desconocidos, pero las cosas se hablan a gritos, sin reparos. Aunque estén junto al estante de las sales de frutas y discutan sobre las flatulencias del marido.

A lo que iba. No hay desabastecimiento, pero a mí me da por mirar esos productos que no interesan a nadie. ¿Por qué se margina una caja de Campurrianas? Basta ya. ¡Eso es galletofobia! Me creo un vengador y las echo a la saca. Oye, ¿de verdad? ¿Es que acaso no son los Donettes una primera necesidad? No quiero que estén tristes. Para dentro.

Sigo recorriendo pasillos y salvando productos hasta que me doy cuenta de que quizá tenga un trastorno obsesivo compulsivo. ¿Para qué quiero yo alpiste de pájaros? ¡Si ni siquiera tengo un canario! Pues oye, compra de pánico. Es cierto que tengo una jaula en casa, pero con una planta dentro. Una de esas excentricidades decorativas que uno copia de La Bendita o Doña Hipólita. Fantaseo con que si tuviera un petirrojo real, lo sacaría a pasear a la calle con un cordel en la pata.

Miro las cestas de los otros compradores y parecen más cuerdas que la mía. Mi consumismo ‘random’ me hace coger también un imprescindible pelador de piñas y un cortador eléctrico para los pelos de la nariz. Quizá acabe comprando un plátano semipocho para pegarlo con cinta aislante en la pared como en las ferias de arte contemporáneo.

Al salir del súper encuentro un cartel en la calle, medio pisoteado y a merced de la lluvia y el viento. Ha debido desprenderse de algún comercio cercano, en el que también tratan de hacer más llevadera la crítica situación en la que nos encontramos. "Cerrado por apocalipsis zombi", dice. Y a los pocos que pasan les arranca una sonrisa. Yo no creo que llegue el armagedón, la verdad, pero si lo hiciera, tengo donettes y unos pelos de nariz a los que se pueden pasar revista.

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