Entrelazó las líneas melódicas creando una textura pianística de curvas sonoras suavemente arremolinadas. Josu de Solaun atacaba ‘Arabesca, opus 18’, una miniatura musical breve pero elegante de Robert Schumann, que luego derivó en un ensueño melancólico muy bien expresado. De Solaun continuó su recital con otra obra del omnipresente compositor sajón, opción fija en los programas de tantos pianistas. En este caso fue su ‘Gran sonata en fa sostenido menor, opus 11’, que el solista encadenó con la anterior sin bajar las manos del teclado, y afrontó sus muchos desafíos con ánimo resuelto, imprimiéndole ritmos vitales e intensos.

 Sus pasajes nudosos sonaron claros y los contrastes fueron perfilados de manera tajante pero no esquizofrénica, todo ello en un envoltorio de unicidad coherente, algo a menudo difícil de lograr en Schumann. En esta sonata, plato fuerte del concierto, el pianista valenciano tuvo momentos de marcialidad impulsiva y líneas de canto abruptas tejiendo un tronco sonoro nebuloso y amalgamado, potenciado por el uso del pedal prescrito en la partitura. Pero fue en su ‘aria’, el movimiento lento, donde escuchamos canto pianístico bien articulado, con cromatismos hermosamente tañidos impregnando cada frase. Espectacular ese ‘finale’.

Josu de Solaun, que siguió leyendo la partitura en su tableta, ofreció las ‘Seis piezas para piano opus 118’ de Johannes Brahms, en una interpretación intimista y sentida, mostrando un dominio notable de los artificios técnicos. Y completó su recital con los ‘Drei intermezzi opus 117’, del mismo compositor, donde tras los momentos iniciales dotados de un lirismo conmovedor, el pianista hispano-estadounidense siguió tensando la línea melódica con sorprendente claridad de todos sus efectos sonoros, logrando un resultado de notable carga expresiva.