Una sonrisa en la puerta

Una sonrisa en la puerta
Una sonrisa en la puerta
Pixabay

Me gusta recordar a mi madre, ya mayor entonces, esperándonos en el umbral de la puerta de su casa, con una sonrisa inmensa y la ilusión de recibirnos para comer. 

Se me estampa la imagen de aquella alegría de acogernos y siento todavía el calor de mi abrazo, envolviendo su fragilidad; esa debilidad que desgastaba su cuerpo pero que era incapaz de vulnerar su firmeza de ánimo. No le molestaba abandonar lo que estuviera haciendo para acudir a atender a sus hijos y nietos mientras subíamos por la escalera.

También yo procuro actualizar ese gesto cariñoso. Escucho el sonido del portero automático con la convicción de saber, antes de descolgar, quién llega a casa de acuerdo con ritmos de vida más o menos ordenados. Sujeto la puerta y espero al ascensor para compartir, como hacía mi madre, el saludo de la bienvenida; en el que ya se perciben los avatares del discurrir de la jornada. Arranca una conversación entrelazada de ocupaciones profesionales y personales a través de la que se desfogan inquietudes y se alimentan retos y sorpresas, escenario de la confianza de la vida de hogar.

Me impone respeto recuperar el relato sorprendente de mi compañía, en el que un conocido suyo aseguraba que a su llegada a casa sentía y valoraba por encima de todo, ante una desafección general, la felicidad de su perro, afecto que, sin duda, aporta aliento, por más que invita también a pensar sobre el listado de valores familiares.

Recibo yo a cambio en mi desembarco el cariño de los míos, pendientes de mi llegada, su aprecio y el interés por el desenlace de una jornada cuyo desarrollo suelo llevar escrito en el rostro. Que aquel con más descaro no duda en desvelar: "Le ha ido mal…". Lo que se resuelve con un desahogo y un justificado o no respaldo unánime.

Un pequeño regalo, herencia de mis padres, que aprendí y supe valorar en mi vieja casa, y por el que mantengo un aprecio que, a pesar de los ritmos acelerados, hoy comparten los míos. Y que de paso me empuja a recuperar aquella sonrisa acogedora, nunca olvidada, de una madre en la puerta de casa.

Miguel Gay Vitoria es periodista

(Puede consultar aquí todos los artículos escritos por Miguel Gay en HERALDO)

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