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Eduardo Viñuales: “Viajar, conocer y fotografiar Aragón me hace feliz. Siempre hay algo especial"

El naturalista, escritor y fotógrafo zaragozano publica un libro con 101 lugares sorprendentes, del núcleo rural y urbano, de la Comunidad Aragonesa

Una visión aérea, deslumbrante, del Mar de Aragón.
Una visión aérea, deslumbrante, del Mar de Aragón.
Eduardo Viñuales Cobos.

"Este es el Aragón de la toda la vida. En este libro están las rocas más antiguas de nuestra comunidad autónoma, localizadas en las Hoces del Jalón, unas pizarras precámbricas originadas hace 700 millones de años. Y también nos encontramos con cuevas prehistóricas donde el hombre vivió y pintó su entorno hace ya unos 6.000 años, tal y como sucede en los abrigos de los Chaparros de Albalate del Arzobispo. Y así vamos pasando por paisajes milenarios del alto Pirineo, por árboles centenarios, bosques relícticos, glaciares en retroceso, saladas endorreicas, iglesias mudéjares, castillos medievales, palacios renacentistas… o incluso puentes tan modernos como puede ser el del Tercer Milenio sobre el río Ebro en Zaragoza, construido dentro de los límites de lo realizable con 216 m de luz o distancia entre los dos apoyos”, dice Eduardo Viñuales Cobos, uno de los grandes naturalistas de Aragón y de España, viajero constante y un espléndido fotógrafo que publica en Anaya su libro ‘101 lugares sorprendentes de Aragón’, que presenta el jueves 21 de marzo, en la Diputación de Zaragoza, en compañía de otro enamorado del paisaje y escritor como Severino Pallaruelo, que le acompañó a muchos lugares e incluso le sugirió algunos espacios.

¿Cuál sería aquí la gran novedad o aportación de este libro?

Lo que quizás sea realmente nuevo es la mirada dada, la búsqueda de otros parajes naturales y culturales de los que poca gente nos había hablado antes, o que no suelen salir divulgados en los folletos y campañas turísticas habituales.

¿Qué le llama la atención a un ojo educado como el suyo?

Nunca deja de fascinarme la gran riqueza natural o histórico-artística que atesora Aragón. Me siento privilegiado de ser de aquí y de vivir aquí. A veces sólo basta con cambiar de época del año para ver de manera muy diferente ese bello lugar que ya creíamos conocer… O quizás nos basta con cambiar el ángulo o el punto de vista. Un ibón de la montaña como Tebarray se transforma si pasamos de sus orillas y nos subimos a un pico elevado como los Infiernos para contemplarlo hundido y empequeñecido desde esa atalaya a tres mil metros de altitud. Un bosque mixto como el de Labati –en Aragüés del Puerto- es completamente diferente si hacemos coincidir nuestra visita con la madurez de los colores del otoño. Los frutales de La Almunia de Doña Godina en flor, auténticos campos blancos y rosas ahora a finales del mes de marzo, pueden ser una buena opción para hacer senderismo. El desierto de los Monegros rebosará de flores efímeras dentro de un mes o dos, y entonces nadie pensará en que las estepas son un yermo erial. Y creo que es realmente alucinante si tenemos la suerte de poder ver desde el cielo, a vista de pájaro, paisajes tan desconocidos como los Acampos de Torrecilla de Valmadrid –con sus vales cultivadas, de fondo plano- o los retorcidos meandros del Mar de Aragón.

Ya ha entrado como un torbellino. ¿Por qué 101 lugares?

Es el título que lleva una colección de la editorial Anaya-Touring. Empezaron con un primer volumen de ‘Lugares sorprendentes de España’, que funcionó bastante bien, hasta tal punto que luego han seguido con un segundo volumen de 101 lugares más sorprendentes de España, 101 castillos, 101 cuevas… y ahora con las comunidades autónomas. Esta guía de 101 de Aragón fue un encargo que me hicieron los editores, con quienes ya trabajé cuando sólo tenía 20 años de edad en una colección anterior de Ecoguías, y con los que en el pasado año 2023 he publicado el ‘Cuaderno de montaña de las Maravillas Naturales de los Pirineos’.

Una de esas imágenes que hablan por si solas: tejos de Crapera.
Una de esas imágenes que hablan por si solas: tejos de Crapera.
Eduardo Viñuales Cobos.

