Por
  • Juan Antonio Frago

No todo fue el oro y la plata

No todo fue el oro y la plata
No todo fue el oro y la plata
M. STUDIO

Descubierta América, a Europa comenzarían a llegar inimaginados objetos, productos, costumbres y seres, como los caimanes disecados, antes llamados ‘lagartos’ o ‘fieros lagartos’ en las Indias por los españoles, así el que a su pueblo soriano llevaría fray Tomás de Berlanga, descubridor de las Galápagos, o el oso hormiguero gigante, que Carlos III recibiría en excepcional regalo, inmortalizado por Mengs; y hasta el vestir femenino sería tocado por la ‘enagua’ de las indígenas antillanas. 

El primer fumador conocido fue un marinero trianero que, poco después del descubrimiento, se vería malquisto del Santo Oficio porque echaba humo por la nariz. El tabaco, que para los mexicanos era ‘picictl’ (nahua) y que los españoles nombraron con el isleño Tabaco, luego Tobago, se conocería pronto en la urbe hispalense, en cuya calle Sierpes el gran Monardes tuvo el primer jardín botánico de España. De sus hojas se sirvió el afamado médico "para aliviar el dolor de una muela que lo afligía", añadiendo un tratado sobre las aplicaciones medicinales de esta planta, cuyo uso se haría universal.

El descubrimiento de América no solo trajo a Europa grandes cantidades de oro y de plata, que no impidieron la bancarrota de la monarquía hispánica

Extraordinario eco tendría el inicialmente hispanizado como ‘palo santo’ o ‘palo de las Indias’, de cuya cocción se servían los taínos para librarse del contagio venéreo, virtud curativa de la madera indiana que no sería ignorada por el galeno hispalense, quien ya la conoce con su nombre indoamericano: "nuestro ‘guayacán’, cuyo nombre es indio…, así lo han llamado y llaman en todo el mundo". Con toda razón señala Nicolás Monardes que es una de las tres cosas que "el día de hoy son celebradas en todo el mundo", en su ‘Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias occidentales que sirven en medicina’ (Sevilla, 1574). Por las páginas de tan magnífico tratado desfilan remedios contra el mal de pechos, la gota, las cámaras y la hinchazón de piernas y bazo, los laxantes y los confortativos del corazón, la coca y el ‘anfión’ (opio, de los portugueses).

Verdaderamente providencial resultó la importación del leño curativo, distribuido desde Sevilla "por toda España, y della por todo el mundo", en años en que los ingentes movimientos de soldadesca, con acompañamiento de cantoneras, de los ejércitos de Francia y España en Italia provocaron una devastadora plaga de contagios sifilíticos, el ‘mal de las Indias’, o para unos ‘mal español’ y para otros ‘mal francés’, se dijo que "cada nación lo echa a los extraños"; en la farmacopea aragonesa, simplemente, el ‘mal de simiente’. Lo sufriría Francisco Delicado, autor de ‘La lozana andaluza’, que experimentó el salutífero efecto de la novedad indiana, a la que dedicó un oportuno tratado sobre ‘El modo de adoperare el legno de India occidentale’ (Roma 1526, Venecia 1529). Se seguiría el aprovechamiento medicinal de la ‘quina’ (voz quechua), corteza febrífuga de preparado amargo y astringente, de donde la locución ‘tragar quina’, y el aragonesismo ‘ser alguien más malo que la quina’.

También supuso la llegada de muchas especies vegetales que resultaron tener aplicaciones médicas

El tráfico del bético puerto crecía, con las valiosas y exóticas mercancías que la Carrera de Indias le aportaba. Monardes cuenta que cuando se trajo el jilobálsamo y se llevó a Roma, "vino a valer una onça cien ducados"; del ruibarbo de las Indias, que "yo he embiado grandes relaciones dél casi a toda Europa", y que la cañafístula "agora se trae a esta ciudad, y de aquí se reparte por todo el mundo". Lope de Vega tuvo a Sevilla por "puerta indiana" y supo que "toda España, Italia y Francia / vive por este Arenal, / porque es plaza general / de todo trato y ganancia". No todo fue, en efecto, el oro y la plata de América, que ni evitó bancarrotas, pues entre Sevilla y Cádiz la urdimbre comercial de fondo indiano no solo fue emporio de riqueza, sino de insospechadas relaciones sociales ajenas al etnocentrismo. Agentes de las grandes casas de negocios europeas participaban en los tratos, no pocos judíos de origen hispano o luso, un anticipo de globalización más concreto y efectivo que el que una académica imaginó en la empresa de Magallanes y Elcano.

Juan Antonio Frago es catedrático emérito de Historia de la lengua española de la Universidad de Zaragoza y académico correspondiente de la RAE

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