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  • Carmen Herrando

1934, entre Canfranc y Zaragoza

Los padres de Simone Weil escribieron a su hija sobre su estancia en Zaragoza.
Los padres de Simone Weil escribieron a su hija sobre su estancia en Zaragoza.
Heraldo

Procedentes de Burdeos, Selma y Bernard Weil, padres de la filósofa Simone Weil, llegaban a Canfranc al anochecer del último día de agosto de 1934. Su hija se encontraba de vacaciones en Réville (región de La Manche). Padres e hija mantenían una relación muy estrecha y se escribían casi a diario. Cuando viajaban enviaban las cartas a las ‘listas de correos’ o ‘poste restante’ de las ciudades donde se detenían.

Los Weil tenían intención de atravesar a pie los Pirineos -eran así de originales-, pero el tiempo lluvioso se lo impidió. Pasaron la noche en Canfranc, para tomar un tren hacia Zaragoza a primera hora. En Canfranc les sucedió una curiosa aventura, que consignan así en la carta enviada a su hija desde Zaragoza el 2 de septiembre: «Hay una estación inmensa y, en lo que llaman hotel internacional, una especie de laberinto de pasillos y galerías, mas todo estaba desierto. En el piso de abajo reinaba una animación febril: la gente bebía y un tocadiscos sonaba con estrépito, pero a nadie se le ocurrió tomarse un instante la molestia de mostrarnos las habitaciones (…). Por fin, al cabo de media hora, una niña que no comprendía una palabra de francés nos llevó a una habitación. (...) Conseguiríamos dormirnos hacia las 12 de la noche, a pesar del frío de perros y la falta de mantas. A las siete de la mañana teníamos que coger el tren hacia Zaragoza, pero no encontramos a nadie a quien pagar la estancia. Los aduaneros españoles, al vernos ir de aquí para allá, nos preguntaron. Se partían de risa, y nos hicieron señas para que subiésemos al tren. Pensábamos que allí alguien vendría a cobrarnos, pero no apareció nadie. Así que nos alojamos gratis en Canfranc».

En Zaragoza dieron con un hotel muy agradable que tenía habitaciones estupendas por solo 13 pesetas la noche, pero cuál no sería la sorpresa del doctor Weil cuando vio correr un chinche por encima de la colcha. Consiguió atraparlo, y con ‘el cuerpo del delito’ en la mano se presentó en la recepción anunciando que se iban. Se alojaron en el Gran Hotel, pues no querían aventurarse de nuevo. De él dicen que todas las habitaciones tenían cuarto de baño y que el precio era 28 pesetas por persona; también que comieron y cenaron admirablemente. Aprovecharon bien el día en Zaragoza, pues hasta asistieron a una corrida de toros, de la que cuentan a su hija que estaba llena de gente «más entusiasta aún que en Barcelona»; pero Selma Weil le escribe que, aunque el ambiente de la plaza le encantó, le produjo mucha desazón y no menos desagrado la rabia con que el público abucheaba a uno de los toreros.

Después de los toros, pasearon por las ramblas, que es como se refieren al paseo de la Independencia; conocían Barcelona, y el bulevar zaragozano les recordaba las animadas calles de la ciudad mediterránea. Pero no hallarían menos viveza en Zaragoza, de cuya «animación extraordinaria» quedaron más que admirados .

Al día siguiente, antes de salir hacia Madrid, Selma Weil visitó el Pilar, sola, porque a su marido le parecía que allí tendría que «oler demasiado a incienso». Los padres de Simone Weil eran de origen judío, aunque no practicaban la religión de sus mayores. Con todo, Mime (así la llamaba cariñosamente su familia) escribe a Simone que en aquella catedral «a uno le entraban ganas de hacerse católico fervoroso»… ¿Qué produciría una impresión tan entusiasta en la madre de Simone Weil?

Los Weil seguirían viaje hacia Madrid y Toledo, para terminar aquel periplo en Lisboa. A finales de mes regresaron a París, donde encontraron a Simone Weil en una circunstancia un tanto particular, pues aquel año su incorporación a la enseñanza estaba supeditada a la excedencia que había pedido. Puso la excusa de una investigación, pero la verdadera razón de aquel paréntesis en su vida fue su firme voluntad de conocer de primera mano el mundo obrero, trabajando ella misma como obrera manual en diversas fábricas. Emprendería esta experiencia el 4 de diciembre de 1934, tras haber redactado en los meses precedentes la que siempre consideró su gran obra: ‘Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social’, un trabajo de pensamiento político, de una lucidez extraordinaria, que el lector interesado puede hallar publicado por la editorial Trotta (Madrid, 2015), con traducción de Carmen Revilla.

Bernard y Selma Weil ignoraban que casi dos años más tarde su hija iba a encontrarse cerca de aquella ciudad de tan agradable recuerdo pero en condiciones trágicas esta vez, pues sería en plena Guerra Civil cuando Simone Weil pasó unos ocho días en el frente de Aragón, alistada en la Columna Durruti, en Pina de Ebro. Tuvieron que trasladarla a Barcelona debido a una quemadura grave que se hizo en una pierna con aceite hirviendo. Sus padres la encontraron en Barcelona, donde el doctor Weil velaría por la curación de aquella herida. Las reflexiones que la Guerra Civil despertó en la filósofa francesa no la abandonarían nunca, espantada como quedó ante aquel ambiente de venganza en el que pudo comprobar que importaban más las ideologías que las personas. Pero, en su corazón, Simone Weil albergaría gran amor por Aragón y por España.

Carmen Herrando es profesora de la Universidad San Jorge  y miembro de la Association pour l’étude de la pensée de Simone Weil

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