¿Somos tierra de bosques, de montañas, grandes llanos, de arquitecturas o de puros misterios? ¿O todo a la vez, quizá?

Se ha afirmado que Aragón es un país de ríos, de montañas, de mudéjar, de románico… Pero yo creo que la diferencia y la grandeza de nuestros paisajes se encuentra más bien en las llanuras más áridas y ásperas, en la estepa. Aunque culturalmente nos cuesta mucho aceptar que lo más notable quizás sea aquello donde no hay apenas agua ni rebosa exuberante una verde vegetación. Es complicado hacerse a la idea de tener que apreciar esos paisajes secos, salinos, tostados, de yesos y cárcavas… y confirmar que allí la biodiversidad es realmente más rica e importante que, por ejemplo, en el querido Parque Nacional de Ordesay Monte Perdido.

¿Cuál sería nuestro signo de identidad paisajística?

Lo mejor de todo Aragón es que aquí podemos pasar en unas horas del desierto norteafricano a las altas cumbres nevadas, que son aún el reino de las nieves donde habita una fauna y flora propia del Ártico… pasando por todo tipos de bosques, pueblos o ecosistemas naturales magníficos, a conservar para las generaciones vendieras en su estado, como el valle de la Canal Roya que guarda las ruinas de un antiguo volcán apagado que es el pico Anayet.

¿Tres lugares que lo hayan deslumbrado?

En Zaragoza, me quedo con la portada mudéjar de la iglesia de San Martín de Tours en Morata de Jiloca, donde se combina la cerámica vidriada policroma –en blanco y azul- con el ladrillo, lo cual al pimer golpe de vista me hechiza, me parece una joya, una tapiz arquitectónico que me hace imaginar la vida en otros paisajes lejanos de Oriente como los de Yemen que sólo he visto en revistas o reportajes.

¿En Teruel?

Me ha llamado mucho la atención la existencia de un suelo empedrado que se sitúa en el casalicio de la ermita de la Virgen del Cid, en el Maestrazgo, y que dicen que es un lugar de energía positiva donde se puede efectuar el ritual de la Dicha Solar Templaria que cada tres meses realizaban los caballeros de época para evaluar sus trabajos e invocar al ángel protector.

Se hizo muy famosa durante el rodaje de ‘En brazos de la mujer madura’. ¿Y en Huesca?

Y en la provincia de Huesca, hace unos años todavía aún no sabía que en los Lagos Blancos de Literola -valle de Benasque- hay unos ibones de color lechoso u opalino, porque todavía mantienen en suspensión unos sedimentos disueltos que los geólogos llaman ‘harina de glaciar’, es decir, el polvo de granito molido tras la reciente acción erosiva de esos hielos ‘eternos’ que sin embargo acaban de desaparecer hace muy pocas décadas.

Interior del Museo Provincial de Huesca.
Interior del Museo Provincial de Huesca.
Eduardo Viñuales Cobos.

Sorprende la presencia del agua. ¿Es Aragón tierra de humedales, fuentes, ríos o de ese mar impresionante que vemos en una de las fotos?

Sí, el agua muchas veces da el toque de gracia a muchos paisajes: las turberas de Aguas Tuertas en la cabecera del valle del río Aragón Subordán, la balsa de Monegrillo, los barrancos de Guara o de los Puertos de Beceite, las Saladas de Alcañiz, los Tremedales de Orihuela… o esos ibones oscenses y los restos glaciares que perduran en la cara norte del Monte Perdido. Al agua también están vinculados otros parajes antrópicos que he querido elegir como el Puente de las Cananillas en Aguaviva, los Pozos-fuente de Laluenga, la salinas de Peralta, las fuentes de Fonz o la barca de paso de Boquiñeni.

¿Cuáles son los pueblos recónditos que más lo han sorprendido?

Los pueblos del valle del río Manubles guardan mucho encanto del pasado. No son pueblos de postal, es más, tienen un aire decadente, pero están cargados de historia, con gran cantidad de elementos de interés. Pienso ahora en Moros, en Bijuesca o en Torrijo de la Cañada, donde además de dos templos góticos, de muralla medieval, de castillo, de puente de piedra y de torre-puerta medieval, nos encontraremos con una fotogénica estampa del Aragón rural al asomarnos al barrio de las bodegas, una especie de pequeño poblado troglodita, un cerro horadado por bodegas rupestres muy antiguas. Hay quien asegura haber contado más de cuatrocientas.

¿Y los cascos históricos?

