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Sábado noche en Zaragoza: "Señor, deje la cerveza, se tiene que ir a casa"

La pasada medianoche entraron en vigor las restricciones a la apertura de comercios y a la circulación de personas por la crisis del coronavirus. La ciudad estaba desierta… salvo para unos pocos.

Un cliente del bar Toca Jamón apura la cerveza mientras la Policía Local clausura el local por la crisis del coronavirus.
Un cliente del bar Toca Jamón apura la cerveza mientras la Policía Local clausura el local por la crisis del coronavirus.
Francisco Jiménez

Es sábado en el Tubo de Zaragoza. Llega la medianoche, ese momento en el que normalmente se mezclan los que apuran el último plato de migas con los que degustan el primer gin-tonic. Pero este no es un sábado cualquiera. Las persianas de los bares están bajadas, no hay una alma por la calle y el silencio es ensordecedor. Acaban de entrar en vigor las restricciones a la apertura de comercios y circulación de personas que tanto el Gobierno de Aragón como el Estado han decretado por el coronavirus. Zaragoza ha entrado en cuarentena.

Por el paseo de la Independencia solo circulan taxis vacíos (pocos), autobuses que enfilan el camino de las cocheras de la carretera de Castellón y algún camión de la basura. No hay nadie por la calle. El ‘toque de queda’ de medianoche ha tenido un efecto fulminante, aunque la ciudad había funcionado a medio gas durante toda la jornada del sábado. Los pocos que caminan por las aceras se miran entre sí extraños, con un punto de sospecha.

En el Casco Histórico, hasta hace un rato había algún local abierto. Pero pocos. Jorge Soler es cocinero en uno de ellos, una bocatería con unas pocas mesas que hace envíos a domicilio. Cuenta que en todo el día han tenido cinco pedidos. “Se ve que la gente ha comprado todo en Mercadona, porque ni siquiera piden comida para llevar”, señala. Normalmente trabajan siete personas en el local. Hoy estaban tres y de brazos cruzados. En la plaza de San Felipe, no da crédito a lo que ven sus ojos. “Acabo de hacer un vídeo, porque esto es flipante. Normalmente rodeo por otras calles porque no se puede ni pasar de la de gente que hay aquí, y ahora...”, suspira. Asume que es lo que toca: “Si hay que hacerlo y es necesario… adelante”.

Jorge Soler, cocinero de un bar del Casco, en la plaza de San Felipe, a las 00.30.
Jorge Soler, cocinero de un bar del Casco, en la plaza de San Felipe, a las 00.30.
Francisco Jiménez

No todos lo ven así. Carmen Lalaguna y José Antonio caminan por el Tubo sonrientes. “Hemos tomado una cerveza, hemos cenado en un restaurante y nos hemos tomado una copa”, dice Carmen, quien lamenta no poder apurar un rato más de noche porque todo esté cerrado. “Mis padres son mayores y viven conmigo. He estado toda la mañana comprando comida para ellos, y ahora quería salir un rato, pero ya no hay nada”, lamenta. “Sales y te dicen que no eres responsable porque puedes coger algo y pegárselo, pero en la fila del supermercado estábamos todos bien apretados y no pasa nada”, critica.

Álvaro del Río y Patricia Voineagu pasean por la plaza del Justicia. Llevaban tiempo sin verse y han quedado, aunque solo “para estar en sitios abiertos”, dice Álvaro. Su amiga, rumana, cuenta en inglés que no tiene miedo, y que se quería acercar hasta el Temple para comprobar que los bares realmente estaban cerrados.

Todos lo están en el Casco. ¿Todos? No, en la avenida de César Augusto unas luces llaman la atención. Son las 00.40, y el bar Toca Jamón sigue sacando jarras de cerveza. “Algunos clientes dicen que exageran con las medidas, otros que quieren morir con una caña en la mano… Todos quieren estar aquí”, cuenta Marisela Hernández, la propietaria, que solo abre la puerta a los clientes habituales. “Les digo que guarden una distancia entre ellos, por respeto”, matiza. Pese a ello, el espacio que hay entre la docena de personas que ocupan el bar es el habitual en cualquier bar: del todo menos prudencial.

En ese momento llegan tres vehículos de la Policía Nacional. Bajan doce agentes y preguntan por el responsable. “¿No sabe que este bar tendría que estar cerrado?”. Los feligreses se levantan, confundidos. Tratan de apurar las consumiciones. Uno pide cinco vasos de plástico para sacar fuera las bebidas. “¿No puedo terminármela?”, pregunta otro, visiblemente borracho, a un agente. “Señor, deje la cerveza, se tiene que ir a casa”, le contesta el policía, paciente.

No hay sanciones, pero el local queda clausurado. Fuera, los agentes tratan de hacerles ver el estado de la situación. “Por favor, vamos a colaborar todos”, señalan. “¿Pero aquí tampoco puedo beber?”, pregunta el mismo cliente borracho. “Se lo he dicho una vez. No se lo voy digo dos veces: se tiene que ir a casa”, insiste el agente. La cuarentena no hecho más que comenzar, pero a algunos ya se les ha hecho larga.

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