Entrevista

Mayte Gómez Molina: "El trabajo no es solo cómo te ganas la vida sino algo muy íntimo"

Escritora y artista de nuevos medios, Mayte Gómez ha explorado junto a jóvenes zaragozanos los sentimientos generados en el entorno digital.

Mayte Gómez Molina, en Etopia, donde ha desarrollado la residencia ‘La máquina que siente’.
Mayte Gómez Molina, en Etopia, donde ha desarrollado la residencia ‘La máquina que siente’.
Toni Galan

Mayte Gómez Molina nació en Madrid pero es granaína de corazón (1993). Trabaja con el concepto de literatura expandida a través de los nuevos medios, tratando temas como el cuerpo, la identidad y la realidad como contrato social. También trabaja como investigadora y artista digital en el Instituto de Tecnología de Karlsruhe (Alemania). 

Es Premio Nacional de Poesía Joven ‘Miguel Hernández’ 2023 por su obra ‘Los trabajos sin Hércules’. ¿Qué lugar ocupa el trabajo en el mundo emocional de quienes habitamos el presente, el mundo de hoy?
Al final, siempre y ahora con lo digital, el trabajo no es solo cómo te ganas la vida porque de ahí depende tu supervivencia, sino una cosa muy íntima. Tiene que ver con lo que tú puedes ofrecer a los demás. Qué aporta a la sociedad lo que produces tiene una vinculación superemocional, ocupa un gran lugar en vida de las personas.

¿Y en su caso? ¿Se puede una ganar la vida con el arte?
No, no, totalmente no. Yo trabajo como investigadora y artista técnica, es decir, haciendo visualizaciones en 3D para un grupo de investigación en Alemania, en una ciudad que se llama Karlsruhe. Así es como yo me gano el sustento. Hay que normalizar que la gente pueda tener un empleo, aparte de su práctica artística o literaria, es el caso de muchísimas personas en realidad.

Y también nos pasa que no sabemos no hacer nada.
El aburrimiento nos pone contra nosotros mismos y eso puede producir cosas muy buenas, pero también miedo a escucharse. Como el ritmo de las cosas en general es bastante rápido, hay miedo a ver qué pasa si me paro, si me paro a escucharme. A veces el trabajo nos distrae de lo que puede hacernos sentir mal. Tendríamos que aprender a no hacer.

Usted trabaja con el concepto de literatura expandida a través de los nuevos medios: animación 3D, realidad virtual y cine digital. ¿La palabra se queda corta?
La palabra jamás se queda corta. Hay que cuidarla mucho o elegirla mucho, porque la precisión es muy difícil, la realidad es una cosa muy viscosa, muy fluida, y es difícil cercarla con palabras. Los libros son el objeto que más amo y el único que colecciono. Pero la literatura, aunque ojalá siempre conserve el formato de un libro, también puede llegar a otros lugares. Yo estudié Comunicación Audiovisual y una parte de mi escritura se ha basado mucho en la creación de imágenes, en la metáfora y la visualización por mi necesidad de ser entendida, escuchada. La imagen y la palabra se refuerzan mucho.

Hay mucha presencia del cuerpo en su obra. ¿Por qué?
Todas las personas se relacionan con la realidad a través de su cuerpo, a veces lo invisibilizamos, pero al final es nuestro vehículo en la vida y tiene mucha importancia. En particular, yo tengo una relación particular con mi cuerpo porque de adolescente tuve anorexia. Empecé con 13 años a querer estar delgada, no por frivolidad, sino porque realmente tú piensas que así te van a tratar mejor o te van a querer más o te van a respetar. Detrás de estos fenómenos se esconde una cosa mucho más grande. Para mí, el cuerpo es una herida, pero también es algo que me ha salvado y con lo que al final he podido hacer las paces. Con el vídeoarte, el 3D y el cine digital intento explorar para sanar un poco esa relación.

Ha participado, junto a Carlos Alcántara, en un proyecto de creación e investigación participativa con jóvenes en Etopia: ‘La máquina que siente’. ¿Cómo es eso?
Es parte del proyecto Free You Next de la Comisión Europea sobre alfabetización digital de adolescentes. Siempre a través del teléfono móvil, una herramienta que controlan mucho y les permite sentirse seguros, les hemos propuesto ejercicios creativos y hemos abierto el debate sobre su experiencia en internet.

Han explorado los sentimientos generados en el entorno digital. ¿Qué sienten los jóvenes? 
Algo que me ha sorprendido mucho en las encuestas realizadas es que solemos asumir que, habiendo nacido ya en el entorno de internet, su experiencia está más mediada por él, sin embargo, es fuera de internet donde sienten más miedo o donde reciben y dan más cariño, las emociones más fuertes se dan fuera de internet. La mayoría de los jóvenes se sentían más queridos y escuchados fuera de la pantalla, fue bonito descubrirlo porque tendemos a pensar de otra forma.

¿Qué se hará con esos datos?
Han participado alrededor de 150 jóvenes, un volumen que no da para una muestra sociológica rigurosa, pero sí para abrir ciertas preguntas o inspirar futuras investigaciones. Nosotros vamos a crear un videojuego jugable para visualizar los datos obtenidos, como un pequeño museo de los chicos y chicas de Zaragoza que nos han acompañado en estos talleres, que ha sido muy generosos y han hecho cosas fantásticas.

Regresa ahora a Alemania, ¿qué trabajo le espera allí?Precisamente haciendo visualización en 3D para un grupo de historiadoras del arte que tienen un acercamiento muy científico, porque estudian obras de arte digital, de Net art, que es el arte que empezaron a hacer los artistas cuando internet se hizo accesible a todas las personas en los años noventa. Entonces, igual que unas personas pintan un cuadro o toman una fotografía, otras utilizaron las páginas web para hacer su contenido artístico. Mi grupo de investigación estudia cómo se puede conservar ese arte, porque estos formatos son superfrágiles y si cambia un protocolo de internet, normalmente esas páginas se pierden. 

Lo digital es, en el fondo, muy frágil.En realidad, hay una sensación de mucha vulnerabilidad. Yo, muchas veces, las notas de poemas que escribo en el teléfono móvil las voy pasando a mano a una libreta porque digo, como me lo roben o se me pierda... Luego las paso a Word y así también me sirve como para hacer varias revisitaciones al texto, para transformarlo. Alguna vez me ha pasado darle un golpe a un disco duro y perder todo y es una sensación horrible de ser huérfana en ese momento. Todo el progreso se está cimentando sobre una cosa que, en realidad, es muy frágil. No hay que tenerle miedo a lo digital ni tampoco vanagloriarlo, tiene sus limitaciones. A pesar de que parece fuerte y de que imaginamos las máquinas como todas de acero y cables, en realidad hay una fragilidad muy bonita. Y eso me parece bastante poético, la verdad.

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