Por
  • Estela Puyuelo

Pequeña de estatura

Pequeña de estatura
Pequeña de estatura
Pixabay

La asustaban los truenos, y las guerras". Muchas madres son bajitas. Al principio no lo eran, como recuerda Begoña Abad en su poema ‘La medida de mi madre’, donde declara, con inmensa ternura: "Nos hemos pasado la vida / estirándonos y agachándonos / para buscar la medida exacta / donde podemos querernos". 

En aquellos maravillosos años, quedaban allá arriba y sabían exactamente lo que debían hacer en todo momento. Eran capaces de solucionar cualquier problema, por difícil que fuera, y de quitarte el hipo o de detener tus lágrimas al instante. Lo controlaban todo con sus superpoderes: no dejaban que anduvieras desabrigada, que te saltaras la merienda, que te bañaras después (a no ser que la tomaras en el agua, al menos eso decía la mía). Pero, un día, cuando las flores de la adolescencia terminan por reventar, observas, con cierta incredulidad, que has crecido tanto que la has sobrepasado y que ahora queda ahí abajo. En ese instante te sientes ciertamente gigante, como si pudieras mirar a todo el mundo por encima del hombro. Como contrapartida, en el mismo momento, o muchos años más tarde, reparas en ella y caes en la cuenta de su pequeñez, de su vulnerabilidad, de sus treinta años más que tú –para toda la vida– y vas descubriendo, paulatinamente, sus sombras, sus incapacidades, sus incoherencias, su progresiva marchitez. Y comprendes que, cada día, tú serás más madre y ella más hija. Mientras tanto, tengo la enorme suerte de emplear el único vocativo común a casi todos los idiomas: ‘Mama’, "la guerra ha comenzado, / lejos –nos dicen– y pequeña / –no hay de qué preocuparse–, cubriendo / de cadáveres mínimos distantes territorios, / de crímenes lejanos, de huérfanos pequeños…".

Estela Puyuelo es profesora de Lengua castellana y Literatura, poeta y etnógrafa

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