Mi vinculación personal con Tarazona y el Moncayo me hacen fijarme en la ciudad del Queiles, donde en los últimos años se ha realizado un loable trabajo de restauración y de puesta en valor del patrimonio. Pero como no quería volver a poner el acento en la ya conocida obra de la Catedral de Nuestra Señora de la Huerta o en la fachada del Ayuntamiento, en el libro he puesto el foco en otro edificio que quizás les pase desapercibido a muchos visitantes, pero que también ha sido arreglado y cuenta con un magnífico servicio de visitas guiadas: me refiero al Palacio Episcopal, que con sus ventanales está literalmente colgado de una peña, que antes fue zuda y residencia del gobernador musulmán… y donde tras rebasar un patio renacentista y una escalera noble con cúpula de yeserías, el recorrido nos deparará en un espectacular Salón de los Obispos que fue decorado con retratos de la mitra turiasonense.

¿Y esos castillos, donde sorprende todo: el color, la textura, la leyenda del tiempo?

Hay castillos tan, tan hermosos y tan conocidos que ya no nos sorprenden tanto cuando los vimos por vez primera, caso del de Loarre. Sin embargo hay otros olvidados, pequeños, diferentes… que atraen menos miradas, pero que son igualmente otra maravilla. Pienso en el de Mesones de Isuela –con techumbre de madera mudéjar-, en la fortaleza de Sora –en un promontorio de estratos terrosos de las bajas Cinco Villas-, o en la discreta ermita-castillo de San Vicente de Finestras, enclavada en esas ‘Roques de la Vila” que ahora todo el mundo denomina -por su similitud- como ‘la Muralla China de Finestras’, la cual está inmersa en el silencio vacío geográfico de la apartada Sierra del Montsec.

¿Qué ubicaciones o parajes serían para usted absolutamente incontestables, espacios de hermosura incomparable?

Hay lugares aragoneses que son tan relevantes que no podían faltar a la hora de hacer una selección de un centenar más uno. Me refiero, por ejemplo, al valle de Ordesa, al Monasterio de Piedra o a los paisajes de Goya, el personaje aragonés más universal. ¿Qué hacía, los obviaba, o mejor los mostraba de otra manera? Así que he optado por lo segundo: pero en lugar de mirar el conjunto, los he mostrado desde la óptica de los rincones menores, de los detalles y sus enclaves. De esta manera entre los 101 aparecen el paredón del Tozal del Mallo, la Gruta Iris de la Cola de Caballo y los frescos dibujados en las pechinas de Nuestra Señora de la Fuente de Muel, donde además se halla una presa romana, una de las más antiguas de España.

¿Qué buscaba el fotógrafo: atmósferas, belleza, información pura y dura, la majestuosidad?

La fotografía es parte importante de mis libros y hay que buscarla, pero hay que dejarse encontrar. El amor por tu tierra, por el paisaje y por la naturaleza salvaje te llevan por caminos insospechados. No premeditados. A veces uno va buscando un animal y aunque no lo ve, se topa con otro mejor que no esperaba. En un día frío o de lluvia que aconsejaría mejor quedarnos a resguardo en casa, a veces el cielo se abre, las nubes y vapores aportan una magia única a ese lugar…y por un instante todo adquiere otra fuerza inesperada.

Parece que esté hablando un fotógrafo-poeta.

Ja ja ja. Yo voy a los sitios y retrato con mi cámara lo que encuentro: a veces es un mar de horizontes azules, otra es la luz oblicua de la tarde, en otras ocasiones puede ser un arcoíris o esa luna sobre el mausoleo romano de Fabara… O quizás un campo rojo de amapolas a la entrada del Puente de la Fonseca, a la entrada de las hoces del río Guadalope. Viajar, caminar, conocer y fotografiar Aragón me hace feliz. Siempre hay algo especial. Aunque no lo busques… pero que como lo deseas, de una manera u otra siempre lo encuentras.

¿Para quién está pensado este libro?

Para los que aman Aragón. Para lo que creen conocerlo todo y haber estado en muchos sitios. Pero también para los novatos de fuera o de dentro que tengan predisposición a conocerlo y a terminar tomándole cariño a esta tierra.

Eduardo Viñuales Cobos en el escenario de sus mejores sueños: las montañas.
Eduardo Viñuales Cobos en el escenario de sus mejores sueños: las montañas.
Eduardo Viñuales Cobos.
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