Saber escuchar

En el regreso del podcast ‘Arsénico caviar’, Beatriz Serrano y Guillermo Alonso parodian aquellas entrevistas con famosos, que están de promoción de sus discos, libros o películas, y dicen todo el rato lo mismo así sea en el sofá ‘chester’ de Risto o en la mesa de las hormigas del otro. 

Son programas cortados por un mismo patrón, en el que no cabe una pregunta incómoda al invitado, sino que todo el cuestionario está ideado para lucimiento y loa del artista de turno o, incluso, del presentador vanidoso.

"Entrevistas divertidas y cercanas", "conversaciones chispeantes", "diálogos en los que no faltan referencias a la salud mental, la ansiedad y la depresión". Así es como etiquetan, según los deseos de los oyentes y los algoritmos, lo que se supone que ha de ser una delicia conversacional. Si en algún momento se habla de abusos de poder, fetén: audímetros al límite.

En los últimos años he hecho cientos de entrevistas y es cierto que cada vez resulta más difícil encontrar un discurso real, sorprendente y, sobre todo, divergente. No hace falta decir nada escandaloso, basta con no plegarse a la evidencia e invitar a la reflexión para salir de la obviedad y la planicie. En estos años me he topado con interlocutores a los que les costaba hablar y había que sacarles las palabras con calzador, y con otros que no callaban y que obligaban a un veloz cribado mental para no perder el hilo. Cuando alguien contesta con un ‘sota, caballo, rey’, lo ideal es pedirle un ‘as’ o algún otro naipe que ni siquiera conozca Heraclio Fournier.

Lo más importante de todo, no obstante, es escuchar, escuchar y dejar hablar. Sobre todo si no se sabe preguntar, qué menos que respetar y no interrumpir a quien sí pudiera tener algo que contar.

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