Porque era distinto

Y el sol y la luna dando en lo distinto?». Uno de los relatos más escalofriantes de la historia de la Literatura es ‘William Wilson’, de Edgar Allan Poe. Quienes lo conozcan, comprenderán la medida exacta de mi afirmación y, al recordarlo, les invadirá una intensa sensación de agobio y pesantez para dar paso a un progresivo alivio, porque acabar un relato de terror es semejante a despertar de una pesadilla. Pero los que todavía tengan la inmensa suerte de no haberlo leído, que lo hagan cuanto antes. Al acabar estas líneas, por ejemplo. O, a mucho tardar, esta misma noche. Son unas pocas páginas tan claras como un espejo (pese a lo turbio del relato) cuyo reflejo proporciona una nueva forma de calibrar la vida, de reconocerte en tu propio cuerpo, contigo, mientras eres más tú que nadie y nadie más que tú. Pocas cosas puede haber tan terribles como perder la propia identidad, aquello que te hace único como ser humano, que te da derecho a escribir tu nombre en letras mayúsculas, a volver el rostro cuando te llaman, a que distingan tu voz entre millones. Perder la identidad es como carecer de huellas dactilares, que se desdibuje en la yema de tus dedos la cartografía de tu esencia, las curvas de nivel del mapa de tu ser. Y nada hay tan espeluznante como convertirte en uno más de «los iguales». Entonces, ¿por qué aspiramos a ser iguales?, ¿por qué perseguimos a «los distintos»? Y... ¿qué pasaría si «los distintos» fuéramos nosotros? «Altura, olor, largor, frescura, cantar, vivir / distinto / de lo distinto; / lo que seas, que eres distinto / (monte, camino, rosa, río, pájaro, hombre): / si te descubren los iguales, / huye a mí, / ven a mi ser, mi frente, mi corazón distinto».

Estela Puyuelo es profesora de Lengua castellana y Literatura, poeta y etnógrafa