Subdirector de HERALDO DE ARAGÓN

El fango del presidente Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia
Efe

La gran pregunta que se formulan algunos ciudadanos reside en qué ha empleado el tiempo de cinco días de reflexión que se tomó Pedro Sánchez a costa del erario público. Porque la comparecencia ha seguido a pies juntillas la carta enviada a las redes sociales: el fango, la agenda regresiva, la difamación, el descrédito…

Sánchez, con intención, une dos aspectos diferentes para intentar protegerse de la actuación cuestionable de su mujer: la polarización en el debate político y la investigación abierta contra Begoña Gómez por presunto tráfico de influencias. Y son dos aspectos distintos, como él conoce bien, aunque lo oculta.

Tiene razón Sánchez cuando afirma que no es lo mismo la libertad de expresión y la libertad de difamación. La libertad de expresión y la de información están recogidas en la Declaración de Derechos Humanos de la ONU, de 1948. En España, ambas están protegidas por el artículo 20 de la Constitución. No existe, como sabe Sánchez, ninguna libertad de difamación.

El derecho a la intimidad, desde el punto de vista constitucional, se recoge, además de en el artículo 20.4, en el artículo 18.1. “Se garantiza el derecho al honor a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen”.

Este derecho a la intimidad personal queda protegido desde el punto de vista penal y civil a través del Código Penal de los delitos contra la intimidad y la Ley Orgánica 1/1982 de Protección Civil del derecho al honor, intimidad personal y familiar y propia imagen.

Por lo tanto, las supuestas difamaciones que ha recibido la mujer del presidente tienen un recorrido judicial. No sería deseable, por lo tanto, que en la lógica defensa que realiza de Begoña Gómez, desde el punto de vista humano, olvidara que tanto él como ella tienen los mismos derechos y deberes que el resto de españoles y están sometidos a la justicia. En su caso, también a la fiscalización a través de los medios de comunicación.

A Sánchez, queda claro, no le gusta una prensa libre y vigorosa que pueda preguntarse si es ético que su mujer dirija una cátedra desde la que pueda firmar cartas de recomendación a empresas que se presentan a concursos públicos.  No desea que se abra un debate sobre si una persona sin un título oficial dirija una cátedra universitaria, aunque sea legal, y si existe alguna incompatibilidad ética entre el rescate millonario a una empresa y la relación entre el presidente, su mujer y los propietarios de dicha empresa.

Si el presidente no quiere más fango en la vida pública, el camino es sencillo: que comience a actuar en su ámbito de decisión proponiendo en su partido otro estilo de defensa de sus políticas públicas. Y si está consternado, dolido e indignado por los ataques a su esposa, que diga exactamente dónde está la falta de veracidad en las informaciones.

Todo lo demás entra en la esfera emocional, donde las adhesiones serán inquebrantables, pero las razones se esfuman. Sánchez se ha hecho un ‘gatopardo’ en toda regla. 

Quiere cambiar todo, pero en realidad todo sigue igual. Él en la presidencia del Gobierno y buena parte de la sociedad esperando una respuesta convincente sobre las actividades de su mujer. ¿Dónde está realmente el fango?

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